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Estamos
en el aire
NOTA DE TAPA 2
Las
pantallas repiten los atentados desde todos los ángulos... pero
las cadenas deciden no mostrar las escenas más estremecedoras.
La CNN emite imágenes de palestinos festejando... pero durante
la Guerra del Golfo. Bush guiña el ojo a cámara y señala
a Osama bin Laden... pero ningún noticiero menciona las relaciones
entre la CIA y el saudita. Con un ojo en la pantalla y otro en su ejemplar
de Cómo mirar noticieros, de los especialistas Neil Postman
y Steve Powers, Rodrigo Fresán disecciona el mundo de los noticieros
tras los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
POR
RODRIGO FRESAN Desde Barcelona
La cosa
es así: son cerca de las 3 de la tarde de aquí y enciendo
el televisor y salto a la CNN y, ¡ups!, ahí está una
de las torres del World Trade Center en llamas. Los conductores del noticiero
abierto las 24 horas conversan entre ellos. Se sabe poco, nada. ¿Fue
un incendio? ¿Una bomba? Hasta han recibido la llamada de un delirante
que insiste en que se trató de un avión de pasajeros...
En eso están los conductores cuando, de golpe y sin aviso, por
el costado derecho de la pantalla, entra un avión que se estrella
en la otra torre. Hay unos segundos de silencio en los que se asimila
que, no, no se trató de un replay para zanjar la incógnita.
Contar con los dedos: otro avión en la otra torre. ¿Has
visto lo que yo acabo de ver?, le pregunta un conductor a otro conductor.
Sí, contesto yo a miles de kilómetros de distancia,
en vivo y en directo, mientras corro a buscar una botella de Coca-Cola
y una bolsa tamaño familiar de papas fritas, y esto es sólo
el principio.
ADELANTE
DE LAS NOTICIAS
Para cuando interrumpen los fuegos de NY para conectar con los fuegos
de DC yo ya fui a buscar en mi biblioteca uno de esos libros que se compran
porque ya nos van a ser útiles cualquier día de estos. La
hora señalada de ese libro ha llegado y el libro se titula How
to Watch TV News (Cómo mirar noticieros de televisión) y
lo escribieron a cuatro manos el experto en comunicación Neil Postman
autor de libros tan reconocidos y polémicos como The End
of Education y Steve Powers, periodista y corresponsal estrella
con más de treinta años de experiencia frente a las cámaras.
Así, la teoría y la práctica ahí adentro,
y tengo un ojo en el televisor (donde todos miran hacia arriba con la
boca abierta) y un ojo en el libro donde ahora leo: La CNN y Ted
Turner cambiaron para siempre el modo en que los canales de televisión
percibían el modo en que deberían comunicarse las noticias.
Antes de la CNN, si uno quería saber lo que había ocurrido,
tenía que esperar a la media hora de información o
a algún boletín especial si se trataba de algo muy importante,
y si uno se lo perdía, quedaba en la más absoluta oscuridad.
CNN transformó nuestra idea del noticiero para siempre ofreciendo
a todos siempre y cuando tuvieran cable una idea de la información
tan universal y omnipresente como el teléfono, la electricidad
o el agua. Bastaba con abrir la canilla, a cualquier hora, para que corrieran
las noticias.
Noticias frías, tibias, calientes. Me quemo. Verifico la velocidad
de mi control remoto, aunque si se lo piensa un poco un noticiero
es puro zapping sin necesidad de cambiar de canal. Y si hay algo mejor
que un noticiero son varios noticieros. Tengo CNN, Fox News, CNBC y la
española CNN Plus, donde la traductora simultánea es una
argentina de voz siempre trémula como ésa que ponía
Libertad Lamarque cada vez que alguno de sus pinches hijos le causaban
disgustos en alguna telenovela mexicana. Una y otra vez. Recepción
perfecta y aviones estrellándose desde diferentes ángulos
y el americano promedio con el puño alzado y gritando Do
it, do it, do it Mr. Bush!. El Do it! equivale a no
dejar en pie ni medio de Medio Oriente. Sí, el sueño húmedo
de Jerry Armageddon Bruckenheimer hecho realidad. Sólo
falta que llegue Bruce Willis, y si éstos fueran los primeros minutos
de una de esas estúpidas y divertidas películas de acción...
