Hace cuarenta años. Spinetta Jade, Serú Girán y tres noches inolvidables en el viejo y querido Obras. Quisieron pintarlo como un Boca-River rockero y tal vez haya tenido algo de eso, sí. Pero no por la rabia sino por la sabia. Luis Alberto Spinetta y Charly García habían sido, eran entonces, y serían después al rock argentino lo que esos dos equipos al fútbol criollo, más allá de gustos, pasiones y subjetividades. En ocasiones, incluso, llegó a ser como si los dos patearan para el mismo arco. En esta que se evoca ahora, por caso. Pruebas a la orden; ese instante sublime que se dio al principio de uno de los conciertos, cuando el flaco -amparado en su Ovation- le cedió parte de una frase de “Que ves el cielo” al otro flaco, y Obras pareció venirse abajo con un “Charly, Charly, Charly” estruendoso. “Hoy tu sonrisa es limpia y gira / quiero verte bailar”, cantaron a dúo, aún sin sus respectivas bandas en escena. El entrelace de genios se repitió cuando la posta pasó a la pluma de García, y el tema que sonó fue “Cuando me empiece a quedar solo”, de Sui Generis. El creador al Yamaha, la voz de Luigi que parecía electrificarse en “la radio a todo volumen” y un fin consumado desde el principio: eso de la revista Hurra de fraguar una rivalidad inexistente para tentar atenciones había dado resultado.

Fue durante la semana pre primaveral de 1980, los días 12, 13 y 14 de setiembre. Tres Obras llenos, “apenas” con veinte mil personas total. Privilegiadas, claro. Por haber oído, visto y escuchado. Y más. Haber estado ahí cuando el “ruso” Lebón arrancó con las primeras voces de “Música del alma” y, acompañado por la guitarra de su antiguo compañero Luis, se plantó seguro, enfático, en una palabra que mucho tenía que ver con lo que estaba pasando: armonía. Miraba alrededor y le salía del alma al guitarrista. Lo que se le escucha tocar a Charly con su CP 70 al final es de una belleza extraordinaria. Fue aquel el toque extra Serú, que quiso meter como una cuña filosa, algo tanguera, el tema principal del demorado disco solista cuya publicación se había atrasado tres años. El del Festival del Amor de las cuatro horas en el Luna. El de la transición entre La Máquina, que tocó por última vez allí, y Serú.

Haber estado ahí, cerca de Luis y Charly, cuando tras la presentación del primero –“ahora voy a presentarles a un grupo muy importante: Serú Girán”-, Charly demostró cómo defender a la patria con más tacto que quienes declamaban hacerlo, desde la más recalcitrante violencia. “Adiós, adiós / Paris, New York / Ves la tierra en que naciste / sos vos tus películas no existen, adiós”, fluyó desde la “Canción de Hollywood”, otra de las perlas de la jornada. Haber estado para sentir un escozor corriendo por las venas durante “Noche de perros”. Esas que denunciaban sin denunciar. Describían sin describir. Daban en el punto del horror, sin que el horror lo note. “Vas perdido entre las calles que solías andar / Vas herido como un pájaro en el mar / Sangre”, frase soldada a un destino que se intentaba sublimar con arte: el de “Viernes 3 AM”, otra de las gemas del los recitales. 

Los sets que propuso Serú Girán aquella vez pueden leerse como un hilo de sentido. Como una trama ideológica y estética que tenía como destinatario un enemigo común al que, dada su cobardía, no se podía enfrentar. “Míralos, míralos, están tramando algo / Pícaros, pícaros, quizás pretenden el poder”, era la ironía cautelosa de “A los jóvenes de ayer”, que contaba la época. No dieron puntada sin hilo García y sus muchachos, esa noche. Haber estado ahí, además, para disfrutar de cómo el sonido jazzerito y moderno de “Encuentro con el diablo”, temazo de Bicicleta, intentaba poner cara de póker ante la acidez explícita de la letra. O de ese “Perro andaluz”, y el sarcasmo de un 'quién es…' repetido como un loop por la voz de Charly. “Cuánto tiempo más llevará”, también de Bicicleta, y “Loco, no te sobra una moneda”, trayendo a Pappo como otro grande, completaron la parte Serú.

