Al escritor noruego Kjell Askildsen lo conocimos viejo. Ya lo era al comenzar a publicarse en español a comienzos del año 2000. Y cuando visitó Buenos Aires para el Filba 2011, estaba prácticamente ciego y no escribía más. Con la noticia de su muerte, el pasado 23 de septiembre y a una semana de llegar a cumplir 92 años, ver las fotos publicadas de un joven Askildsen, era como ver a otro.

Sin embargo, en aquella juventud empieza todo. A los 24 años Askildsen publica su primer libro de cuentos Desde ahora te acompañaré a casa y se lo envía por correo a su familia. “Gracias por mandarme el libro, pero quiero que sepas que lo quemé”, le dijo el padre que había sido alguacil y miembro de la Misión Luterana Noruega de Mandal, el pueblo donde nació Askildsen. Para darnos una idea, Mandal tiene 6 kilómetros de diámetro en 1929 y lo llamaban “el cinturón de la Biblia” o “el país oscuro”. El libro además fue prohibido en la biblioteca pública local por “inmoral”. “Mis padres eran muy religiosos y había unos párrafos de mucho erotismo; supongo que fue demasiado para ellos. Era lógico: yo también estaba en confrontación con el mundo de mis padres”, reflexionaría Askildsen con posterioridad. Lo cierto es que aquel libro era una bomba. Pero no por aquello que escandalizó al país oscuro sino por la potencia con que Askildsen en dos páginas - y no es una metáfora – era capaz de poner sobre la mesa lo más sombrío del ser humano. En el cuento que da nombre a aquel libro, dos chicos de dieciséis años van al bosque y hacen el amor por primera vez. Es ese instante donde podría acontecer algo grato, hay un revés. “Creo que ya nunca voy a desear nada que no conozca”, piensa el chico mientras está dentro de ella. Después el bosque se vuelve oscuro, las copas de los árboles ya no se ven tan verdes. Oppgithet, definió en su idioma Askildsen lo que trasuntan sus personajes y que traducido significa aproximadamente: desaliento, falta de esperanza.

Podríamos continuar con el primer libro que se publica en español, Un vasto y desierto paisaje. El cuento que lleva ese título es inolvidable. Un hombre espera tumbado en una reposera a que la familia regrese del entierro de su esposa. Ambos tuvieron un accidente, ella murió en el acto y él está convaleciente. Nada de lo esperable sucede (otra marca Askildsen). El hombre no solo no siente el dolor de la pérdida de su mujer, sino que se lo ve renovado: “Cuando el padre de Helen se acercó a decirme algo, sentí una especie de satisfacción, porque ahora que Helen había muerto, él ya no era mi suegro, ni las hermanas de Helen mis cuñadas”.

Fogwill fue quien se ocupó con un interés muy personal, en que Askildsen se divulgue en la Argentina y prologó para la editorial Lengua de Trapo los cuentos reunidos. Y pinta al autor de cuerpo entero: “Puede narrarlo todo y de la mejor manera con personajes sin rostro ni más rasgos físicos que el detalle indispensable, con nombres que se olvidan de inmediato, sin tonos de voz; representando diálogos reducidos al mínimo y muy a menudo sin saltos de párrafo ni comillas; con emociones transmitidas por una palabra o por un impulso a actuar, con climas y estaciones indicadas apenas por la luz o por ínfimas señales del cuerpo o del espacio natural”.

En esa compilación que tuvo muchísimas reediciones, la mayoría de los personajes son viejos mal llevados, que no quieren ver ni a su propia familia. Como en “El estimulante entierro de Johannes”, donde uno de esos viejos se dispone a leer el diario en el parque cuando aparece su hermano gemelo a quien hace años que no ve. “Tuve la ardiente esperanza de que no me hubiera visto, pero en ese instante oí su voz”. En “María” otro se encuentra con su hija en la calle y piensa: “Pero ¿por qué he tenido hijos como ella, por qué?”.

Ahora bien, el lector termina haciendo empatía con esos renegados, aunque lo que hacen o dicen suene tan mal. Porque por más que no se explicita – nunca – esos hombres tienen marcas de vida y por eso dicen y hacen cosas antipáticas. Como el protagonista de “Carl” que espera cuando su mujer muera, tener más espacio en el placard. O los hermanos de “El clavo en el cerezo” que siguen disputándose como dos niños narcisistas, la atención de la madre durante el entierro del padre.

Askildsen no es comparable con nadie, tampoco con Raymond Carver con quien suelen emparentarlo. Es todavía más seco y no hay en sus relatos ni ternura ni comprensión. Creó un estilo muy propio y reconocible, una marca. Se declaraba deudor de Hemingway y eso sí se nota por cómo aplica la fórmula iceberg, donde lo que debe aparecer en la superficie de un relato es un diez por ciento de lo que se quiere contar. El noventa restante, debe operar sin ser visto, ni dicho. Esas dos o tres páginas que son lo que duran en promedio sus relatos, hay por lo general una escena central, con uno o dos personajes que apenas se mueven y casi no hablan. Andan por lugares comunes, casas, jardines, bares. Caminan pocas cuadras, salen lo necesario. Y eso basta para plantar un drama completo.

Todo en Askildsen es escaso, y con esa escasez se las arregla. “Llevaba un rato junto a la ventana abierta mirando la acera. Estaba vacía, era domingo a primera hora de la tarde, y también él se sentía vacío por dentro, como si lo desierto de la acera hubiese penetrado en él”. Así empieza “Colisión” un relato donde la tensión por el quiebre de una pareja está puesta en un choque entre dos autos, mientras ellos, dentro de la casa, se tiran frases tan cortas como filosas. El matrimonio y la vejez son los dos proincipales focos donde los lazos con el otro están quebrados, los separe un abismo o una pared de hielo.

Nórdica editó el año pasado El precio de la amistad, los últimos cuentos. En el texto que abre el libro, un padre ciego y en silla de ruedas, tira una copa a propósito para que su hijo que lo visita poco se vea obligado a tocarlo. En ese momento el viejo dice: “Todo se iluminó”, aunque –como no podía ser de otra manera si es Askildsen el que escribe- esa luz dura menos que un instante. Y este viejo del cuento bien podría ser el joven debutante de aquel primero. La vida pasó, pero el Oppgithet está intacto.

Askildsen vivía en las afueras de Oslo, a resguardo como se lo propuso, de la prensa y la popularidad. Murió mientras dormía junto a su mujer.