pero no, es la realidad. No hay que olvidarlo. Es la más ambiciosa
y cara y lograda snuff movie jamás ideada por el hombre; el atentado
oriental más y mejor marcado por las leyes del marketing occidental
a la hora de conseguir el mayor efecto especial posible: los que no vieron
el primer avión, aquí viene al mismo tiempo y en todo
el mundo el segundo avión. King Kong y Godzilla (el Godzilla
Made in USA) no lo hubieran hecho mejor. Para cuando una de las torres
se viene abajo, mi convencimiento empieza a derrumbarse. Ya no se trata
de una película y pienso Ballard, pienso DeLillo,
pienso Palahniuk. Para cuando se viene abajo la segunda torre,
ya estoy entregado y patrocinado. Va a serun día muy pero muy largo
y control remoto en mi mano o yo en manos de mi control remoto
ya no tengo el más remoto control de mi voluntad.
LAGAÑAS
Hace unos tres años escribí una suerte diario con el título
de Unplugged y que publicó Página/12 semanalmente
a lo largo de tres meses en su contratapa, donde narraba la experiencia
de no ver televisión así como sus efectos colaterales: sueños
más brillantes, mayor capacidad de concentración y disfrute,
súbitos arranques místicos, etcétera. Ahora, luego
de doce horas ininterrumpidas de America Under Attack, de
Terrorism Hits America, de Act of War y Ground
Zero (me pregunto cuántos productores de Hollywood ya han
encargado y registrado guiones con esos títulos), puedo asegurar
que no me siento muy bien. Me quedé despierto hasta las 3 AM para
oír lo que tenía que decir Bush luego de su insólito
paseíto en el Air Force One por varias bases secretas y ahí
nomás me encajó el célebre Salmo 23 y a otra cosa.
De acuerdo, en los Estados Unidos son las 9 de la noche, pero no hay derecho.
Bush debería pensar en los espectadores del Viejo Mundo. Me fui
a dormir sollozando, seguro de que mientras estuviera durmiendo iba a
ocurrir e iba a perderme lo mejor de todo. A la mañana
siguiente me costó abrir los ojos. Tenía los párpados
pegados como por un engrudo de lagañas, como si el polvo y las
cenizas y el humo del desaparecido World Trade Center hubieran llegado
hasta mi cama y me hubieran sepultado vivo, y como era que terminaba esa
película con Ray Milland.
EN
VIVO
Ordeno mis desordenadas notas y empiezo a escribir todo esto mi
diario de plugged exactamente una semana después del ¡Gran
Kabooom! Luego de una semana de breaking news, la supuesta fidelidad de
las coordenadas espacio-temporales han sido avasalladas por la fuerza
de ese presente puro que es la transmisión live e ininterrumpida
de un noticiero que no cesa, de un futuro suspendido al que se intuye
de color negro, y de una catástrofe que se niega a formar parte
del pasado. Hay muchas maneras de definir lo ocurrido el 11 de septiembre
del 2001. Están los que ya lo han convertido en efeméride
universal del tipo El inicio de un nuevo tipo de guerra o
El día en que comenzó el siglo XXI. Una cosa
es cierta y se nota: en el afán de los Estados Unidos y de los
noticieros de los Estados Unidos por convencernos de que absolutamente
todos estamos involucrados en esto y de golpe lo que hasta ayer era singular
ahora es plural, mientras se esconde e intenta disimularse el hecho de
que ésta es la segunda vez en menos de un año en que el
Imperio se tambalea: a finales del 2000, todos vimos y nos enganchamos
a ese vodevil de las elecciones titulado ¿Adónde está
el Presidente? Lo que vimos y vemos desde el martes 11 de septiembre pasado
puede titularse ¿Adónde está el Enemigo?: Bush repite
una y otra vez slogans modelo John Wayne y suele ocurrir lo
más interesante son los secundarios de luxe: Hillary (con el rostro
hierático de futura primera presidente hembra y lamentando la muerte
de su biógrafa desautorizadísima a bordo de uno de los aviones),
Giuliani (súbito resucitado político con ese aire nikilaudesco
de después del accidente), el presidente de la Bolsa de Nueva York,
Richard Grasso (quien suele llevar a las modelos de Victorias Secret
para que abran las sesiones y reabrió el fuego con un policía
mezcla Village People y Chippendale apretando el botón verde para
que suene la campana), Larry King (quien, para confundirlo todo aún
más, suele aparecer en todas las películas que puede haciendo
de Larry King) y, por supuesto, los conductores de los diferentes segmentos
informativos transmitiendo desde una terraza, desde el estudio, desde
el lugar de los hechos con un aire entre apesadumbrado y tiburonesco porque
saben que ésta es la oportunidad de sus vidas, de hacerse conocidos,
de tomar por asalto las casas del planeta, de electrificar a todo y a
todos. A esta altura de los acontecimientos nopuedo decir que son amigos
míos, pero sí que los conozco mejor que a varios de mis
amigos. Tics, trampas, peinados y sonrisas. Barbie News y Ken News. Nada
que ver con el bizarro estilo virósico de Mónica y César:
esa pareja que parecen más estar viendo televisión y hablando
en voz alta en sus casas que haciendo televisión adentro de un
estudio. No, éstos son robots AI artificialmente informativos
con un implante en el oído por el que les llega la data, la información,
lo que hay que decir con una sonrisa eléctrica o con una mueca
de dolor acústico. Sueño con ellos. Lo importante
a la hora de conducir un noticiero no es saber hacerlo sino actuar a la
perfección el papel de conductor de noticiero. Como esos actores
que hacen de abogados o policías en las series, los conductores
de noticieros modernos también son actores. O, por lo menos y salvo
rarísimas excepciones, no son periodistas, escriben Postman
y Powers. Igual que Bush: se supone que es un presidente legitimado en
elecciones por la voluntad democrática de un pueblo, pero... En
cualquier caso, a Harrison Ford o a Bill Clinton le sale mucho
mejor.
