El gobierno de Carlos Saúl Menem cumplía sus primeros cuatro años, el proceso de privatizaciones y desmantelamiento del Estado ya había sentado sus bases y el peronismo asistía a la más impensable transformación: convertir un gobierno de ese signo en el más perfecto instrumento de instalación de un modelo político-económico de concentración y desmovilización popular. En ese mismo año, el 13 de julio, como si se tratara de una triste metáfora del retroceso de las fuerzas populares, fallecía Germán Abdala, probablemente el más brillante dirigente político –abarcando a gremialistas, políticos y otros referentes sociales en general– de su generación. “El mejor de los nuestros”, como lo despidió Carlos Chacho Alvarez.
Secretario general de ATE Capital, diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires desde 1989, integrante del Grupo de los 8 que rompe con el menemismo seis meses después, uno de los principales constructores de la CTA y fundador del Movimiento Renovador Peronista (junto a Chacho), fue además el más claro, profundo y adelantado analista de ese momento político, legado que dejó en distintas intervenciones grabadas que recogieron y editaron sus compañeros de batalla. Víctor De Gennaro en primer lugar, su compañero de militancia en ATE desde sus respectivos inicios.
Abdala y De Gennaro ganaron la conducción de ATE en 1984, casi en paralelo a la recuperación de la democracia. El gremio fue actor principal en esos años de debate sobre la reconstrucción del Estado y la necesidad de volver a ponerlo al servicio de un proyecto nacional y popular. Y la voz de Germán fue la más luminosa para señalar el rumbo. En 1985 protagonizó un debate memorable en el programa de televisión Tiempo Nuevo (Mariano Grondona y Bernardo Neustadt), en una mesa con economistas y políticos neoliberales que intentaron acorralarlo, descalificarlo y hacerlo cargo de la “ineficiencia”, “burocracia” y “corrupción” que, desde sus interesadas miradas, representaba todo “lo estatal”. No pudieron. Con solidez, serenidad y discurso impecable refutó, destruyó falacias, redefinió ejes en la discusión y planteó los fundamentos de un proyecto nacional y popular que tuviera al Estado como instrumento de transformación.
“Cuando el Estado se metió a planificar fue siempre un fracaso. En los últimos cincuenta años…”, le disparó un economista neoliberal, todavía vigente. “¿Adonde? ¿En Argentina? Pero si tomamos incluso desde 1940 hasta acá, apenas hubo dos períodos de legitimidad popular en los que, realmente, el Estado cumplió un rol de planificación, de alentar la producción, las áreas industriales. Y hubo 30 años de ilegalidad, de represión, de entrega”, respondió Germán. “Pero también conducido por el Estado”, aportó otro integrante de la mesa. “Sí, al servicio de otra política”, replicó Germán.
–“Eso no importa”.
–“¿Cómo que no importa?”, reaccionó Germán. “No es lo mismo, el Estado tiene color, nombre y apellido, proyecto político, proyecto de vida. No podemos tomarlo como algo abstracto. El que lo corporiza con una política es el responsable. Entonces, el peronismo no se puede hacer responsable de lo que se hizo desde el Estado durante décadas en el país”. Y mientras Germán desarrollaba la idea de un Estado planificador del desarrollo, del bienestar social, de la defensa de la producción nacional, Neustadt, con evidente muestra de fastidio, levantaba la voz para interrumpirlo y frenar su exposición.
–“Abdala, Abdala, ¡Abdala! Usted vino como sindicalista y se me ha puesto en intelectual y filósofo. Doña Rosa está diciendo en este momento, ¿pero éste me representa a mí?”.
–“Claro que sí, tampoco hay que subestimar (sonrisa pícara de Germán). Los trabajadores no necesitamos estar siempre en mameluco y pidiendo por un salario. Los trabajadores pensamos también en el país que tenemos; los sectores populares también tenemos un planteo, una propuesta que hacer. No está solo el discurso de un sector dominante”, fue su remate genial.
Tenía sólo 30 años, pero el aplomo en la discusión del veterano con más recorrido. Firme y sencillo a la vez. Como cuando se sentaba, mate en mano, en rueda de compañeros. Una grabación de mediados de 1990 lo encuentra en esa actitud, explicando por qué se forma el Grupo de los 8 diputados del Frente Justicialista que rompen con el menemismo y arman bloque aparte. “Para nosotros, el 14 de mayo (de 1989) no era un simulacro de elección. Muchos de nosotros llegamos (a Diputados) con la misma boleta del Presidente de la Nación (Menem), pero creímos en el compromiso de la campaña. El tema del salariazo como modo de recuperar los ingresos de los sectores más desposeídos. En la recuperación de la cultura del trabajo frente a la cultura de la especulación. Eran las bases esenciales de nuestro programa. Lo que ocurrió después es una defraudación del voto popular. Las cinco o seis consignas básicas, la defensa de lo nacional, la participación de los sectores sociales marginados, era el mensaje, es el programa. Para que la democracia no pierda sentido, no se vacíe de contenido, hay que comprometerse con eso. Lo que hubo acá es un fraude, y nos fuimos porque eso es lo que no estamos dispuestos a bancar en términos políticos”.
Para esa misma época, en otra filmación se lo ve rodeado de gente humilde, alguna madre con chico en brazos, escuchando su hablar sereno pero directo, caracterizando muy tempranamente, a un año de haber asumido, al gobierno de Carlos Menem. “El peronismo siempre combatió la injusticia, la explotación, la desigualdad, las necesidades insatisfechas. El peronismo nunca justificó las situaciones sociales injustas. Frente a esto, siempre se plantó y cuando pudo, demostró ser un movimiento transformador. Pero hoy estamos asistiendo al intento de vaciamiento del contenido transformador del peronismo. El peronismo nunca pudo haber dicho, como discurso oficial, que los males del país son por los 40 años de dirigismo (en alusión a palabras de Menem de aquel año 90). Podemos ser ignorantes en política, no tener muchas luces, pero restamos 90 menos 40 y nos da 50, estamos en el año 1950. Es decir que la crítica abarca al gobierno de Perón, se repite lo que otros dicen sin pensarlo. El peronismo nunca puede hablar con la lógica y el pensamiento de quienes siempre nos dominaron”.
Su salud empezaba a debilitarse pero sus convicciones no. El cáncer fue consumiendo su cuerpo, pese a lo cual acompañó y alentó la conformación de la CTA, ya postrado pero sin abandonar totalmente las reuniones y discusiones con los compañeros cuando sus períodos de tratamiento lo permitían. Su última aparición pública fue en el Congreso de la CTA de Parque Sarmiento (Capital Federal), en noviembre de 1992. Tomó el micrófono para alentar la construcción de ese nuevo espacio político. Así recordó ese momento Norberto Galasso: “Está en silla de ruedas. Flaco y pálido, pero con los ojos luminosos de quien está seguro de la victoria final”. Y lanza una frase tremenda: “No me va a doblegar el cáncer, pero me mataría, eso sí, la tristeza si no logramos dar forma organizativa y presencia a este maravilloso fervor militante”.
El 93 trajo más privatizaciones, pérdida de derechos laborales, desmantelamiento del Estado, destrucción de fuentes de trabajo. Y se llevó a Germán. En aquella jornada de noviembre del 92, un silencio profundo se había producido entre el cierre de su discurso y el estallido de las tribunas en un ensordecedor “Olé, olé olé, Germán, Germán”, que lo acompañó sin aflojar mientras se retiraba del estadio. El 13 de julio del año siguiente ese mismo grito se seguía escuchando, y hasta hoy sigue sonando.