La parte Jade, en cambio, cayó como un variopinto racimo de novedades. Como era habitual en él, Luis tiró a la cancha casi todo Alma de diamante ¡un disco que aún no había sido publicado!, al punto que muchos tomaron el show como una especie de presentación semioficial –o algo así, dado que la banda ya lo había mostrado un mes antes, en el mismo lugar— de ese trabajo con destino de clásico. “En cuanto a lo que respecta a Spinetta Jade, vamos a empezar con `Dale Gracias`”, anunció Spinetta, despertando aplausos en un auditorio que, como pasaba y habría de pasar con este músico, no sabía con qué se iba a encontrar. Una intro del orden de lo desconocido, entonces, se apoderó del espacio y su atmósfera. Mística pura. “Abre tus viejos muebles / guarda tu maquillaje / alguien se acerca / cierra tus ojos / siéntate… Dale Gracias por estar cerca de ti”, canta el primus inter pares del rock argentino, envolviendo cabecitas y almas en una telaraña de sonidos y palabras que no detiene su andar ante la frase clave: “Recuerda que un guerrero no detiene jamás su marcha”. O aquella otra que configuraría una ética en la estética del compositor: “Es inútil que pretendas brillar con tu historia personal”.

Más duro habrá resultado aún acostumbrarse al gélido brillo de “Amenábar”, un exquisito tema instrumental que Luis bautizó como la calle de Belgrano. No tanto, obvio, con “Alma de diamante”, belleza pura. Tras ella, el casi flamante quinteto dio paso a una de esas perlas que jamás volverían a aparecer en el planeta Spinetta: una versión en castellano de “Solo el amor puede sostener”, apenas sustentada por el teclado de Del Barrio. Tal vez pensada ésta como una revancha del naufragio y el merecido ninguneo que venía de tener el disco publicado bajo ese nombre, año y pico antes, como un capricho de Guillermo Vilas. “Bueno, quiero cantarles un tema que tenía muchas ganas de tocarles esta noche. Se llama 'la Diosa Salvaje', anunció Luis. Otro delirio bien conducido por las rutas del jazz-rock imperante. Libre. Suelto. Ondulante en su extensión. Que belleza eso de la diosa que despierta con la perturbación de la aurora, que tal vez pocos hayan captado plenamente esa vez. Finísimo solo de viola, además, y largo desarrollo instrumental que empezaba a determinar las bases sonoras del mundo Luis, al menos hasta mediados de la década. 

Una de las excepciones a la firme decisión de Spinetta de exponer Alma de diamante…, fue la aparición de Gustavo Bazterrica, guitarrista en Solo el amor puede sostener y ex de La Máquina de hacer pájaros, para poner su versátil viola al servicio de “Viento celeste”, pieza-moño que iría a parar al segundo disco de Jade (Los niños que escriben en el cielo) y que el flaco dedicó in situ a David Lebón.

Pausa, Contexto I. El momento Jade del momento se movía en un amplio margen de escepticismo y perspicacias. Invisible, la banda antecesora de LAS que había durado tres discos y cuatro años, había resultado una genialidad y muchos se preguntaban qué haría aquel esmirriado flaco de 31 años para zigzaguear las mieles de ese pasado reciente. Juan del Barrio, Héctor “Pomo” Lorenzo, Diego Rapoport, Beto Satragni y el capitán Luis no tenían disco aún. El recorrido Alma de diamante, como se dijo, estaba grabado pero no publicado. Casi que esos tres Obras sirvieron como una especie de segunda muestra del volado y jazzero trabajo atravesado por las fugas y misterios chamánicos del Don Juan de Castaneda. Y por una impronta que Luis ya había propuesto en A 18 minutos del sol. 