LA
IMPURA VERDAD
Del mismo modo en que la realidad no es la realidad.
Hasta antes de la televisión había muchas verdades, pero
una sola realidad. Los noticieros han acabado para siempre con esa idea:
los noticieros no sólo manipulan y acomodan la verdad sino que
la ofrecen como realidad alternativa. Los noticieros son la realidad filtrada
por el colador del espectáculo o, lo que es lo mismo, la falsedad.
Nosotros sabemos de eso. A nosotros se nos informó que estamos
ganando y que la casa está en orden. De eso trata
el libro de Postman y Powers: de que ver no implica necesariamente creer,
porque se ve cada cosa adentro de un televisor... Ahora se ve, por ejemplo,
a un grupo de palestinos festejando el derrumbe de las torres. Agitan
la bandera iraquí, lo que no deja de ser sospechoso. Enseguida,
un televidente advierte que recuerda esas mismas y exactas imágenes
de aquello que se llamó Tormenta del Desierto. Alguien pega el
grito. La CNN pide disculpas, explica un poco lo inexplicable y el noticiero
continúa. Y Postman y Powers advierten una y otra vez que no es
casual que a los noticieros se les diga news show en USA y que la palabra
clave no es news sino show: la noticia más como espectáculo
que como información y, bueno, si la cosa no funciona dramáticamente,
ya se nos ocurrirá algo. No es casual que la figura del newsman
como personaje de película haya ido deteriorándose a lo
largo de los años: del espíritu combativo y de denuncia
de Jane Fonda en Síndrome de China durante los 70 (esa década
en la que los periodistas volteaban presidentes) pasamos por los cínicos
80 de William Hurt en Detrás de las noticias hasta llegar a los
directamente falsificantes y manipuladores 90 donde Dustin Hoffman y Robert
De Niro no se detenían a la hora de inventar una guerra para salvar
a su presidente caliente en Mentiras que matan. Los 2000, si no se acaban
cualquier día de estos, parecen más que dispuestos a subir
el listón, a caer todavía más bajo. Una cosa está
clara: los noticieros de televisión son, comparativamente, la verdad
compitiendo contra la ficción de los otros programas,
que puede llamarse Los expedientes X. Pero la verdad no está necesariamente
ahí adentro de un show de noticias. Cuesta menos producir un noticiero
que un capítulo de cualquier serie de éxito porque, claro,
se supone, la materia prima de un noticiero es gratis. ¿Por qué
no entonces hacer que un noticiero se parezca lo más posible a
una serie? En eso estamos.
LA
VIDA IRREAL
De ahí entonces que un noticiero ofrezca lo que pasó pasado
en limpio o en sucio, lo que más y mejor convenga. La mirada de
un noticiero no es puro documento sino una versión producida de
la realidad para convertirla en algo atractivo, interesante, divertido.
Estos últimos tres adjetivos pueden parecer un poco fuera de lugar
al tener que sercompaginados con imágenes y sonidos de aviones
kamikaze sobre rascacielos financistas, pero no. Es lo mismo. A la hora
de responder a la teóricamente sencilla pregunta de ¿Qué
es una noticia?, Postman y Powers lo hacen dando círculos
cada vez más cerrados: a) una noticia es algo importante que ha
ocurrido durante el día; b) una noticia es algo interesante e importante
que ha ocurrido durante el día; c) una noticia es algo divertido,
interesante e importante que ha ocurrido durante el día, antes
de reconocer que, a esta altura del programa, ya no saben lo que es una
noticia porque lo que es noticia para algunos no lo es para otros, etcétera.
