Milei pivotea entre el sillón de Rivadavía y el panel de un programa de chimentos, aunque parezca delirante,  la conjugación entre jefe de Estado y mediático le queda cómoda. Tanto como el photoshop a sus poses de actor de Hollywood o el gesto de los dos pulgares a las fotos institucionales. Como presidente maneja la botonera del shock para alcanzar su añorado déficit cero a costa de un ajuste sin precedentes contra los más pobres y la clase media. Como panelista de la tarde, se pasa días enredado en discusiones de tele y redes sociales. Además de bajarle el precio a la discusión política y correr el foco de atención a la crisis, elige entre sus enemigas a las minas, dinámica copiada de sus referentes en Estados Unidos y Brasil.

Su cruzada misógina viene desde mucho antes de ser un gatito mimoso: en 2018 le dijo "burra"  a la periodista salteña Teresita Frías en conferencia de prensa y en 2019 fue echado de un programa de televisión por maltratar a la modelo y panelista Sol Perez. Todavía quedaba un largo trecho para el lanzamiento de su campaña en 2021, pero el perfil de liberal androcéntrico se fue amasando hasta llegar a su última conferencia en Davos -ya como presidente- en donde sostuvo delante de los empresarios más poderosos del mundo que “la agenda del feminismos radical es la mayor intervención del Estado para entorpecer el proceso económico, darle trabajo a burócratas que no le aportan nada a la sociedad, sea en formato de ministerios de la mujer u organismos internacionales dedicados a promover esta agenda". Mientras tanto le daba like a una foto publicada por Elon Musk en donde un varón miraba la intervención en Davos del presidente libertario mientras tenía sexo con una mujer.

En la introducción del libro “Están entre nosotros” (SIGLO XXI), Pablo Semán señala que “Milei no es Bolsonaro ni Trump ni un plan perfecto de la internacional negra, sino un fenómeno que tiene parecidos de familia con ellos, pero que metaboliza y hasta radicaliza esas experiencias. Después de todo, Milei tiene un ascenso más abrupto, más acelerado y desde posiciones más marginales”. La comparación viene a cuento del ADN misógino de los líderes estadounidense y brasileño que -al igual que Milei con Lali Espósito o Maria Becerra- protagonizaron peleas mediáticas con Taylor Swift y Ana Tijoux respectivamente.

Las poderosas:  “¡afuera!”, como los ministerios. El las quiere disciplinadas y obedientes. O a don honorem como la reciente subsecretaría de Protección contra la violencia de género, Claudia Barcia, un puesto como funcionaria que asumió dentro del Ministerio de Capital Humano y por el que a través del Boletín Oficial informaron que no cobraría sueldo. Trabajo no pago: "¡Adentro!"

No se trata solo de feministas, sino de mujeres que puedan acarrear multitudes con discursos que el conservadurismo patriarcal quiere desterrar: en 2020, en pleno Festival de Viña del Mar, Mon Lafferte sentó su posición política en contra de las políticas de derecha implementadas por el entonces presidente Sebastián Piñera y recibió insultos, amenazas y cuestionamientos por sus honorarios. En ese momento, la cantante tuvo que argumentar que trabajaba desde muy chica por tener una infancia con pocos recursos. ¿Algo suena familiar? Los parecidos de los que habla Semán se convierten en un patrón que apunta construir enemigas que en este caso condensan un capital cultural.

“Eligen mujeres poderosas y ni siquiera en el mundo político partidario, digo poderosas desde un punto de vista cultural” dice Sol Despeinada, feminista, médica y comunicadora en salud sexual y reproductiva. “Eso les representa un peligro, es un poco el ABC del patriarcado,  de que mujeres con algún tipo de poder siempre van a ser un riesgo en el tipo de organización política que plantea el liberalismo” dice.  La misoginia es una estrategia del conservadurismo, pero según ella también es un valor: “Intentan posicionar a una enemiga que idealmente sea mujer. A estos líderes políticos les sobran contrincantes, y no lo digo como algo malo, lo digo como algo que es parte de la política. Y sin embargo, eligen a donde apuntar, más allá de que nos parezca estúpido que se levanten un día y elijan dedicar tardes enteras a tuitear sobre una persona. Es eso lo que hacen” concluye. 

“Si no le gusta, no lo hubiera hecho. ¿Acaso yo no tengo derecho a defenderme?” fueron las palabras del presidente la semana pasada en una entrevista radial con la periodista Cristina Pérez, quien le había preguntado si no debería reconsiderar el haber cargado tanto las tintas desde un lugar de poder contra una artista. Milei ya había tenido respuestas en ese tono: por ejemplo el  “ella empezó”.  “Esas respuestas me parecen muy básicas, chatas y primitivas. Y me sorprende de alguien que alardea de sus estudios. La verdad es que si eso es lo mejor con lo que puede argumentar la razón por la cual desde un lugar de poder ejerce violencia sobre una ciudadana que opina distinto estamos en algo muy chato. Si la discusión política va a estar basada en poner apodos es que Milei no representa ningún desafío intelectual”, explica Sol Despeinada en diálogo con Las12.

El doble rol del presidente es alarmante y hasta pareciera que él mismo intenta enmascarar las discusiones que encabeza. Así lo hizo en su última conferencia cuando explicó las razones de sus pelea con la artista: es para que “todo el mundo entienda” lo que él viene a hacer con el Estado.  La pregunta sería en tal caso ¿quién no lo ve?