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POLITICAS
EDITORIALES
Males
que conocen todos
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El
próximo miércoles 15 a las 19 se presenta en la Biblioteca Nacional
(Agüero 2502) la edición crítica del Martín Fierro coordinada por
Élida Lois y Angel Núñez para la colección Archivos. El acontecimiento
aparece ensombrecido por la irresponsabilidad del Estado argentino,
que pone en riesgo la participación futura del país en uno de los
más trascendentales proyectos editoriales de hoy. |
�Qué mañana
ni otro día� Al punto me contestó, �La paga ya se acabó, Siempre has de
ser animal�� Me rai y le dije: ��Yo... No he recebido ni un rial�. Se
le pusieron los ojos Que se le querian salir, Y ahi no más volvió a decir
Comiéndome con la vista: ��Y qué querés recebir Si no has dentrao en la
lista?�
José Hernández
POR
DANIEL LINK
En 1971, Miguel
Angel Asturias legó sus manuscritos a la Biblioteca Nacional de
Francia, con la condición de que el Centro Nacional de Investigaciones
Científicas francés dispusiera el estudio y la edición
crítica de esos materiales. Ése fue el puntapié inicial
para que, años después, se constituyera un proyecto multilateral
que asocia organismos internacionales y nacionales de investigación
de doce países: la colección Archivos. Los ambiciosos objetivos
de la colección uno de los grandes proyectos editoriales
de la última década apuntan a establecer los textos
de los grandes títulos de la literatura latinoamericana a través
de un minucioso estudio de las diferentes ediciones y (cuando los hubiere)
de los manuscritos. No se trata sólo de purismo filológico
lo que guía a los investigadores responsables de cada uno de los
volúmenes: la genética textual pone el acento en el estudio
de las variaciones como rastros de tensiones estéticas e ideológicas.
El 28 de septiembre de 1984 se reunieron en Buenos Aires los representantes
de cuatro países de Europa (España, Francia, Italia y Portugal)
y cuatro de América latina (Argentina, Brasil, Colombia y México)
para firmar el acuerdo original que preveía la edición de
ciento veinte títulos en las cuatro lenguas del continente americano,
de acuerdo con las pautas establecidas el año anterior en un Coloquio
organizado por la Unesco, cuyo Proyecto de Salvaguarda de la Memoria Escrita
Latinoamericana fue el marco en el que se insertó la colección.
Cada uno de los países signatarios del convenio (renovado en diciembre
de 1993) debe aportar al Proyecto Archivos una cuota anual para garantizar
el desarrollo de las costosas investigaciones necesarias para arribar
a cada una de las ediciones. El Instituto de Filología y Literaturas
Hispánicas de la Universidad de Buenos Aires asume las responsabilidades
académicas relativas al capítulo argentino del proyecto.
España tomó a su cargo la coordinación editorial
de la colección, a través del Plan Nacional de I+D de la
Oficina de Ciencia y Tecnología de la Presidencia del Gobierno
de España.
Hasta la fecha, Archivos ha publicado 52 títulos de trece países,
ha firmado 70 nuevos contratos de coordinación (que involucran
a 600 especialistas de 32 países) y ha preparado un plan de producción
que prevé la publicación de ocho títulos por año.
Gracias a la extraordinaria generosidad de Amos Segala, secretario general
del Consejo de Administración, y a la habilidad política
de los responsables del capítulo argentino, la colección
Archivos ha publicado un porcentaje de obras argentinas (Arlt, Conti,
Cortázar, Macedonio Fernández, Girondo, Güiraldes,
Marechal, Martínez Estrada, Sarmiento y, ahora, el Martín
Fierro) superior a la media. Si bien están planificadas para este
mismo año la publicación de El beso de la mujer araña
de Manuel Puig y Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sabato (inexplicablemente,
porque una de las condiciones de la colección es la publicación
de obra de autores fallecidos), la continuidad de Argentina en el proyecto
es incierta por la reticencia de las autoridades locales a responder a
sus obligaciones.