Y tal vez: d) una noticia no sea más que aquello que un director
de noticiero considera que es noticia. Una noticia como la del atentado
en NY una noticia para todos es, sí, una de esas noticias
que ponen bien claro, según Postman y Powers, las reglas a seguir
a la hora de ver y observar y mirar de cerca un noticiero de televisión.
SEGUIREMOS
DESINFORMANDO
El auge de los noticieros televisivos y de las cadenas de noticias son
la mejor prueba a la hora de defender la existencia de diarios y periódicos.
La lentitud de un periódico frente al vértigo de un noticiero
nos acerca a la información de manera más lenta pero que,
también, permite espacio para la reflexión y el análisis.
Los noticieros instantáneos y compitiendo con otros noticieros
sucumben a la carrera por decirlo antes que nadie y así se comenten
excesos y errores como los de las pasadas elecciones norteamericanas o
lo ocurrido durante las primeras horas en directo del 11 de septiembre:
aviones que desaparecían, bombas que estallaban, detenciones inexistentes,
sobrevivientes a los que nadie había visto y cifras ascendentes
o descendentes: muertos, desaparecidos, terroristas, tiempo que se demorará
en limpiar de escombros la zona, dinero necesario para la reconstrucción
del Pentágono. Sube y baja y la supuestamente alabable decisión
ética y caballerosa de las cadenas noticiarias norteamericanas
a la hora de no mostrar las escenas más estremecedoras,
cuando eso no parece molestar demasiado a la hora de un terremoto turco
o el incendio de una escuela en un villorrio africano o un bombardeo balcánico.
Si es lejos, no jode. Y si nos pegan, ¿para qué mostrar
el ojo en compota cuando se puede mostrar a una niña agitando banderita
con barras y estrellas? Tachar la palabra muerte con la palabra patria.
A esta compulsión y reflejo se refería el especialista Román
Gubern días atrás cuando escribió: Es sabido
a este respecto que la presencia reiterada de la muerte en las telepantallas
durante la Guerra de Vietnam la televisión en color permitió
discriminar por fin la sangre del barro provocó el desasosiego
colectivo que obligó a la retirada de las tropas estadounidenses.
Por eso la Guerra del Golfo, la primera guerra televisada en directo de
la historia, fue aseptizada por la censura militar y, en contraste con
su hiperinflación mediática, se extirpó de su puesta
en escena el dramatismo y la muerte. Ahora, las estrategias comunicativas
del buque insignia CNN y toda la escuadrilla audiovisual que le
sigue ha optado por una visión soft de la tragedia que Estados
Unidos ha vivido. Porque una cosa es la realidad y otra muy distinta su
representación mediática. En Afganistán,
una respuesta militar que pueda mostrarse por televisión no es
posible, advirtió Frances Vendrell, jefe de la misión
de la ONU en ese país que sólo pudo ser conquistado por
Gengis Khan hace muchos, muchos años.
Algo está muy claro: las guerras norteamericanas deben librarse
fuera de los Estados Unidos, y allá vamos y síganme los
buenos. Algo está más claro todavía: los noticieros
de televisión norteamericanos son norteamericanos y están
hechos para consumo y tranquilidad de norteamericanos y ante un
hecho como el de la catástrofe del World Trade Center & Co.
no es que el resto del mundo deje de existir (eso ocurre todo los días
en USA) sino que se descubre que el resto del mundo no es otra cosa que
parte de losEstados Unidos, los suburbios, los barrios bajos. Y, se sabe,
los Estados Unidos no pueden ser sino el bueno de la película.
Fue en un diario y no en la CNN que yo leí por estos días
que el satánico Osama bin Laden el ahora malo de la película,
pero alguna vez mejor alumno de la clase había sido elegido
y entrenado por las agencias gubernamentales norteamericanas para liderar
a los rebeldes y atacar las posiciones rusas durante la invasión
de Afganistán. Fue en un diario donde se me contó cómo
malgastar mil millones de dólares anuales en Inteligencia y Seguridad,
y donde un agente dijo: La CIA probablemente no tiene un solo agente
que pueda hacerse pasar por un musulmán fundamentalista y que esté
dispuesto a pasar varios años de su vida sin mujeres y con comida
de mierda de Afganistán. Por Dios, si la mayoría vive en
Virginia. Es una regla no escrita: las operaciones que incluyen la diarrea
como forma de vida no existen. Fue y sigue siendo en un diario donde
leo que no hay un gran entusiasmo por parte de otros países a la
hora de meterse en una guerra larga, invisible, sucia y detalle
clave conducidos a la victoria por Estados Unidos, teniendo
en cuenta las últimas performances del Gran País del Norte
a la hora de salir a pelear.