El triplete de Obras también fue uno de los primeros conciertos de la banda que había debutado en vivo en mayo –en el mismo lugar- compartiendo noche con La Eléctrica Rioplatense de Emilio del Guercio, y con Lito Vitale (teclados) y Pedro Aznar (bajo) en las filas. Frescas estaban, además, las imágenes imborrables de aquel retorno de Almendra que le había puesto color y calor a la era. Y más aún del Bue 80 que juntó entre el 18 y el 20 de agosto en el Teatro Opera al flaco solista con Celeste, La Eléctrica, Weather Report, John McLaughlin, George Duke, Stanley Clarke y Pepeu Gòmes. Lujito.

Pausa. Contexto II. El momento de Serú no podía ser mejor. Casi a contramano de un movimiento roquero que, en general, transcurría por raros y densos subterfugios, García, Lebón, Aznar y Moro venían de motivar a propios, escépticos y extraños mediante ese revelador disco que fue La grasa de las capitales, publicado un año atrás. Y estaba a punto de editar otro gran disco de la era: Bicicleta, el de “Canción de Alicia en el país” y “Encuentro con el diablo”. También contaba como importante la presentación de la banda en el Monterey Jazz Festival, entre el 14 y el 17 de agosto en Río de Janeiro, donde Serú actuó con muchos de los aristas internacionales que participarían del Bue 80. Tras los Obras con Jade, Serú volvería allí para empezar a cerrar el año (26 y 27 de diciembre), y lo cerraría el 30, ante sesenta mil personas en la Sociedad Rural, en un concierto gratis, organizado por Música prohibida para mayores, organizado por ATC. Por lo demás, había una brumita rara que opacaba el brillo de Charly. Casi a fin de ese año cruel que fue 1979 había aceptado almorzar con Mirtha Legrand, algo que no caía bien en la mayoría de la grey rockera de entonces. Tal vez una ironía marca Charly: él como parte de la grasa de las capitales.

Play. Vuelta al concierto. El final volvió al principio. Cierren los ojos. Imaginen un instante. Diez tipos entremezclados en uno. River, Boca, Racing, San Lorenzo, Independiente, El Porvenir, San Telmo, y los equipos que quieran. Charly, David, Aznar, Moro, Pomo, Del Barrio, Satragni, Rapoport, y Luis al mando diciendo “Señoras, señores, voy a llamar a este escenario al mismísimo grupo Serú Girán (…) Solamente, solamente quiero pedirles una cosa. Hay muchísima gente y muchísima energía… estemos ahí, tranquilos, y no hagamos lío, no rompamos nada, por favor, por favor se lo pedimos”, dijo después, mientras los demás músicos acomodaban instrumentos en el escenario, y la gente empezaba a corear nuevamente su nombre, y el de Charly.

Dos segundos después, el templo del rock se vino abajo gracias a una tremenda versión de “Cristálida”, de Pescado Rabioso, que García legitimó voceando alguna frase que otra. Tras ella, un intermezzo de Serú encarnado en “El mendigo en el andén”, ejecutada en un tempo menor al de la versión original y con una nueva intervención del vate de Arribeños. “Si suave es tu corazón / ya no volverás aquí”, canta el hombre, tras la intro de Lebón, en una noche que tuvo una tercera banda implícita: Pescado Rabioso. Tanto que la detonación final, a dos –o tres- bandas se produjo con “Despiértate Nena”. Rapoport que, arengado por el flaco e impulsado por su Rhodes, mutó un rato en Cutaia; Charly que se envalentonó tras el otro puente, y las tres violas a lo Lynyrd Skynyrd (Luis, David, Bazterrica) y un transpirado Luis que se despide: “Gracias, esto fue todo”. Apoteósico corolario de uno de los momentos más trascendentales de la historia del rock argentino. 

Spinetta y García en el concierto de las Bandas Eternas.