A un mes del intento de magnicidio contra Cristina Kirchner, del vallado domiciliario y la represión del Gobierno de la Ciudad a manifestantes en su vigilia de apoyo a la Vicepresidenta, y a poco más del ataque a piedrazos contra su despacho en el Senado, el juez federal Daniel Rafecas procesó a Claudio Herz, adulto mayor que el 21 de julio encabezó un grupo frente al Instituto Patria, al grito de “Ahora te toca la horca”. El procesamiento por los delitos de “amenazas e incitación a la violencia colectiva” al hombre que completaba la amenaza con la frase “Ahora te toca la horca. El único camino para deshacernos de vos, de todos tus cómplices, de tu hijo y de toda la basura que nos gobierna. Eso es lo que vamos a hacer: te vamos a sacar a patadas en el culo”, sentaría un precedente jurídico, insumo a futuro, por tratarse de conductas delictivas “que exceden los límites de una protesta o de la expresión de ideas”, concluye el magistrado en su resolución. En esos límites pisoteados y transgredidos, emergen “algunos fenómenos que para mí siguen siendo enigmáticos, por ejemplo, la concentración del odio”, dirá Alicia Stolkiner. “Se habla de una ruptura del pacto democrático, pero me pregunto si ese marco no se viene rompiendo hace rato por fuerzas de una magnitud necropolítica.”

Licenciada en Psicología, referente central en Salud Pública con orientación en Salud Mental, doctora Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Entre Ríos, profesora titular histórica de Salud Pública y Salud Mental de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), e integrante del Equipo Interdisciplinario Auxiliar de la Justicia de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), Stolkiner se brinda a una conversación generosa pero sin concesiones. Un estado de alerta permanente que interpela sobre la caída de las certezas, el aborrecimiento despersonalizador contra CFK, los discursos neonazis, las subjetividades y la posibilidad infinita de los derechos humanos como idea fuerza frente a una avanzada de la derecha neoliberal. “Lo impresionante de los procesos inflacionarios”, agrega, “es que producen ruptura del lazo social.”

Y el enojo social queda capturado.

-¡Sí! Para esa parte de la sociedad cuyo dolor, insatisfacción y enojo, porque las situaciones que hemos vivido y vivimos son muy enojosas, están fuertemente capturados en algunos discursos en relación a otros semejantes, porque es muy difícil descargar el enojo sobre alguien que no es personalizado. ¿Con quién te vas a enojar cuando sentís que de golpe, por ejemplo, el año pasado tu jubilación te alcanzaba y hoy ya no? ¿Con el FMI, con el capitalismo mundial? Es más fácil pensar que tu jubilación no te alcanza porque le dieron un montón de jubilaciones a gente que no aportó. Y ese otro que sería un par, se transforma en un enemigo. Estamos viviendo una especie de tormenta perfecta. Hay inflación y hay crisis económica sin recesión, que es una diferencia respecto de crisis anteriores porque es una crisis con crecimiento, pero crecimiento que se acompaña de un empobrecimiento muy importante de grandes sectores de la población, y de la volatilidad de la moneda, que es como volatilizar el elemento de intercambio social.

Además del escenario de la pandemia.

-Por eso la tormenta perfecta. La pandemia fue el acontecimiento que precipitó catastróficamente el desequilibrio de un sistema que ya estaba en un alto nivel de desequilibrio. Y que es integral: es hacia nuestra forma de vinculación, hacia lo macrogeopolítico, lo macroeconómico, hacia la articulación entre el pensamiento que tenemos como hegemónico y se empieza a desmoronar, hacia la reaparición de formas de vinculación que creíamos sobrepasadas. En su último alegato, Cristina Kirchner señaló el atentado contra su vida y las otras experiencias violentas como la ruptura de un pacto existente desde el retorno a la democracia. Pero creo que hay algo mucho más subterráneo, y la pregunta es si estamos en una época en la que existe ese pacto, o si hay fuerzas necropolíticas dispuestas a trascenderlo y a sobrepasarlo permanentemente. Me pregunto si no se viene rompiendo hace rato ese marco de posibilidad de un acuerdo democrático, con una base que por lo menos sea respetemos los derechos y mantengamos el Estado de derecho.