El 11 de septiembre por la tarde me llamó un amigo desde Brooklyn.
Me dijo que había puesto su televisor junto a la ventana de su
departamento estilo picture in picture, que la vista del horror era la
misma, pero que te juro, es diferente y tal vez me esté volviendo
loco, pero la primera torre se vino abajo unos segundos antes en mi pantalla
que en mi ventana. Le dije que sí, que se estaba volviendo
loco, y nos pusimos a hablar de esa idea de Albert Camus de conducir un
noticiero que saliera al aire al terminar el noticiero oficial
y que señalara todas y cada una de las imprecisiones, errores y
mentiras que acaban de emitirse con el nombre de, uh, información.
RESUMEN
DE LO EMITIDO
Rostros y voces. Ruido blanco y minuto de silencio en colores. Esa extraña
boquita de Bush, su caminar suficiente de primo de Tom Sawyer a la hora
de entrar y salir de la Casa Blanca, esos ojitos siempre húmedos,
la jerga de sheriff de pueblo chico que él confunde -para desesperación
de sus asesores de imagen con autenticidad de americano común.
La sonrisa psicotrónica de Laura Bush. Esa transmisión en
directo de una megamisa (¿hay algo más aburrido que ver
una misa por televisión?). El tape de ese médico inglés
que ve cómo se le viene una nube de escombros. Alguien vuelve a
cantar una vez más America the Beautiful y God
Bless America. Un general vestido de camuflaje hasta las cejas que
parece sacado de una escena de Dr. Strangelove. Chirac diciendo en francés
que ofrece su colaboración, pero que no considera lo sucedido como
un acto de guerra y el traductor que prefiere ignorar ese
último comentario. Las televidentes que salen en la tele y que
se declaran adictos y que si apago el aparato, siento que estoy
traicionando a los muertos. El psicólogo que aparece por
televisión recomendando apagar la televisión luego de advertir
sobre la intimidad con la tragedia desde el lado seguro de la pantalla
y el enganche que se ha producido después de las dos
primeras horas del episodio, así como la necesidad
no del todo inconsciente de que sigan volando cosas por los aires.
Los locutores que roban cámara y salen corriendo. Los parientes
desconsolados a los que se les interrumpen lágrimas y exhibición
de foto y corte porque Colin Powell va a decir algo nuevo y no va a decir
nada nuevo. La maestra jardinera que da instrucciones acerca de cómo
hablar del tema con los niños mientras muestra dibujos de sus alumnos
alusivos a la tragedia dignos de futuros Hijos de Sam. El líder
de la Derecha Religiosa Norteamericana que asegura que se trata de un
castigo divino contra lesbianas y homosexuales. Los que dicen que
estuvieron ahí y se nota que no. Los que dicen que hubieran estado
si no se hubiera roto el despertador o quemado las tostadas. La exhippie
que, casi histérica, no puede creer estar vivando a los militares
que pasan rumbo a las ruinas. Tom Clancy responde a preguntas junto al
tanque de guerra que tiene estacionado en el jardín de su casa
y Jay Leno llama por teléfono a Johnny Carson para consultarle
cuando será lícito hacer algún chiste
sobre el tema e invita a Arnold Schwarzenegger para que cuente cómo
fue el día más emocionante de mi vida en que
le dieron la nacionalidad norteamericana. El conductor de noticieros que
se acuerda de sacar del cajón el siempre útil ejemplar de
las Profecías de Nostradamus a la hora de la nota de color.
