En la mañana del día siguiente a la elecciones generales de 2015, demasiado temprano para la hora en que nos habíamos acostado luego de esperar los resultados finales que nos llevaban a un ballotage entre Daniel Scioli y Mauricio Macri, nos conectamos entre tres amigas -Mariela Scafati y Fernanda Laguna- que compartíamos la misma angustia por lo que veíamos como una tormenta en el futuro común: la entronización en el gobierno de un neoliberal que prometía buena parte de lo que consiguió, desfinanciar al Estado, una deuda impagable por muchas generaciones, terminar con la moratoria previsional, despidos masivos, desmantelar la ley de medios, entre otros recortes de derechos que no consiguió como la reforma laboral y jubilatoria. La comunicación fue emocional, a través del chat de Facebook que todavía era una red social potente. Lo que pretendíamos, en principio, era abrazarnos de alguna manera. Ni más ni menos que eso que ahora mismo evoca este lunes que acaba de pasar en que ningún consuelo parecía posible para calmar ese dolor físico alojado en el cuerpo, esa sensación de distopía cumplida, de estar dentro de una película de ficción en la que la revuelta popular la conduce un Joker sin más voluntad que la de destruir todo lo que lo oprime. A los tiros. Sin más.

En aquella mañana de octubre, el intercambio de chats derivó en un posteo, un llamado a juntarse con todxs -escrito con esa x que tanto disgusta a quienes creen que no pueden leer si se deja ahí clavada la incógnita- “lxs que nos despertamos tan desconcertadxs como nos acostamos, que NO queremos que nos expropien la alegría para apropiársela en vacíos bailecitos entre globos, lxs que NO queremos lxs 90…” Llamábamos a quienes considerábamos aliades, enumerando identidades, oficios, empleos estatales, feministas, putos, putas, lesbianas, travestis, trans, artistas, artesanos, profesionales a juntarnos, a poner “amor en acción”. “Amor es lo que podemos tejer en conjunto, ahora resistimos a la ultraderecha, será una advertencia también para lo que vendrá. No es todo lo mismo si nos movemos. Hacer política desde los afectos es buscar cobijo cuando alrededor sólo hay intemperie. Amor es resistencia en acción.” Suena ingenuo leerlo ahora pero hace ocho años ese llamado desde la desolación empezó a cosechar adherentes por segundo. Creímos que podíamos juntarnos primero en una casa, después en una vereda, a las horas la cita se estaba armando en el Parque Centenario y había decenas de compañeros y compañeras que se ponían manos a la obra para hacer crecer la convocatoria.

Amor sí, Macri no fue un movimiento espontáneo de decenas de miles de personas desoladas que con ese lenguaje insuficiente, meloso, incluso conservador entendió la resistencia como cuidado a les otres. De esa juntada salieron acciones como pegar adhesivos en los cajeros advirtiendo del peligro de votar a la derecha de Macri, de hablar con vecinos y vecinas de uno en una, de hacer conversaciones en las plazas. Me pelee o no con el término amor ahora, la resistencia desde el cuidado encarnó rápidamente. Aquella “advertencia también para lo que vendrá” de un modo u otro se cumplió. El primer paro a Macri, como cantamos en 2016 bajo la lluvia, se lo hicimos las mujeres.

El lunes pasado, antes de despertarme del todo a esta pesadilla de la ultraderecha marcando el paso, pensé o soñé con miles de personas saliendo a la calle a conversar, a entendernos, a explicar el peligro al que estamos expuestes si, por ejemplo, el ballotage ahora fuera entre Patricia Bullrich y Javier Milei. Enseguida me despejó la vigilia ¿qué estaríamos militando ahora? ¿Qué es lo que necesitamos cuidar? ¿la devaluación de la moneda? ¿la disolución de nuestros sueldos, cuando los tenemos? ¿En qué parte de las conversaciones cabe que la Policía de la Ciudad haya matado a un militante político sin que desde el gobierno o desde el partido de gobierno se haya nombrado este hecho aberrante así, como sucedió? Por supuesto que es necesario frenar la locura de que la rebeldía sea empuñar motosierras de cartón para destruir al estado y con él la educación pública, la salud pública, las jubilaciones, el aborto legal, los ministerios como el de Mujer, Géneros y Diversidad, el de Ciencia y Técnica, todas esas promesas que hace el candidato más votado para prometer frases vacías que acaban de cambiar ahora que ganó: “en mi gobierno los sueldos suben”, “no voy a terminar con los planes sociales”, “no vamos a estar peor que ahora”. Esa última haciendo eco en cientos de miles, millones de oídos que no escuchan ninguna promesa mejor. Que no escuchan ninguna otra promesa.

Y aun así, tenemos cosas para decir. Tenemos una enorme experiencia intergeneracional de lo que significa que Victoria Villarruel, esa mujer de rostro inexpresivo que lucha contra la memoria común del genocidio que provocó la última dictadura militar, vaya a ser la responsable de los ministerios de seguridad y defensa. “La primera vicepresidenta con poder real”, dijo el candidato ¿para destruir el pacto fundante de nuestra democracia que defiende la lucha militante y desprecia y condena su exterminio? No podemos fingir que no nos toca, las campanas suenan por todes. No nos da lo mismo.

Algo está bullendo, aun en la pesadilla del cotidiano en el que la pobreza aumenta por minuto, no puede ser la promesa de un estado destruido lo que enamore. Enamorar es una palabra compleja para militar, nada nos enamora del todo y lo que sabemos del amor, tal como lo conocemos, aparece también como sujeción. Pero hay una clave en el cuidado, en la promesa de lo común, en la risa que puede contagiarse cuando resistimos el mandato de la inercia, el déjenme de joder con la política, la actualización banal del que se vayan todos. No se trata de cuidar lo conquistado, aunque también. Se trata de volver a desear, de desear cuidarnos, que no nos de lo mismo, que en la conversación quede claro que si hay patria que sea el otro, la otra, el otre y no solamente vos. Dejémonos afectarnos por el dolor que nos recorre como una corriente eléctrica. Queremos vivir. Queremos vivir juntes. Juntes y con dignidad. Todavía hay tiempo.