En marzo atacaron a piedrazos el despacho de Cristina Kirchner en el Senado

Con la memoria pegada a un cuerpo que guarda cicatrices de luchas y exilios, Stolkiner recita con fervor palabras y escritos que ayudan a enhebrar las cuentas del descontento, de las convocatorias de muerte, de los medios y de los victimarios, para rodear a ese monstruo de la venganza que anida en la ofensiva neoliberal, contra el deseo de una vida autónoma.

“Vengo trabajando la idea del goce retaliativo, relativo a retaliación, a venganza. Y ese goce, en el cual estamos todxs comprometidxs, por llamarlo de alguna manera el placer de la venganza, tiene una cuestión antagónica con la Justicia”, advierte. “Muchas situaciones de la sociedad que vemos en los medios y que además forman parte del discurso social, de justicia por mano propia, consisten en la presencia de una situación enojosa, de violencia, en la cual unx empatiza con la víctima, pero identifican al victimario y descargan el odio sobre él, para después seguir tranquilamente. Al hacerlo se transforman en victimarios. ¿Entonces me invitan a mí a disfrutar una muerte? Me están haciendo cómplice y convocan a los demonios que unx tiene adentro, convocan a un monstruo. Y esto no debe ser novedoso, porque por algo quemaban a las brujas, y por algo disfrutaban al quemarlas. Está contenido en nosotrxs.

¿Qué expresan estas manifestaciones?

-Que en el corazón de todo eso está la ausencia de justicia. Lo vi con claridad en una paciente que había sido víctima del terror de Estado y tenía el sueño recurrente de que le volaba la cabeza al general (Luciano Benjamín) Menéndez, sueño que cesó cuando él fue preso. Ella odiaba ese sueño, esa situación de violencia y de alivio simultáneo.

Y si volvemos a las brujas…

-La pregunta es por qué la gente las detestaba. Es probable que necesitaran depositar en ellas algo que les era tremendamente enojoso construirlos como culpables y gozar retaliativamente. El filósofo Cesare Beccaria es el primer autor italiano que introduce la crítica a la tortura. Las escenas de tortura pública eran consideradas pedagogía aleccionadora. Beccaria escribe que la tortura no es una forma lícita para hallar la verdad en los juicios, pero en una de sus cartas tiene una frase terrible: “Las leyes te hacen sufrir porque eres culpable, porque puedes serlo o porque yo quiero que lo seas”. Volviendo a la actualidad, antes que sucediera el atentado contra Cristina, me impresionó mucho que un diputado nacional, sea del pinche partido que sea, hubiera pedido la pena de muerte por corrupción, por algo que hace a los bienes. Es como ese sector de la sociedad chilena que siempre le perdonó a Pinochet la gente que mató, pero que cuando descubrió que era corrupto, estaba todo mal. Pensé, ´no podemos tener de nuevo una persona pidiendo la pena de muerte´.

¿Cómo operan estas fuerzas necropolíticas en la subjetividad social?

-Es lo antagónico a la construcción de la sociedad de lazo y de actores sociales que buscan la aceptación de lo diverso y su incorporación, en un vínculo más amoroso y comunitario. Los activismos necropolíticos sueñan con una sociedad que se parezca a esas películas de futuros distópicos, de todos contra todos y donde todo el mundo está empobrecido. Hay dos frases en la Argentina que me llaman la atención: la residual de la dictadura, “Hay que matarlos a todos”, porque quien la enuncia dice que hay que hacerlo pero no se hace cargo de la acción, y porque hay un placer en la enunciación. La otra frase apareció con la pandemia, “que mueran los que tengan que morirse”, y el que la enuncia se pone afuera, no hay un nosotrxs. La dijeron Mauricio Macri y Boris Johnson. Estaban convencidos de que porque viven donde viven y tienen los recursos que tienen, a ellos no les iba a pasar. Ahí anida la construcción de vidas que no merecen ser lloradas, cuyas muertes no tienen por qué conmover. A veces pienso que se hace con un pueblo entero lo que históricamente se hizo con las mujeres, que tu autopercepción es una identidad socialmente descalificada.