El anciano de ochenta y cinco años que intentó atropellar
a una árabe embarazada a la salida de un supermercado al grito
de: ¡Has destruido a mi país!. La nena ella
no sabe que va a ser una gran escritora, pero yo podría jurarlo
que dice que ahora la silueta de Manhattan es como ese amigo al
que se le cayeron los dos dientes de adelante: es la misma persona, pero
nunca volverá a ser igual. El testigo que con esa síntesis
de crítico cinematográfico define todo el asunto como
Powerful. El retorno del inefable Dan Quayle que se pone a
hablar sobre China. El coraje de Bush al visitar NY apenas
tres días después de los atentados. Los llamados telefónicos:
Mike de Missouri que no tiene miedo a volar en avión, pero que,
aclara, nunca he volado en uno; Tina de Miami a quien le preocupa
que la confundan con alguien que usa turbante por el color
de su piel; Jeff de Texas que piensa que hay que acabar con ellos con
bombas atómicas porque ¿para qué las tenemos
si no las usamos?. La desesperación de los brokers de Wall
Street con banderita en el maletín descubriendo que el sentimiento
patriótico termina en el punto exacto en que empieza el signo del
dólar mientras los hoteles se vacían y los teatros no se
llenan. Todos esos seres anónimos súbitamente televisados
que saben a la perfección cómo hay que moverse y lo que
hay que decir frente a las cámaras porque, después de todo,
lo aprendieron viendo televisión y como lo ha demostrado
Gran Hermano a la hora de la verdad la televisión
es de ellos y para ellos. Y vamos de nuevo con America the Beautiful
o God Bless America, ya que estamos. Y la repetición
una y otra vez ahora compaginada desde varios ángulos y con
un cartel sobreimpreso donde se lee Más de 12 millones de
espectadores de esos dos aviones y de esas dos torres. Pregunta:
¿cuántas veces se pueden ver por televisión esos
aviones y esas torres? Respuesta: muchas, muchísimas, una vez más,
por favor.
INSTRUCCIONES
PARA SU USO
Postman y Powers rematan su libro con una serie de consejos para el mejor
aprovechamiento de los noticieros: No se exponga a un noticiero si no
tiene un juicio formado sobre aquello de lo que van a informarle. Tenga
siempre presente que se trata de un show informativo pero, finalmente,
un show. Preste especial atención a los comerciales entre un segmento
informativo y otro: a menudo dicen más verdades que el conductor
del noticiero. Infórmense un poco acerca de los intereses económicos
y políticos de la cadena que emite el noticiero. Preste especial
atención a las palabras con que se describe y narra determinada
imagen y compárelas con el tratamiento que se le da a la misma
imagen en otros noticieros. No se sienta obligado a tener una opinión
sobre todo y, lo más importante, no busque ayuda para establecer
esa opinión en un noticiero, y lo más importante de todo:
Reduzca una tercera parte del tiempo diario que dedica a ver noticias.
Concluyen Postman y Powers: Los últimos estudios determinan
que el exceso de exposición a noticieros incentiva la depresión
del espectador medio. Si usted piensa que va a perderse algo importante
por tener el televisor apagado, piense que, a la hora de la verdad, cada
noticiero no ofrece más que variaciones poco ocurrentes sobre los
demasiado conocidos siete pecados capitales. Y recuérdenlo siempre:
la televisión jamás reflejará la vida normal y real.
La televisión no puede ni quiere hacerlo. La televisión
no es una caja negra: es una caja boba.
VOLVEMOS
A ESTUDIOS CENTRALES
Ahora es viernes. Mi mañana y su noche. Prendo la televisión:
¿no news, good news? Quién sabe. Está claro, a la
hora de los índices de audiencias, que lo que vale es el no news,
bad news o es más el bad news: good news. Han pasado
diez días desde el comienzo de esta noticia y ahora no pasa nada.
O tal vez sea la famosa calma que precede la tormenta. La
operación de contraataque norteamericano que en principio tenía
el tan yanqui nombre de Aguila Orgullosa ahora ha sido rebautizada con
el un tanto mahometano Justicia Infinita. En cualquier caso, falta menos
para que pase algo, lo que sea, cualquier cosa y los noticieros reciclan
y repiten tapes de hace una semana y media que ya parecen viejos, históricos,
inmemoriales. Como la Caída del Muro, la Guerra del Golfo, la explosión
del... ¿cómo se llamaba?... ¿Challenger? Todo vuelve
a la normal anormalidad o a la anormal normalidad de costumbre (incluso
ya se informa sobre cuestiones que no tienen nada que ver con Estados
Unidos, con lo que le han hecho a Estados Unidos y sí con lo que
Estados Unidos suele hacer fuera de Estados Unidos); pero, alerta: estamos
en alerta. Los aviones vuelan, los barcos navegan, los hombres marchan
hacia alguna parte, las novias de civil despiden a los novios de uniforme
y el familiar de uno de los desaparecidos en los atentados que para
incredulidad del tipo que sostenía el micrófono dijo
que no le parecía inteligente tomar revancha desaparece para siempre
de la rotación de la CNN. Yo lo vi, yo ya no lo volví a
ver. Bush esa boquita, esos ojitos fue claro ayer a la noche
en el Congreso: Con nosotros o contra nosotros.
