¿Ángeles o demonios? Así clasifican a la niñez las cada día más violentas políticas neoliberales. Los demonios -que para esa ideología siempre son de clases populares- son chorros que hay que descartar, encarcelar, matar y hasta acusar a priori; como al pibe inexistente que inventaron en la municipalidad de Lanús. Tenía catorce años y había confesado que mató a la niña Morena Domínguez, afirmaba convencido el político pro mano dura encargado de velar por la seguridad de la zona. El funcionario, en lugar de asumir la realidad violenta en sus dominios, tiró consigna: ¡Apunten contra la niñez! Carancheó mintiendo que el asesino era aproximadamente de la edad de la nena asesinada; mientras un agresivo periodista a sobre se preguntaba, cínicamente indignado, por qué ella ya no está con su mochilita mientras el chico asesino sigue estando con su moto.

El funcionario, el escribidor y otres -cuyos nombres prefiero olvidar- fueron desmentidos por la justicia. Ese trapicheo no fue casual, forma parte del ideario liberal tardío: arrancarle derechos a les vulnerables. Y escupen odio agrediendo a niñeces y juventudes excluidas. Acusar a un menor desde el prejuicio es seguir echando leña al fuego anti pibes.

Estamos atravesando un momento bisagra. Los íconos de la democracia se estremecen. Hasta la seguridad de clase -propia de neoliberal paquete- comienza a temblar. Pero en algo coinciden las derechas: segregación, aporofobia, represión, violencia con lo juvenil, otras.

¿Por qué reclaman endurecer la ley contra la minoridad en lugar de asumir la responsabilidad comunitaria que les toca? Lanzan fake news que castigan a cierta niñez persiguiendo dos metas: encubrir el deterioro de la seguridad de su distrito sumado a la propia desidia criminal, por un lado; y vomitar anatemas para bajar la edad de imputabilidad, por otro. Pero no proponen soluciones para la prevención de la delincuencia, para una reinserción social efectiva y eficaz, para disponibilidad escolar, para salidas laborales dignas. Al contario, matan a una niña en su territorio y ¿se lavan las manos culpando a otro menor? Una mezcla rara de Herodes y Pilatos.

La niñez es un invento moderno, una categoría social producida por la burguesía naciente. Antes de la Revolución Industrial les menores eran considerados adultes en pequeño. ¡Si hasta les peinaban y vestían como hombre y mujeres en miniatura! Pero el naciente capitalismo necesitaba seres sumisos para mantener activas sus líneas de montaje. Se vigiló y construyó una niñez domesticada. Pero ese dispositivo de control produjo un plus no pensado ni deseado por el poder coercitivo: le dio visibilidad a esa franja etaria y abrió paso a la construcción de sus derechos, hoy en peligro.

Pues la burguesía exige seguridad ciudadana escamoteando el desgarro del tejido social que provocan sus inequidades. Impone represión criminal sin pudor, sin examinar las raíces, los mecanismos y las consecuencias del abandono del bien común que provoca inestabilidad y caos. Lo perverso es que enfrentan la inseguridad concentrándose en los efectos en lugar de examinar los factores criminógenos que la promueven. En vez de educar prefieren encarcelar clausurando, así, el futuro de las personas en formación.

A nivel internacional, las ciudades en las que disminuye la delincuencia infanto juvenil son las que, además de hacer justicia, generan estrategias sociales integrales actuales y a futuro. Por el contrario, los países con población civil armada registran el mayor número de delitos infantiles y juveniles. Intensificar la represión no es solución. La mano dura contra ciertas niñeces y juventudes es una táctica de intolerancia selectiva contra un sector de la población estigmatizado como descartable.

Se establece un ideario, en el que una minoría poderosa merece seguridades y garantías mientras el resto soporta prejuicios, exclusión y represión. En ese resto están les pibes con el estigma impuesto por el “nuevo orden” que predica la libertad pero promociona el encierro. Se actúa contra los derechos de infancias y juventudes, que se constituyen como tales desde los discursos que le otorgan significación social. Entonces, si se miente atribuyendo violencias incontrolables de les pibes, los medios cómplices amplifican la imagen otorgando las condición de posibilidad para que la opinión pública festeje la represión contra determinados sectores.

En Contra el punitivismo, una crítica a las recetas de mano dura, Claudia Cesaroni propone razones legales, psico y sociológicas para no bajar la edad de punibilidad penal a los 14 años. El principio de no regresividad pertenece al derecho internacional y prohíbe retrotraerse a instancias anteriores a la institución de una ley, además, la Constitución establece que la privación de la libertad no debe ser un castigo, sino una preparación para la libertad. Pero la ideología neocapitalista reclama castigos en lugar de planificación para la inclusión. Aun sabiendo que el hacinamiento y las pésimas condiciones de vida no reeducan a nadie. Por otra parte, la cantidad de adolescentes de menos de 15 años que cometen delitos graves es mínima. No amerita instituir una ley, mejor dicho, amerita hacer cumplir las leyes existentes, porque las hay. Pero fueron creadas para proteger, educar o reeducar, y cuidar; no para vigilar, castigar y descartar.

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El siglo XX asistió al esplendor de la construcción de lo infanto juvenil. Ciudades infantiles, parques temáticos, medicina especializada en niñes, luego en adolescencia, cuarto privado, “los únicos privilegiados son los niños”, líneas de vestimenta exclusiva, corrientes psicológicas y/o éticas preocupadas por el bienestar de esta franca etaria. No obstante, las nuevas versiones liberales, a partir de entre siglos, produjeron una torsión en el imaginario niñez, lo dividieron maniqueamente en ángeles o demonios. ¿motivos?, prejuicios, desinterés por los problemas de la población, odio. Exigen aumento de punibilidad y celebran que se encarcelen pibes. Que haya niñez sacrificial es otro llamado de atención para la política popular (además del de las urnas) o se comienza a escuchar a la gente y sus problemas (silenciando personalismos) o les votantes se seguirán yendo tras el flautista de Hamelín, aunque les conduzca irreversiblemente al abismo.