El hombre adecuado en el momento apropiado: así podría entenderse de qué se trata Trump. Una especie de personaje de las películas de John Wayne, que en lugar de ir como aquél a poner orden en el Lejano Oeste anuncia que lo hará en lo que ve como alicaída sociedad norteamericana para, así, refundarla y volver a ponerla en primer plano. “A partir de hoy, América primero”, fue su latiguillo en la ceremonia de asunción presidencial. Para ello ha anunciado, entre otras cuestiones, que expulsará a millones de inmigrantes indocumentados (de paso es bueno decir que hasta el momento su predecesor, Obama, ha sido el mayor deportador de inmigrantes de la historia estadounidense); que va a impedir el ingreso de musulmanes; que desarticulará las reformas de salud realizadas por Obama; que hará construir un muro en la frontera mexicana y que sea México quien lo pague; que piensa autorizar el uso de la tortura... y la lista sigue. Más allá de la improbable realización de muchas de estas promesas, lo que nos interesa es encontrar algún indicio de por qué han hallado aprobación en tantos habitantes estadounidenses como para termine siendo su presidente. Que en sus primeras horas en ese cargo hizo bajar de la página de la Casa Blanca la versión en español, los espacios dedicados a los derechos de las comunidades LGTB y todo lo referido a los peligros del cambio climático.
Más allá de las explicaciones sociológicas, políticas e históricas sobre tu triunfo (el voto anti-stablisment, el de los postergados económicamente de las zonas rurales y pequeñas ciudades, etc.) –explicaciones que de ninguna manera pretendemos desplazar sino complementar– y dejando para otra ocasión el tema de la manipulación cibernética que se ha producido, intentaremos identificar aquello que se activó en muchos sujetos en su decisión respecto del voto presidencial. Un tema aparte es cómo la misoginia de Trump no le costó en absoluto el voto femenino, gracias sobre todo al voto de las mujeres blancas.
Veamos primero de dónde viene Trump, y luego en qué significaciones de su sociedad se apoya para corporizar su liderazgo.
El hombre, su historia familiar 1
El apellido Trump es una deformación de Drumpf, apellido del abuelo paterno, inmigrante alemán. En inglés trump significa... triunfar, sobrepasar, superar (en juegos de naipes).
Apenas algunos datos –que no desarrollaremos– permiten tener una semblanza de cómo Trump atesoró lo que heredó en término de ideales, formación superyoica y destinos para su registro pulsional, sin despegarse un ápice de ello. En realidad, perfeccionándolo.
Su abuelo –inmigrante alemán– regenteaba hoteles y restaurantes que funcionaban como prostíbulos a principios del siglo XX, aunque amparándose en la normativa de la época, sin transgredir la ley. En el filo de la misma.
Su padre –continuador de la obra del abuelo– participaba del Ku Klux Kan en los años 20 y fue detenido en una ocasión por estar en uno de sus violentos actos. Es bueno recordar que dicha organización era xenófoba, proclamaba la supremacía de la raza blanca, la homofobia, el antisemitismo, el racismo y el anticomunismo, habiendo realizado actos terroristas. Este tema puso en aprietos a Donald Trump, quien confrontado por el periodismo dijo primero ignorar que su padre hubiera participado del KKK, para luego decir que si su padre había sido detenido y no había sido condenado es porque no fue hallado responsable del hecho.
Su padre le enseñó una frase que nunca olvidaría y que solía repetir: “Ganar lo es todo, no hay límites”. Nos interesa mucho esta frase, que retomaremos más adelante.
Siguiendo con el padre, éste fue acusado de racismo por negar –en su imperio inmobiliario– alquiler a ciudadanos afroamericanos.
Con respecto a la madre de Trump, se ha demostrado que fue inmigrante, cosa que Donald siempre había negado, seguramente para abrir el paraguas ante su proclamada política anti-inmigración.
La pulsión como política
Trump amenaza con gobernar sin que su poder tenga límites, como si fuera el dueño de una empresa. Y derribando todo aquello que limite la grandeza estadounidense. De hecho él es un self-made-man que ha construido un imperio económico sobre el cual reina: una figura propiamente a tono con el Otro de nuestros tiempos que, justamente, propone al “empresario de sí mismo” (así lo denomina Byung-Chul Han) como modelo identificatorio. Un sujeto que se hace a sí mismo y que arribará a la felicidad (tal la promesa) apoderándose, acumulando, consumiendo, sin límites: “ganar lo es todo, no hay límites”. Un modelo por otra parte incumplible y que deja al sujeto en un estado de falta constante, lo cual lo arroja a sentirse culpable y avergonzado. Ese “siempre más” como imperativo del Otro del neoliberalismo lo arroja a una carrera en una cinta sin fin: consume y fugazmente siente felicidad, pero esta decae rápidamente porque no es suficiente ya que siempre hay algo más, algo mejor, algo más nuevo, una experiencia mejor: la llamada obsolescencia planificada no lo es solamente de objetos.
Claro que hay quienes no pueden consumir ni lo elemental, pero la astucia de este Otro hace que muchas veces ellos también se sientan en falta en vez de sentir que están bajo los efectos de una tiranía encubierta. Se deprimen en lugar de rebelarse ante esta tiranía. Una tiranía que se vale de lo que se vale toda sociedad: modular el mundo pulsional, instituyendo una política para la pulsión. Para lo cual utiliza modelos identificatorios y objetos obligados para la sublimación tanto como objetos y modos de satisfacción del mundo pulsional. E instituye así un superyó cultural (Freud) que somete a los sujetos a los ideales impuestos al incorporarse al superyó individual.
