“El desierto está creciendo, desventurado quien cosecha desiertos”, la sentencia nietzscheana se materializó en la Argentina en el mismo momento en que la ultraderecha militarista, negacionista y libertaria tomó el poder -paradójicamente- por medios democráticos.

El desierto es nihilismo, desvalorización de los ideales supremos, falta de recursos, precariedad, abandono y dolor. Es una condena que cayó sobre las clases no privilegiadas para disfrute de las grandes fortunas, de militares y de civiles con vocación castrense, de jueces corruptos, de invasores extrasionistas, de fugadores de dinero, en fin, de la casta. La que Milei presentó en su campaña como brutal enemiga a la que le quitaría todo y rápidamente dolarizaría la economía y, ¡por fin!, les trabajadores recibirían lo que les había arrebatado la política. ¡Ah!, también dinamitaría el Banco Central.

Pero la vida te da sorpresas y la única verdad es la realidad, ¿conclusión?, la ganadora absoluta es la casta.

El presidente -que se tutea con la ingeniería genética- clonó a ajustadores y represores de los años noventa para formar su gobierno con aroma a muertos políticos. Colorín colorado el cuento del cambio se ha acabado.

Mientras tanto, como anatema bíblico, aquellas personas que marchaban esperanzadas, ahora caminan con “hambre, fatiga y frustración al no ver señal de la tierra prometida, esa de la que fluiría leche y miel” (Éxodo 16:2-3). Hiel en lugar de miel.

¿Se aguantará este ajuste? ¿Hasta cuándo? La pregunta sobrevuela el periodismo, las organizaciones y redes sociales, las macro y micro militancias y multitudes carentes de privilegios. La libertad avanza y amplía el desierto. La casta rugiente palmea cínicamente la espalda de les damnificades en Bahía Blanca mientras les dice socarronamente que sabrán arreglarse con lo que tienen.

Se hizo evidente que hay plata para caniles, millonarios y fugadores seriales, pero que no la hay para socorrer a las víctimas de una tempestad sin precedentes.

La democracia está decreciendo, desdichades quienes cosechan enanismo (de Estado) y gigantismo (de capitalismo represor). Reestablecer plenamente la democracia llevará tiempo. Justamente por ello, además de manifestarse mediante reclamos a quien corresponda y de fomentar ayudas solidarias, se impone un repliegue a la vida privada, una búsqueda de fortalecimiento subjetivo. Una vida paralela a la comunitaria pero complementaria. Cuando la participación ciudadana es fértil y productiva, se sale a la palestra, cuando es débil o peligrosa, se produce una disminución de la participación pública. La prepotencia de quienes ejercen el poder provoca acciones reflejas y contradictorias.

En épocas represivas la población -desilusionada- trata de refugiarse en la intimidad y en relaciones personales, amicales, fraternales. Placeres íntimos, rituales domésticos, sexo, alegría, amor, lecturas libres y juegos “porque sí, / música vana, / como la vana música del grillo”. Así se podría enunciar la tesis que recorre La decadencia del Imperio Americano, de Denys Arcand, realizador e historiador que, en su película (filmada durante la irrupción neoliberal de los ochenta), registra un cambio en el concepto de felicidad personal mediante lo que se podría definir como técnicas de sobrevivencia emocional o tecnologías del yo. Prácticas reparadoras para les expulsades de la cosa pública.

El asesinato de los derechos y de la justicia social ha producido un Ground Zero en nuestras vidas. Pero como ya no hay lugar para las utopías -o éstas se convierten en distopías- se buscan satisfacciones rápidas. No podemos amar sin presentir. En esas situaciones límites las subjetividades adoptan formas de vida diferentes a las que solían conjugar su vida pre-crisis.

¿Ejemplos históricos? El declive del Imperio Romano fue acompañado por laxitud ética y relajación en las costumbres, por un lado, y el desarrollo de una férrea moral estoica, por otro. En cualquier caso, hubo trasmutación en las técnicas de sí.

Les milenaristas medievales creían que -tal como pronostica el Apocalipsis- en el año mil se terminaría el mundo y oscilaban entre el bien y el mal o, dicho de otra manera, entre la alegría y la tristeza. Como hongos después de la lluvia, surgieron sectas. Unas creían que, ya que el mundo acabaría, había que orar, sacrificarse y despojarse de todo para ganarse el cielo. Otras sostenían que, si todo terminaría, había que promover comilonas, borracheras, orgías, experimentar lo prohibido y bailar, bailar, bailar y hacer música, unir los sufrimientos.

Son técnicas para sobrellevar crisis e imposturas políticas. Porque una sociedad en desarrollo se preocupa por el bien colectivo. Por el contrario, cuando el Estado no solo no lo posibilita, sino que lo entorpece; cuando los magros recursos de la clase media y baja se transfieren a la casta; cuando el ángel exterminador destruye los derechos, es saludable reforzar la voluntad de felicidad individual. Una línea de fuga para nuestros deseos. La decadencia humanitaria de la extrema derecha es la condición de posibilidad de la voluntad de vida privada del resto de la sociedad. No resulta seductora una vida pública expulsora tal como nos está regalando la libertad que avanza.

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¿Qué es la vida sino búsqueda de satisfacción y ausencia de dolor? Ahora bien, ¿cómo subsistir en la herida de un poder hostil? Veamos un caso empírico y simbólico a la vez. En Casa de Gobierno están construyendo una oficina burocrática en lo que otrora fue el Salón de la Mujer. Lo fútil se expresa por sí mismo. Pero, el 55% de les votantes 2023 apostó a un Mesías. Se prescindió del razonamiento crítico y se acudió al mágico religioso. Es oportuno reiterar el origen bíblico del término ‘desierto’, sinónimo de desamparo y nihilismo. Pero también de transformación. De este páramo, seguro, no saldremos igual. Los votos de odio levantaron una muralla de imposibilidades materiales y existenciales, sin embargo, tenemos asimismo la posibilidad de abrir ventanas donde solo había pared. Nada nos garantiza no sufrir en un régimen delirante y despiadado, pero depende de nosotres no dejar de responder a cada uno de sus desatinos con actitud crítica, militancia acorde y potencia liberadora, esa que ilumina nuestra vida privada y pública con soberbias y alegres carcajadas.