Asterix
y Latraviata Asterix decapitado ¿Por qué Albert Uderzo no contrata a un guionista? ¿Por qué sigue posando como la virtuosa viuda de René Goscinny cuando Asterix y Obelix reclaman desesperadamente un nuevo padre? Desde 1977, y pese a los torpes esfuerzos del dibujante por ejercer la doble potestad, los irreductibles galos se han quedado fatalmente huérfanos. Con la muerte de Goscinny desaparecieron las minuciosas historias que funcionaban con distintos niveles de lectura. La mirada infantil se detenía en peleas donde un petiso bigotudo y un obeso con trenzas naranjas transformaban ejércitos romanos en pilas de chatarra. Para varias generaciones fue un primer acercamiento a la literatura a través de aventuras donde se trataba de explorar el mundo y luchar contra malos tan fascinantes como ridículos. De paso, sin darse cuenta, aprendían historia y geografía. Para los menos chicos, era el placer de detectar deliciosos anacronismos y ocurrentes juegos de palabras. Pero luego de 25 capítulos, el hereditario temor de los aldeanos de que el cielo se les cayera sobre la cabeza se materializó. Fueron aplastados, no por las huestes del César, sino por la pesada pluma de Uderzo, que los volvió unidimensionales. Ahí donde el scénariste original trabajaba el lenguaje y jugaba con los lugares comunes de las nacionalidades para trascenderlos con ironía, el improvisado autor empezó a acumular chistes autorreferenciales, escenas gratuitas y personajes chatos. No hizo más que reescribir versiones desmejoradas de historias anteriores con un resultado invariablemente mediocre. Uderzo tiene millones de razones para no contratar a un guionista. Desde 1961, fecha en que fue publicado Asterix el galo, con una modesta tirada de 6 mil ejemplares, cada nuevo título ha tenido más éxito que el anterior. Hoy, Asterix son 300 millones de álbumes vendidos en todo el mundo y traducidos a 107 lenguas o dialectos. La campaña de lanzamiento del flamante Asterix y Latraviata, del que se imprimieron 8 millones de copias antes de salir a la venta, consumió un presupuesto publicitario de un millón de dólares. Para mantener en secreto el argumento del nuevo episodio (¿por temor al ridículo?), cada empleado de la cadena de fabricación debió firmar un contrato de confidencialidad. Son recaudos que se toman cuando la gallina de los huevos de oro cotiza en la Bolsa de París. A falta de calidad, Uderzo apuesta a la cantidad. La proliferación es justamente el leitmotiv de este trigésimo primer volumen, que debuta con la aparición de la parentela de Asterix y Obelix. Conocemos primero a sus madres, inquietas porque los hijos prolongan indefinidamente la adolescencia, que hacen todo para que éstos abandonen el celibato y claro está se multipliquen. Los padres prometieron sumarse más tarde a la fiesta. Se quedaron en Condate (hoy Rennes); no quisieron abandonar la tienda de souvenirs armoricanos que comparten porque en esta época está en su mejor momento (cerrar un negocio que funciona, decididamente, aunque sólo se trate de vender baratijas folklóricas, no es del gusto de Uderzo). Asterix se ha convertido en un menhir demasiado pesado para las espaldas de Uderzo, que debería seguir el ejemplo del dibujante Morris, que daba vida a Luky Luke con los textos de Goscinny. Cuando éste se fue, utilizó, con distinta suerte, nuevos guionistas. Si Uderzo no sigue este camino, continuaráincurriendo en el autoplagio, y Asterix seguirá deambulando desorientado, como una gallina decapitada. Alejo Shapire
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Infantiles RUGRATS
EN PARIS No es casual que los
cuentos populares de todos los tiempos hayan sido (y sigan siendo) una
investigación sobre el punto de vista de los chicos. Con el advenimiento
de las adaptaciones cinematográficas de los cuentos de hadas, muchos
adultos políticamente correctos consideraron que la cuota de terror
y de crueldad que la literatura popular incluía como parte obligada
de su desarrollo (las brujas quemadas vivas, las madrastras envenenadoras,
los padres que abandonan a sus hijos, los suplicios corporales, la pobreza
extrema) era más de lo que podía presentarse en imágenes.
El problema seguía siendo cómo sostener el punto de vista
infantil (para involucrarlos más y mejor en las tramas). D.L. |