El protagonismo de las redes sociales como herramientas para consumir información cambió definitivamente los escenarios mediáticos. Si se trata de la información que proviene de los políticos, el uso de las redes desafió a los representantes tradicionales, sus equipos de comunicación y también a los públicos. Es que los habituales esquemas de emisión y recepción lineales -y en cierta forma más predecibles- de los medios hacia los consumidores, se vieron progresivamente alterados por múltiples plataformas, nuevas direcciones de comunicación y, sobre todo, grandes cantidades de productores, muchos de ellos resguardados por el anonimato digital, que crean contenidos e información para públicos con una gran cantidad de oferta al alcance de la mano, con menor tiempo para informarse y tendientes a buscar información que revalide sus propias creencias y valores.

La función social de la prensa y de los medios de comunicación tradicionales también fue desafiada. El ecosistema comunicacional fue integrado progresivamente por los pequeños y grandes medios tradicionales en convivencia con las redes, internet y los gigantes tecnológicos hasta llegar a nuestros días. En este marco general, entender y definir el comportamiento del conjunto social o “lo que piensa la gente” respecto al uso de las redes para informarse sobre política es dificultoso, mucho más intentar generalizar sobre poblaciones de distintos países que, en efecto, serán tan múltiples como diversas. Sin embargo, es posible al menos aventurando un camino de reflexión, esbozar dos patrones que se repiten a nivel general.

Uno de ellos surge de una paradoja que se da en diversos países: con el uso de las redes mientras “más cerca” está el mensaje de los políticos éstos “más lejos” parecen estar de las problemáticas reales de la ciudadanía. Dicho distanciamiento entre representantes y representados también puede ser producto de ineficaces políticas públicas, lecturas sesgadas de la coyuntura social, medidas cortoplacistas, entre otras. Así las cosas, una sensación de descontento en ciertas comunidades le fue dando mayor entidad a opiniones veloces y muchas veces conscientemente violentas -en Alemania con AfD y también en otros países europeos parece resurgir el neonazismo y la ultraderecha-, generando una corriente que cada vez más contrasta con la construcción de una opinión verdaderamente democrática y responsable sobre los asuntos públicos.

El segundo de los patrones es que el debate de ideas políticas fue lentamente dejado de lado para dar lugar a posibles: acusaciones, cancelaciones e intimidaciones virtuales. Todas ellas sin la necesidad de que sean con información probada y tras la búsqueda de causar lisa y llanamente, espectacularización y daño (sobre el que no habrá retracciones). Al respecto, en muchos estudios actuales relacionados a la circulación informativa cobraron sentido los términos: FakeNews, Post-truth, Astroturfing,Deepfake, Haters, Trolls, solo por hacer un rápido repaso. Hoy en día ya no basta solo con pensar críticamente respecto a las líneas editoriales de los medios tradicionales, muchas predecibles aunque no siempre explícitas, sino también sobre el poder de los líderes de opinión digital, los contenidos tendenciosos, distorsiones de la realidad y los permanentes intentos de alimentar la polarización afectiva. La pregunta ¿a favor o en contra? se popularizó en conjunto con la inmediatez y la búsqueda de generar indignación.

Lejos de añorar una lectura nostálgica del pasado o, en otro sentido, de un futuro impregnado de determinismo tecnológico, lo fundamental es aceptar el desafío de desnaturalizar las actuales formas de consumir información relacionada a la política. Si bien la desinformación siempre existió, las redes han hecho evolucionar sus métodos y amplificar su cobertura con gran eficacia. En estos tiempos es correcto hablar de mayores regulaciones a las inmensas plataformas y redes – de la mano de João Brant, Brasil se prepara para debatir una importante legislación al respecto durante el 2024- y también lo es pedir mayor participación de la ciudadanía para lograr debates plurales, superadores y más veraces. Pero por qué mejor no dejar de afirmar y preguntarse: ¿es posible abogar por mayor complejidad y reflexión en el debate de ideas?, ¿por qué se legitima la violencia digital en las sociedades actuales? Y sobre todo ¿qué hacemos como ciudadanos para mejorar el modo en que se distribuye y consume la información política?


* Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA) y Maestrando en Periodismo (UBA).