"Los rituales cotidianos constituyen un hábitat en el tiempo, así como una casa lo es en el espacio”. Byung-Chul Han

Quisiera exponer, casi en tono testimonial, la experiencia que se desprende de mi práctica clínica desde el mes de marzo de este año. Sabemos que el cuerpo es producto del encuentro del organismo vivo con el lenguaje, con el otro. Lo propio del ser humano no es el cuerpo en el sentido de lo viviente, del órgano o de los aparatos que lo componen, sino por estar “afectado” por ese encuentro. Ese cuerpo sintomático, con el que tanto la medicina como el psicoanálisis operan, no es solamente un conjunto de órganos, de funcionamientos neurofisiológicos, hormonales o bioquímicos, sino de la incidencia de la palabra en ese organismo y en ese cuerpo. Son conocidos los casos llamados de “deprivación hospitalaria”, hospitalismo o incluso de marasmo, que afecta a niños que muy tempranamente pierden a su madre, por fallecimiento o abandono y se dejan morir. Algunos lo consideran como casos extremos de desnutrición, otros como casos tempranísimos de depresión infantil. El caso es que, esos niños, no han sido hablados, tocados, y su cuerpo no ha sido vivificado, libidinizado.

Este extremadamente largo confinamiento ha puesto a muchos sujetos al abrigo del virus, pero implica una deprivación del vínculo social. Lo que no deja lugar a dudas tiene que ver con sus consecuencias, que están en el espectro de aquella pérdida libidinal, generalizada, aunque ya no se trate de niños. Estos efectos son de mortificación, en algunos casos muy profundos, acompañados de impulsos o fantasías suicidas, irritabilidad, tristeza, frustración y toda una serie de afectos de angustia, impregnados de desesperanza. Jóvenes, adultos o niños, han visto tronchado o seriamente limitado el vínculo social, y aplastada la amplia gama de los rituales cotidianos. Levantarse, bañarse, cambiarse, dirigirse al trabajo, a la escuela, al club, al café, al templo, o a los lugares que hacen a la vida de cada día constituyen los compartimentos de la temporalidad. El filósofo Byung─Chul Han dice que los rituales constituyen, en el tiempo, lo que una casa es en el espacio. La experiencia íntima de muchos sujetos es que se les ha esfumado algo, que no pueden explicar, pero que vivencian como una pérdida de eso que ordenaba y dividía sus horas y sus días, ahora devenidos todos más o menos iguales, como algo sin forma, aunque de naturaleza imperceptible.

Con respecto a los niños aún desconocemos el alcance de su padecimiento luego de tantos meses de un encierro forzado y de privación de su vida escolar ─que es también social─ además de la fuente del crecimiento en el saber que les brinda herramientas para su mañana como adultos. Pero esto es, tal vez, el aspecto más obvio. Muchos niños han quedado privados de los comedores escolares y del encuentro con docentes que pueden ser, en muchos casos, quienes hacen una diferencia en sus días y en sus vidas y que no sólo les transmiten conocimientos, sino que, además, les brindan una palabra o un gesto de afecto que quizás no existe en otro momento o lugar. Desconocemos lo que pasa en muchas familias cuando se cierran las puertas. Las casas son para entrar y salir de ellas y podemos poner ciertas dudas respecto de ellas como lugares seguros: las actuales condiciones son la argamasa adecuada para el amplio espectro de la violencia doméstica, que va desde lo verbal hasta lo sexual.

Los efectos del confinamiento son desconocidos por nosotros, pero presentes en miles de niños que han perdido los rituales fundantes de la infancia, al menos como la conocíamos hasta ahora.

*Licenciado en Filosofía. Psicólogo. Psicoanalista, miembro EOL y AMP.