Aquí me despido. Va a ser un largo fin de semana o un fin y punto.
En cualquier caso, otra vez, Coca-Cola y papas fritas y el papafrita que
firma todo esto. Acaban de echar al corresponsal de la CNN en Kabul, pero
todo parece indicar que yo voy a quedarme a ver cómo sigue, qué
pasa, qué pasó.
Una encuesta de la CNN revela que el 62 por ciento de los norteamericanos
quieren la guerra, pero que un 61 por ciento de esos mismos norteamericanos
no están seguros contra quién. Los resultados de la encuesta
llegaron al Afganistán de los talibanes, quienes no demoraron en
hacerlos de conocimiento público.
Por la radio.
La televisión y los noticieros de televisión están
prohibidos en el Afganistán de los talibanes.
Pequeñas
delicias
de la cobertura mediática
Medios
locos
POR
JULIO NUDLER
¿Crees
que de haber contado con el escudo antimisiles esto no habría
sucedido?, le preguntó la locutora de Televisión
Española desde los estudios centrales en Madrid, el mismo
martes 11, a un atónito corresponsal en Nueva York. Desconcertado,
éste no pudo evitar responderle que no podía imaginar
ninguna relación entre el mentado escudo espacial y el secuestro
de unos aviones para lanzarlos contra algunos edificios. Tampoco
hay que subestimar a la pobre locutora del noticiero español,
una de tantos trabajadores de prensa que desde hace casi dos semanas
se ven forzados a hablar o escribir como uno ahora mismo
permanentemente de esta noticia obligada. Los medios
dedican a este hecho y sus derivaciones tanto lugar que es como
si en cada país y en el mundo todo la vida se hubiera interrumpido
respecto de cualquier otra cuestión. En todo caso, lo que
suceda fuera del gran asunto debe competir por el mínimo
espacio residual que queda en los medios. En algunos matutinos,
por ejemplo, el mecanismo funciona así: a mediodía
se decide que el tema (superfluo decir cuál) llevará,
digamos, 34 páginas. Luego se verá cómo llenarlas,
lo cual conduce a inventarle inagotables costados al asunto, como
de pronto una nota acerca de cómo vivió el horrendo
atentado un argentino que en esos momentos estaba tragando una medialuna
en Denver, Colorado, o si ahora a los árabes se los mira
más torcido que de costumbre en la Baja Sajonia.
Salvo algunos medios que se esfuerzan por preservar algo de razonamiento
independiente, la mayoría reproduce sin crítica ni
análisis cualquier sinsentido. George W. Bush ha dicho, por
ejemplo, que Osama bin Laden será sometido a la Justicia
vivo o muerto, lo cual puede llegar a ser extraordinario. Nótese,
de paso, que vivo o muerto se dice en inglés dead or alive,
es decir, muerto o vivo. Mientras tanto, nadie explica por qué,
estando inflamados los espíritus del mundo libre de tanto
dolor y solidaridad, tan pronto culminó el lunes 17 la tocante
ceremonia de reapertura de las operaciones, Wall Street se derrumbó
por las ventas de acciones, que son un egoísta modo de intentar
ponerse económicamente a salvo de las consecuencias del ataque
terrorista a Manhattan. Otro trasunto de la superioridad moral del
mundo libre es la masiva cesantía de trabajadores en los
sectores afectados. ¿Qué siente una persona que ha
sido puesta sin contemplaciones en la calle? Sería buen tema
para una nota.
Los medios resultaron a su vez fatales para Karlheinz Stockhausen,
víctima de la caza de brujas (tanto como el frepasista Rafael
Flores, echado por De la Rúa de Medio Ambiente por declaraciones
adversas a que la Argentina se asocie bélicamente a Estados
Unidos). El Festival de Música de Hamburgo (en curso) eliminó
de su programa las previstas obras de Stockhausen después
que éste presuntamente calificara al atentado del día
11 como una magna obra de arte, según consignaron los periodistas.
Este episodio dio lugar a humillantes aclaraciones del compositor
alemán, quien acusa a la prensa de difamarlo con informaciones
falsas.
