Esta es una semana de grandes movilizaciones. Marcharán trabajadores de la educación de todo el país; obreros y empleados de todas las centrales sindicales; mujeres y varones contra la violencia de género y la protección policial-judicial a violadores y abusadores. Y muchos de esos miles, decenas de miles, atentos y vigilantes por la citación a la expresidenta a los impuros estrados de Comodoro Py.
Algunos se entusiasman con aparente apresuramiento y demasía, quizás pensando que estamos en instancias decisivas –acaso finales– del régimen macrista-radical. Lo que puede ser peligroso o por lo menos excesivamente voluntarista, y por eso hay que señalarlo. Porque más conviene –sensatez ejercitada– detenerse en estas consideraciones para sosegar a los ansiosos, acompañar con cordura a los desesperados y encauzar la recuperación de los deprimidos. Es decir: ojo con esta semana en la que se jugarán tantas cosas en las calles de la república.
Y ojo porque, desde luego, el pueblo movilizado es siempre grato a los ojos populares, pero ese hermoso espectáculo en nuestra historia –la reciente y la lejana– demasiadas veces terminó mal.
Y no se escribe esto para meter miedo, ojo, sino todo lo contrario, para inculcar la prudencia necesaria para el éxito que busca toda movilización, que no es otro que el cambio de rumbo y de políticas. En nuestro presente, la finalización del tormento cotidiano por goteo que se le está aplicando a un pueblo manso y trabajador, pero ya demasiado sometido a abusos.
O sea que se escribe esto para estar alertas y no caer en las seguras provocaciones que ordenarán los esbirros macristas. Porque ojo, a no olvidar que éste es un gobierno con tres Bullrich –una de las cuales maneja las fuerzas represivas y es además Luro Pueyrredón– y hay varios Peña en diferentes cargos altos y no tanto, y hay un Quintana y hay Braun, Pinedo y Massot, por lo menos. Apellidos que están en la historia negra de la república y en las violencias de 1930, 1955 y 56, y ni se diga en el horror de 1976 en adelante. Y ahora todos ensillados en el poder y rodeados de una caterva de fieles con enormes sueldos y cometas, y cero sensibilidad.
Así que ojo con las provocaciones, que estos tipos no se van a caer así nomás y encima van a acusar al pueblo de golpista o destituyente. Que nosotros no lo somos, nunca lo fuimos. Pero sí somos los que ellos matan en cada huida gubernamental: la que injustamente padeció Alfonsín, la del helicóptero de De la Rúa, la del interino Duhalde. Los muertos siempre los pone el pueblo, y es lo primero que hay que evitar ahora. Sobre todo porque los ricachones farsantes y corruptos que hoy gobiernan saben perfectamente lo que es el golpismo: lo practicaron con todos los gobiernos y en particular con Néstor y Cristina. Así que ojo.
Las marchas y movilizaciones son las mejores formas pacíficas de empujar los cambios de la historia. Muy bien. Pero ojo con la violencia. Que siempre es un recurso de ellos, y perverso, porque tienen armas y tropas y carecen absolutamente de escrúpulos.
Ciertamente esta semana puede ser decisiva –como piensan algunos, muchos– pero quizás no lo sea, y no importa demasiado. Mejor que lo decisivo urgente es lo inexorable eficaz. Y todo arrima el bochín para un juicio político ya harto justificado. Las marchas por eso mismo tienen que ser multitudinarias y contundentes, pero sobre todo pacíficas.
Y es que además, ojo, también hay mucho por pensar y repensar mientras se camina hacia las elecciones de octubre, que son fundamentales para el campo popular, sobre todo porque están aquí nomás y no es justo proponer la espera de un 2019 que está muy lejos para tanto dolor presente.
Pensar, por ejemplo, en el eslogan que promete que “vamos a volver”. Ese “volveremos” exhortativo que sin embargo no dice –ni piensa– volver para hacer qué. “Vamos a volver”, se dice, pero ¿adónde? ¿Y a qué? ¿A lo mismo? ¿Y con quiénes “vamos a volver”, con los mismos todos? ¿Para que hagan qué y se comporten cómo?
Ojo entonces con esta semana, que tanto bien hará si de paso marchamos pensando en los viejos errores, no para flagelar sino para no repetirlos. Y para estar firmes y seguros cuando a la hora de revisar todo lo que estos tipos destruyen por decreto, sepamos restaurarlo también todo por decreto. O cuando nos lancemos de una vez a la profunda Reforma Constitucional que desde El Manifiesto Argentino venimos planteando, arrancada por voluntad popular y no fruto de pactos, y entre cuyos postulados debe estar la democracia participativa porque con el cuento de que “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes” miren cómo estamos.
Asunto para volver en otra nota, qué duda cabe. Pero que ahora, en vísperas de esta semana que pinta trascendental, recupera aquella idea de Aldous Huxley en “Un mundo feliz”, de que “una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia”, o sea una especie de “prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían la servidumbre”. Descripción anticipada y casi perfecta del modelo neoliberal que el clarín-macrismo viene instalando desde hace años y noche a noche con los señores Tinelli, Giménez, Legrand y cuantimás que están al servicio de contaminar la verdad inventando fantasías y reproduciendo mentiras con bailes y comidas irrespetuosas frente a una teleaudiencia a la que mantienen en infame cautiverio.
Siete siglos atrás, Dante Alighieri enseñó que hay que caminar por las cornisas del Infierno si se quiere llegar al Paraíso. Muy bien. Pero primero hay que estar seguros de no caer. Así que mucho ojo esta semana.