El Martín Fierro que ahora se publica en una edición
que, por primera vez, analiza sistemáticamente los originales de
El gaucho Martín Fierro, es, de hecho, el resultado de un
subsidio para miembros morosos, clase en la que la Argentina revista desde
hace dos años. Amos Segala ha propuesto al gobierno nacional condonar
la deuda y firmar un nuevo acuerdo a partir del año próximo,
pero ni las autoridades del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto
Teresa Anchorena ni las de la Secretaría de Cultura
de la Nación Darío Lopérfido, signatarios
del proyecto, se han dignado siquiera a responder su correspondencia o
a otorgarle una entrevista. La CONABIP, dependiente de la Secretaría
de Cultura y que figura como coeditora de la colección, adeuda
u$s 60.000 por las compras anuales de títulos para distribuir en
las Bibliotecas Populares. Por su parte, laCancillería debe otros
u$s 60.000 (sus compromisos de contribución para 1999 y 2000).
El año pasado, el embajador Estrada Oyuela se comprometió
a restablecer la contribución en cuanto se publicase el Martín
Fierro. Teresa Anchorena repitió la promesa en París a comienzos
de este año. Por supuesto, a esas promesas se las debe haber llevado
el viento del déficit cero, porque lo cierto es que
lo único que el país ha hecho hasta el momento es comprar
cien ejemplares del Martín Fierro que el presidente Fernando de
la Rúa llevará de regalo al próximo Congreso de la
Lengua Castellana que se realizará en octubre en Valladolid exigiendo,
de paso, que se agregue a esos libros una página en la que se deje
constancia de su gesto.
Consultada Élida Lois sobre el futuro de la participación
argentina en el proyecto Archivos, contestó: Puede tener
su lógica que, en medio de esta debacle, el país tenga que
suspender el aporte económico para una empresa cultural (y la tendría
si se estuviesen buscando salidas justas en el nivel nacional), pero lo
que resulta incalificable es que se nieguen hasta a responder los llamados
(aunque el que se esconde sabe muy bien por qué lo hace). Cuando
las autoridades pasan por París y asisten a los cócteles
de la Embajada Argentina, cantan loas a la Colección (Teresa Anchorena,
de la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería,
cuando en enero acompañó una misión de Rodríguez
Giavarini; Alejandro Gómez, de la Secretaría de Programación
Cultural y Eventos Especiales, cuando fue a acompañar la muestra
de tango por abril-mayo). Ahora, cuando se les pidió tan siquiera
el auspicio para la presentación del Martín Fierro, Anchorena
después de dilaciones que obligaron a retrasar la impresión
de las invitaciones hizo decir a una secretaria que no le interesaba
[sic] que se hiciese público su apoyo y Gómez ni se digna
contestar.
Por supuesto, también es sorprendente que la Secretaría
de Cultura de la Nación haya utilizado fondos de la CONABIP (u$s
500.000) para financiar su Plan de Fomento a la Edición Argentina
sin haber contemplado atender las obligaciones del país en un proyecto
irreprochable del cual la Argentina -por su propio peso específico,
pero sobre todo por sus necesidades no puede faltar. Como denuncia
Élida Lois: Si el apoyo argentino se corta, se congela el
espacio de la literatura argentina en la Colección.
Otra perla de la irresponsabilidad argentina en materia de políticas
culturales se refiere específicamente a la libreta manuscrita de
El gaucho Martín Fierro, que Élida Lois pudo ver a comienzos
de los años 90 pero que, por su deterioro cercano a la desintegración,
no podía ser manipulada. Hacia 1991 se pidió la colaboración
del Fondo Nacional de las Artes, que prometió hacerse cargo de
la restauración, cosa que finalmente debió hacer la Asociación
Archivos ante la indiferencia del Estado argentino. La restauradora Alejandrina
Guedes, considerada una autoridad en la materia (fue quien restauró
los manuscritos de la Constitución del 53), junto con su nieta,
Alejandra Aballay, asumieron el trabajo patrióticamente
y cobraron sólo u$s 2000 por un trabajo minucioso que les llevó
más de un año. Dice Lois: Este año Amos Segala
propuso a la Secretaría de Cultura condonarles la deuda, renegociarla,
e incluso esperar con paciencia la recuperación del país,
pero sobre la base de una voluntad expresa de colaborar, al menos para
que no saquen ese escudito argentino que, en virtud del orden alfabético,
encabeza la serie de emblemas y logos que se ve en la tapa. Nadie ignora
que estamos en el Titanic, pero de todos modos es muy descorazonador el
tratamiento que reciben los trabajos de investigación de más
de un centenar de argentinos.
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