Son discursos que vehiculizan el rencor y el odio en otrxs capaces de producir muerte, como por ejemplo en el caso del atentado contra Cristina Kirchner.

-En algún momento la micropolítica es macro, no un discurso. No interpreto a personas que no conozco, pero si hago una lectura social, cuando ves la vida de Brenda Uliarte te encontrás con una vida atravesada por un lugar designado de resto social. Como cuando dice que quiere pasar a la historia, pero la que va a pasar a la historia es Cristina. Está condenada al lugar de los nadies y ella quiere ser alguien, dice "soy San Martín". El padre de la patria, encima, ni siquiera la madre.

En uno de sus chats, Uliarte manifestó estar cansada del “limbo” y reclamaba pasar “a una realidad en acción”.

-Quiso pasar a una realidad en acción que no fuera inercia de cómo salir de ese lugar de resto, en una sociedad que produce personas cuyas vidas no merecen ser lloradas, como diría Judith Butler en “Marcos de guerra”, pero es una frase demasiado parecida a la de las vidas que no merecen ser vividas. Hoy lo que aparece no es el riesgo de una guerra, sino el riesgo de esta sociedad que a veces se va al carajo y se degrada en conflictos que no se sabe cuáles son, cómo son ni cómo se produjeron. Para muchxs, la sensación de que se caen del mapa no es fácil de soportar. ¿Y por qué deberías respetar la vida de otro si nadie respeta la tuya? No es una justificación, solo trato entender.  

“Vivir peligrosamente” aparece entonces como alternativa política en un mundo con pocas probabilidades de componer certezas, subraya Stolkiner, antes de referirse al gerontofascismo que alude Franco Bifo Berardi.

“Leí una publicación reciente de Bifo, en la que habla del gerontofascismo en Italia, donde ganó Giorgia Meloni, una mujer fascista que se reivindica como feminista en un discurso extrañísimo. Bifo dice que el fascismo de Mussolini venía con una propuesta de desarrollo nacional, con ideas de intervención estatal de crecimiento y fortalecimiento del mercado interno. Por supuesto, dejaban a algunos afuera y, si era posible, los liquidaban. En cambio ahora es un fascismo sin ilusión, sin promesa de crecimiento. Es el gerontofascismo, una buena parte del mundo dirigida por gente de una generación que debería retirarse. Y además es un fascismo neoliberal, un antagonismo, porque el fascismo siempre luchó contra el liberalismo. Creo que la concentración de la riqueza no puede seguir adelante manteniendo las formas democráticas históricas dentro de los límites de la gubernamentabilidad.

Para el XV Congreso de la Asociación Argentina de Salud Mental 2022, Stolkiner revisitó a la psicoanalista inglesa Melanie Klein y a uno de sus trabajos más trascendentes, Envidia y gratitud, donde plantea la diferenciación que yace entre envidia, celos y voracidad. “Klein escribe: ´La voracidad es un deseo vehemente, impetuoso e insaciable que excede lo que el sujeto necesita y que el objeto es capaz de estar dispuesto a dar. La capacidad primordial de la voracidad es vaciar por completo´. Cuando lo leí, dije ´ésta es la era de la voracidad´. No hay forma de parar lo que el humano está haciendo con la naturaleza, con la vida y con las vidas de sus propixs congéneres, en esta tendencia a la concentración. Mientras tanto, devastar y vaciar.

