Hoy es la primera vez que Britney Spears se pronuncia por sí misma ante un tribunal, apelando contra la tutela legal que su padre, Jamie Spears, tiene sobre ella hace 13 años. El mundo entero está mirando, y no es para menos: la de #FreeBritney es de las historias más sorprendentes, extrañas y cautivantes que nos haya dado la farándula internacional en el último tiempo. Tiene todos los elementos posibles para volver loco al público: la parábola de la chica perfecta caída en desgracia, teorías conspirativas, fans jugando a los detectives (y con éxito), un drama familiar y, hoy, un clímax en la corte que, a instantes de haber ocurrido, sigue siendo un misterio.

El documental de investigación producido por el New York Times, Framing Britney Spears, disponible en Netflix, corroboró y puso a disposición de la sociedad lo que estaba sucediendo. Y la histeria alrededor del tema fue tal que, dada la cercanía al juicio, la BBC estrenó otro la semana pasada, The Battle For Britney: Fans, Cash and Conservatorship, distribuido por DirectTV on Demand.

La vida de Britney fue blanco de risas, indignación e incredulidad en el mundo entero, desde los infames episodios de 2007, cuando los paparazzis la retrataron pelada y atacándolos a golpes con un paraguas. Luego de eso llegó la internación, disputas por la custodia de sus hijos con Kevin Federline, una rápida y llamativa recuperación que la llevó a retomar su carrera rápidamente –a veces con resultados buenísimos, a veces con la sensación de que todavía no era momento–, y luego el enigma, salpicado por algunas apariciones como jurado en programas de TV, una residencia en Las Vegas y un extraño comportamiento en redes sociales.

Declaraciones suyas dadas en el documental For The Record, de 2008, donde afirma que su vida es "peor que la cárcel", el fandom preocupado encontró una pista clara. Así, el hashtag creado en 2009 por la primera fan que intuyó que algo no andaba bien, #FreeBritney, pasaba de la curiosidad conspiranoica al activismo real. Fans de todo el mundo comenzaron a interpretar pedidos de ayuda velados en las publicaciones en redes de la cantante, y fueron las podcasters estadounidenses detrás de Britney's Gram, donde se analizaba el contenido (por demás llamativo) de su Instagram, quienes recibieron una llamada anónima que decidieron no ignorar. En ella, una voz aseguraba que Britney Spears estaba "legalmente privada" de tomar decisiones sobre su propia vida, fueran sanitarias, profesionales, patrimoniales o financieras.

¿Qué fue lo que se confirmó, y que Framing Britney Spears expone con mucha claridad? Que cuando su salud mental se vio comprometida, la cantante fue declarada incompetente para hacerse cargo de su propia vida, y su padre pasó a ser el responsable detrás de todas sus decisiones. Una figura que en inglés se llama conservatorship y en español lo más parecido es tutela, y que suele adjudicarse a adultos muy mayores o personas con desórdenes mentales inhabilitantes.

Para entender el grado de control que tiene su padre sobre la vida de la artista, valen algunos ejemplos. Recientemente, se supo que Jamie Spears no le permitió a Britney remodelar la cocina de su propia mansión. Por otro lado, según declaró el novio de la cantante, su suegro pretendía –y legalemente podía– meterse en los aspectos más íntimos del funcionamiento de su pareja.

De la zona rosa a las zonas grises

Pero el asunto es aún más complejo de lo que se deja ver a simple vista. En principio, Britney estuvo de acuerdo con que otro adulto se hiciera cargo de su patrimonio y de las decisiones importantes de su vida: una estrella de su calibre no puede simplemente dejar todo en pausa y desaparecer, y ella en 2008 no contaba con la estabilidad mental y emocional para poder sostener su imperio. Pero la medida iba a ser, inicialmente, temporal.

Y como dejan en evidencia los documentales, la cantante pidió expresamente que esa tutela no le fuera concedida a Jamie Spears. Según se sabe, Britney no pide recuperar la total autonomía sobre su patrimonio, sino que éste pase a manos de la administradora Jodi Montgomery. Los motivos sobre esta decisión, y si es cierta o es un rumor, todavía se desconocen.