En mi obra dice en su sitio de Internet he definido
a Lucifer como el espíritu cósmico de rebelión
y anarquía. Utiliza su alto grado de inteligencia para destruir
la Creación. Él no conoce el amor. Cuando fui preguntado
por los sucesos en Estados Unidos, dije que semejante plan era la
mayor obra de arte de Lucifer. Obviamente empleé la designación
obra de arte para referirme a la tarea de destrucción
personificada en Lucifer... No puedo hallar un nombre adecuado para
tan satánica composición... Los periodistas
sacaron completamente de contexto mis afirmaciones... Yo seguiré
orando por las víctimas de esta atrocidad.
Jim Stonebraker, de Webmaster, radicado en St. Louis, Missouri,
con personal interés en el negocio de promover las obras
de Stockhausen (entre éstas su nuevo cuarteto para cuerdas
llamado Helicóptero), recomienda: El cronista que escribió
esta basura pensando en obtener alguna gananciafinanciera o profesional
debería ser condenado por el público debido a sus
mentiras sensacionalistas y despedido ya mismo por su empleador.
¿Más despidos todavía? Además de estas
caritativas propuestas uno también puede enterarse estos
días de cómo los camiones que se llevan los escombros
de las torres derrumbadas son asaltados en Nueva York por buscas
que se apropian de esos restos para venderlos como souvenirs. Etcétera,
etcétera. Y así está el mundo a estas
horas, como diría Jorge Gestoso.
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El
minuto de silencio
que recorrió el mundo
Kitsch
Infinito
POR
ALFREDO GRIECO Y BAVIO
Con
la complacida locuacidad de un hombre que ha salido victorioso
de una larga enfermedad, el presidente George W. Bush pronunció
el jueves ante las dos Cámaras reunidas del Congreso un discurso
donde fijaba los puntos clave de su doctrina. A pesar de que el
presidente norteamericano abjuró ya de la fórmula
de cruzado de la causa, el discurso no careció de cierta
solemnidad romana y pontificia: satisfacción de la propia
salud en la adversidad y bendición apostólica en la
que se agradecen la fuerza y el sustento que significan las
oraciones de su grey.
Hasta el viernes, la violencia verbal no había sido acompañada
por una violencia física visible y cuantificable para los
observadores planetarios que nada esperan tanto como el Gran Día
de Su Ira. En consecuencia, los medios dedicaron mucho tiempo al
dolor del pueblo norteamericano, y a una etimológica compasión
universal ante ese sufrimiento. Cuanto más desembozadamente
derechistas y pro-norteamericanos, más regaladamente exhibían
los mil recursos de esa nación ante la desventura: la creatividad
norteamericana plasmada en aquellas majestuosas torres, como
celebró el evangelista Billy Graham, ese del que se reía
Roland Barthes ya en los 50, en el gran servicio fúnebre
de la Catedral Nacional de Washington.
En Europa y Estados Unidos, como en buena parte de Latinoamérica,
los comentarios de la izquierda sobre esta cobertura resultaron
esperables por su obviedad. Recordaban, muy razonablemente, que
Estados Unidos no podía presentarse como una virgen desflorada
a la vuelta de la esquina por una banda de fascinerosos sino que
era, por el contrario, una chica con mucha experiencia. Algunos
sacaban cuentas, y sumaban muertos en los atentados y comparaban
con las muertes, tan poco instantáneas, que las acciones
militares y las ayudas norteamericanas a ejércitos, paramilitares
y aun simples torturadores de comisaría habían causado
en demasiadas décadas y demasiados lugares. Otros hicieron
notar que el ataque sería acaso aberrante, pero no exactamente
cobarde, como dijo Bush en su primera reacción.
Tal vez una de las críticas más interesantes desde
la izquierda haya sido la que provino de Médicos Sin Fronteras.
Iba al corazón de algo que figuraba incluso en las reacciones
de izquierda antes mencionadas. Y es el temor reverencial con el
que se trató y trata la catástrofe, como si sus víctimas,
desde luego que no todas norteamericanas, fueran más humanas
que otras por las características del atentado y por su locación,
más dignas de nuestro duelo. Como si los minutos de silencio
que se hicieron en Palestina o la Unión Europea, en Corea
y Sudáfrica, no fueran otra cosa que el obligado recogimiento
a la hora del angelus por campesinos respetuosos de un patrón,
el propio o el de la estancia de al lado. Como rezaba la moraleja
clásica de un poema inglés: Cuando mueren los
mendigos, no se ven cometas, pero los cielos se encienden con la
muerte de los príncipes.
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