Esta política para la pulsión (de la cual podemos observar claramente sus diversas versiones en la Grecia Antigua, el imperio incaico, las tribus reducidoras de cabezas, el mundo capitalista actual, etc.) parece haber desembocado en estas últimas décadas en una política que hace justamente de la pulsión su política. La pulsión como política. ¿Por qué decimos esto?: por lo que sostuvimos previamente: en el mundo en el que vivimos se ha instituido la ilusión/promesa de vivir sin límites (tal como puede apreciarse claramente en muchas publicidades). Un poder sin límites va de la mano con este modo de ser de la sociedad. Es necesario avanzar en este punto: el llamado a lo ilimitado implica una convocatoria a la descarga pulsional: tal el deseo que anida en las profundidad del inconsciente, el deseo de Nirvana. Una descarga como fin que sigue de esa manera el camino de la pulsión de muerte: la descarga constante como modo de vida, la desinvestidura del mundo a manos del reinado del narcisismo y el autoerotismo. Es decir: el consumismo como algo ligado a lo que está más allá del principio del placer. Que también se manifiesta en los imperativos de actividad laboral incesante, de juventud y salud, de superación día tras día de lo que sea, de éxito, de goce sexual, etc.
Podemos decir que todo esto mantiene en estado de agitación constante al mundo pulsional de los sujetos. La novedad que acontece con Trump es el contenido que se agrega a esta agitación. Xenofobia, misoginia, racismo, etc. Así, apela a lo peor de la subjetividad humana –a sus más “bajos instintos”–: el rechazo –hasta llegar a la destrucción– del otro vivido como una absoluta y peligrosa exterioridad. Que se interpone a la felicidad, que pone en riesgo el cumplimiento de los imperativos mencionados.
Si decimos que apela a lo peor de la subjetividad humana, a sus más bajos instintos (modo de referirnos a la pulsión de muerte como destrucción del otro y retiro del mundo, como convocatoria tanto al narcisismo como a lo autoerótico) es porque es un claro llamado a la asociabilidad radical que reina en el inconsciente y que la socialización de los sujetos en todas las sociedades intenta limitar. En este sentido, el modelo que Trump propone es el de una sociedad habitada en buena medida por sujetos anti-sociales. Un verdadero y absurdo oxímoron. Está a la vista el imposible que está en juego: hemos podido observar las calles estadounidenses (no sólo estadounidenses) pobladas de cientos de miles de personas que rechazan esa idea peregrina. Al mismo tiempo es observable la profunda fractura social que puede producir semejante y delirante proyecto. Fractura de la cual podrán salir cosas mejores, o... lo peor.
El síntoma
Sin embargo, nada de esto debiera asombrarnos ni sorprendernos: Trump no es un extraterrestre. Forma parte de un movimiento mundializado de CEO que van a por el poder ellos mismos: ya tenemos nuestra versión vernácula con Macri y Cía. Por eso decíamos: Trump es el personaje adecuado que llega en el momento apropiado. Además, porque su arribo coincide con algo que no hay que olvidar: la ola de ultraderecha (hablamos del 20 por ciento promedio de los votos) que atraviesa a la “civilizada” Europa, una Europa que deja morir en sus orillas a los refugiados sirios.
Es decir, hace tiempo ya que nuestras sociedades capitalistas sobrenadan sobre el exceso de consumo, desigual por supuesto, arrojando al abismo de la inexistencia a miles de millones de personas. La exclusión de todo consumo (hasta el necesario para la supervivencia física y simbólica) es una suerte de “daño colateral” producido por una forma de vida dominada por muy pocos, que ha encontrado en la agitación pulsional que produce el ciclo consumo-frustración-consumo (carga y descarga pulsional), el motor que le permite estar en pie. Produciendo sujetos atontados y agotados por el esfuerzo de tener que ser empresarios de sí mismos, promesa de libertad que los tiene en realidad esclavizados. Esclavizados entre el aislamiento autoerótico en el consumo y la captura cotidiana que producen las múltiples pantallas de la vida digital; también en la exacerbación narcisista que produce esta cultura de la competencia y la imagen, en la cual hallamos además otras consecuencias, como la degradación de la vida amorosa y de la vida erótica.
El Otro del capitalismo actual ríe, ríe con ganas como ríe Trump, una risa sardónica de quien se sabe dueño del mundo, risa del Otro que goza con el esfuerzo inútil que hacen sus sometidos por querer satisfacer ese sin fondo del inconsciente que no conoce límites, empujados por los imperativos impuestos so pena de no pertenecer y ahogarse en el mar de la inexistencia.
Así, decimos que Trump es claramente un síntoma de la época. Lejos de ser un anti-stablisment, lo encarna mejor que cualquiera de sus oponentes y antecesores: lo hace sin eufemismos (tal como los partidos de ultraderecha europeos), sin utilizar palabras políticamente correctas como sus adversarios “democráticos y republicanos” mientras los hechos que llevan a cabo desmienten todo lo dicho. Tal vez haya llegado la hora de la verdad para la humanidad: todo está más claro que nunca. Será cuestión de decidir.
* Psicoanalista. Miembro del Colegio de Psicoanalistas.
1 Los datos que siguen pueden encontrarse en el libro de Gwenda Blair aún no traducido al castellano: The Trumps: Three Generations of Builders and a Presidential Candidate (Tres generaciones de constructores y un candidato a la presidencia).