Una multitud se movilizó el 2 de septiembre en repudio al atentado contra la Vicepresidenta/Telam

Si hablamos de ruptura de pactos democráticos, ¿cuál debería ser el rol de los derechos humanos en la producción de subjetividad, en esta etapa de transformación económica y geopolítica mundial?

-Debemos pensar los derechos humanos, a esta altura diría los derechos del buen vivir y de la naturaleza también, no como un corpus jurídico, sino como una idea fuerza que permite la configuración de movimientos sociales, y que esos movimientos tomen de esta idea fuerza algo que es profundamente antagónico a la necropolítica. No digo nada que la Argentina no haya mostrado ya alrededor de lo que fueron los movimientos de derechos humanos, con las Madres y las Abuelas, un fenómeno que no debiéramos permitir que se pierda. Es una generación que se está terminando, pero debe tener una continuidad que adquiera formas nuevas, por ejemplo en las adolescentes y jóvenes que tomaron las calles por el derecho al aborto, y su consigna, “Somos marea plateada, hijas de los pañuelos blancos y madres de los pañuelos verdes”.

Tomar como eje inescindible la construcción colectiva.

-Hay formas de cohesión de masas, de identificación ciega al líder, donde deposito mi ideal del yo, pero no es lo mismo hablar de esto que de colectivos, una construcción que acepta diversidad y diferencias internas, y al mismo tiempo se trata de un movimiento que contiene una idea fuerza que lo constituye, y que está hecho de personas comunes. La historia la hacen personas comunes a las que les tocan situaciones extraordinarias. No existen los héroes, la épica guerrera es hija del patriarcado. Y yo detesto la épica. Las Madres y las Abuelas sobrevivieron a lo que les hicieron a sus hijxs e hicieron de eso una fuerza, transformándola no en deseo de venganza sino de justicia. Eran y son un colectivo formado por personas comunes.  Aquí tomo fuertemente una definición que escuché de Eduardo Luis Duhalde, a su vez tomada de Emmanuel Lévinas, que dice “mis derechos son los derechos del otro, y míos en cuanto yo soy el otro del otro”. Es importante, porque rompe con la categoría individuo. 

Los ataques de odio sintetizan el rechazo a muchas de estas configuraciones que Cristina Kirchner sostiene. 

-No sé si sería capaz de soportar el peso de un sector de la sociedad entera en semejante nivel de descalificación y de despersonalización, de soportar lo que también soportaron las Madres y Abuelas, sin enloquecer. Creo que lo lograron porque lo militaron e hicieron un colectivo, y creo que a Cristina en alguna medida la sostiene la demostración pública de amor y alegría colectiva que se desplegó tras el alegato del fiscal. Conste que no soy alguien que se fascine con nadie, sí tengo una cuestión de fascinación con lo que pasa con las personas. Me gusta esa frase de Evita, “El pueblo marchará con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”. Son lo que nosotrxs hacemos de ellos.

Hasta la noche del atentado, la vigilia frente al domicilio de la Vicepresidenta se había convertido en una celebración popular.

-Hubo un extraño proceso que se desarrolló a lo largo del juicio por la causa Vialidad, y Cristina lo señala bien. Al final del alegato del fiscal Diego Luciani, el 22 de agosto, hay una especie de cadena nacional en los medios, donde aparece el domicilio personal de la Vicepresidenta, una especie de convocatoria a la presencia asesina, pero que se transforma en esa presencia cariñosa, afectiva y pacífica hasta el día de las vallas, cuando manifestaciones que van a hacerse en otros sitios se concentran en Uruguay y Juncal, y se produce la represión. En esos días previos al vallado y al atentado, para mucha gente fue un momento muy feliz, y hacía rato que no había un momento feliz. El atentado es como si hubiera venido justo para destrozar la felicidad. Y entonces recordé una consigna de la revolución nicaragüense: “Defendamos la alegría, el enemigo le teme”.