Britney Spears junto a su padre, Jamie Spears | Foto: Archivo web

Desde el año pasado, y por pedido de la estrella, su padre ya no puede tomar decisiones que tengan que ver con su vida personal, pero todavía sigue siendo el guardián de su inmensa fortuna. Esto a pedido de la cantante, que lucha por demostrar su competencia hace casi una década; una competencia que evidentemente tiene para seguir trabajando y facturando, pero no para ser dueña de su propia vida. Una competencia que la llevó a negarse a volver a trabajar hasta dejar de estar bajo la custodia de su padre.

Pero lo que pone en evidencia el caso no es solamente la crueldad del sistema judicial sino la injusticia sistemática que llevó a la estrella a ese punto. Una persona que vivió bajo escrutinio, cuyo talento, sexualidad y ejercicio de la maternidad fueron blanco constante de burlas, cuestionamientos y lisa y llana crueldad. El mundo amaba a Britney, y al parecer amaba criticarla, violentarla y verla fallar en igual medida. Como si fuera algún chivo expiatorio, una pelota antiestrés, una depositaria de las frustraciones de la Humanidad toda. Como si ella, más allá de lanzar discos cada tanto, mereciera pagar si su vida privada no colmaba las expectativas.

Todo esto es algo que pocas veces pasó con estrellas masculinas, quienes podían ser abiertamente mujeriegos, padres ausentes y hacer playback, y sin embargo jamás tuvieron que exponerse al acoso sexual en cámara, a que el periodismo los humille o que los acusen públicamente por haber sido malas parejas.

La boca que muerde la mano

Si bien Framing Britney Spears es esclarecedor, tiene un trabajo de investigación detrás impecable y todas sus decisiones están atravesadas por la perspectiva de género, también es cuestionable si no funciona como una revictimización de Spears, que como bien puede entender cualquier persona que sigue el caso, es una mujer perfectamente competente y consciente de lo que sucede. El documental expone su intimidad más celosamente guardada por décadas, y la coloca en un rol, al menos en lo que refiere a varios momentos de su vida, injustamente pasivo.

Si bien el filme intenta enfatizar a través de entrevistas (a uno de sus bailarines o a su asistente personal y chaperona, Felicia Culotta) que Spears estuvo durante muchos años en pleno control de su carrera y sus decisiones, por el contrario del imaginario de títere del starsystem que se puede imaginar, es imposible no sentir a Britney, una de las personas más poderosas del mundo y quien aún hoy goza de un status de ícono incomparable al de ninguna otra estrella, como una simple víctima de sus circunstancias.

No llama la atención entonces que Britney (quién fue contactada para participar, aunque como afirman los créditos finales no se sabe si esos pedidos siquiera llegaron a ella) no haya quedado contenta con la pieza ni con el tratamiento que hace sobre su figura. Sin embargo, tanto estos documentales como el caso judicial en curso hecha luz sobre varias cuestiones problemáticas muy vigentes: el machismo y la misoginia, la salud mental y el acoso y abuso sistemático que sufren las estrellas pop por parte no solo del sistema en abstracto, de los fans y de la prensa, sino (en muchos casos) también de su propio entorno.

Algo romántico hay: una persona que es abusada y sometida por todo el aparato de personas a las que les dio de comer es llevada hasta la cima y luego estrellada por la fama, es rescatada precisamente por quiénes construyeron su fama: sus fans, quienes tomaron un rol activo investigando, comunicándose y manifestándose por la ampliación de derechos, esta vez no de un colectivo oprimido sino de la mismísima Britney Spears. Una estrella querida como pocas, con un fandom y una mística que ningún acoso periodístico, ningún testimonio difamatorio, ninguna presentación en vivo desafinando y casi sin poder moverse pudo resquebrajar.

Y lo que sucede hoy parece un próximo episodio más que un punto final: luego de tres horas de análisis del caso, que incluirá entrevistas a sus abogados, a la abogada de su padre, a sus personas cercanas y a sus fans, luego de un repaso por toda su carrera y por todos los puntos de inflexión que parecieron llevar a Britney al límite de su cordura, el show culminará con la declaración de la propia Britney, de la que todavía poco se sabe y por primera vez desde su propia voz. Para todo el mundo, por TV y vía YouTube.

¿El show debe continuar? Y bueno, no puede ser de otra manera.