Era previsible, y es todo un síntoma: la semana pasada las tres multitudinarias marchas fueron pacíficas, pero objeto de provocaciones. Los docentes fueron acusados por los mentimedios poco menos que de destituyentes por el supuesto intento de “debilitar a la gobernadora bonaerense”, lo que les pareció más importante que las gravísimas amenazas a Roberto Baradel, sus hijos y nietos. Las mujeres por un show de provocadores y violencia para acusarlas de “atacar a la iglesia católica”. Y la sindical del día 7 empañada por dirigentes que adelantaron la hora del acto y se negaron a poner fecha a la huelga general que ya no saben cómo dilatar para contento del Gobierno.
Como frutilla del postre de la semana, la violencia arruinó el impresionante concierto del Indio Solari en Olavarría, que terminó con dos muertos, heridos varios y un horrible final con acusaciones implícitas que circulan ya en las redes y al que La Nación y Clarín dedicaron casi toda la edición digital del domingo con textos sutilmente condenatorios.
Y ni una palabra sobre los incumplimientos de leyes que expuso ayer Horacio Verbitsky en estas páginas; ni una sobre las relaciones de la ministra de (in) Seguridad con algunos provocadores; ni una acerca de la violencia de los uniformados o las distracciones y discriminaciones de funcionarios judiciales.
Es el país que vienen preparando. De un antiperonismo tan visceral y necio que relució, ayer, la columna de Morales Solá admitiendo que liquidar para siempre al monstruo maldito es “imposible”.
Y lo más paradójico, y hasta gracioso, es que en algunos medios del interior se acusa de destituyentes o golpistas a quienes opinan que “un juicio político al Presidente está ya harto justificado”.
La otra cara, virtuosa, de la moneda de esta semana está en el hecho de que las marchas –multitudinarias y contundentes al punto de que algunos cagatintas debieron reconocer que fueron las más numerosas en muchos años– fueron tan masivas como pacíficas.
En ese contexto, resultan cada vez más peligrosos los dislates del Gobierno. Por un lado los aumentos tarifarios, la inflación tan galopante como negada, los negocios espurios con el patrimonio colectivo y los escándalos del presidente en su afán de ocultar riquezas y negocios benéficos para familiares y amigos, son hechos violentos en sí mismos. Y no han acabado con lo ya conocido (cuentas offshore, soterramiento, Correo, Avianca y las desfinanciaciones de Aerolíneas, la Anses, Arsat y sigue la lista) sino que fuertes rumores hablan de un nuevo negociado con cloacas licitadas en supuesto beneficio de... ¿quién creen? Y todo eso mientras ya huele mal otro posible foco de corrupción; el desguace del avión presidencial Tango 01 y la compra de otro, innecesario, por unos 60 millones de dólares. Y todo eso mientras ya es vox pópuli que estos tipos no pararán hasta aumentar el IVA al 25 por ciento, impuesto que afecta al pueblo mientras disminuyen los de los sojeros y otros privilegiados.
En ese contexto resulta infame el procesamiento selectivo a algunos ex jefes de Gabinete, entre ellos Jorge Capitanich, incuestionado ex gobernador del Chaco y hoy intendente de la capital de esa provincia con una gestión hasta ahora ejemplar. El principio de “todos o ninguno” aquí no corre, porque al parecer la jueza que alguna vez fue definida con gracia como “Buruburubudía” por quien ahora funge como mariscal de campo del Grupo Clarín, estaría cumpliendo la orden macrista de destruir políticamente a futuros candidatos presidenciales en 2019 mientras se premia a los amigos. Y es claro que el 19 está muy lejos pero se lo agita a modo de distracción de los comicios de octubre próximo. Que son los que cuentan porque definirán el camino de recuperación o entierro de las instituciones de la república.
Mientras se camina hacia Octubre algunos colectivos kirchneristas insisten acríticamente en que “vamos a volver”. Lo que denota, vista desde el campo nacional y popular, cierta ceguera dirigencial. Porque la cuestión no es volver o no, sino recuperar el poder (por ahora legislativo) para detener y revertir la ola neoliberal. Para eso no bastan consignas voluntaristas, sino que hacen falta inteligencia, grandeza y honestidad para que los candidatos de octubre, en todas las circunscripciones, sean de una vez los mejores, o sea los respetados, los decentes, los sin prontuario, los que no traicionarán la voluntad popular. De lo contrario el riesgo será insistir con nombres cuestionados o quemados, que los hay en cada ciudad y cada provincia y componen un archirepudiado elenco que el pueblo argentino rechaza aunque los vote, jamás por convicción sino porque siempre los otros son peores.
Hace falta trabajar duro dentro del campo popular, que está todavía disperso y cuesta reordenar. Esa es una tarea tan compleja como urgente. Con Cristina acosada y rodeada de una dirigencia que le es fiel pero no está sobrada de prestigio ciudadano, eso también es parte del problema. Porque ella lidera, sin dudas, pero no está conduciendo. Al menos así lo vemos en El Manifiesto Argentino, que acompaña los procesos de recomposición de una oposición firme, decente y profunda frente a las tropelías del gobierno y los retorcidos manejos de dirigencias que cacarean dialoguismo y “gobernabilidad” como hacen el massismo, el peronismo complaciente e incluso muchos que hasta ayer nomás eran kirchneristas de hueso colorado.
Más allá de la torpeza y la prepotencia de este Gobierno de estafadores (dicho en el sentido de que estafaron la voluntad popular porque mintieron diciendo que iban a hacer lo que sabían que no iban a hacer, y por supuesto no hicieron), más allá de eso el problema de la recomposición del campo nacional y popular es nuestro. Y no es pequeño problema. Es toda una tarea.