El 9 de marzo se celebra en todo el mundo el Día Internacional del DJ. La efeméride fue concebida en 2002, por iniciativa de la Fundación Nordhoff Robbins Music Therapy y la organización World DJ Fund, para reconocer la labor de estos alquimistas del baile. También tiene como fin que los y las DJs donen sus ganancias para causas benéficas, relacionadas con fundaciones, asociaciones y ONG’s que trabajen con niños y niñas. Según versa la historia oficial, el primer DJ de la historia fue Ray Newby. A los 16 años, en Stockton (California), comenzó a pasar discos gracias a la autorización del pionero de la radio Charles Doc Herrold. En tanto que el término discjockey lo acuñó en 1935 el locutor estadounidense Walter Winchell (“disc”, en alusión a los discos, y “jockey”, por el operador de la máquina). El combo lo completó Ron Diggin, quien construyó en 1947 la Diggola: la primera mesa de mezclas.

En la Argentina, al momento de revisitar la historia del DJing, todos los caminos conducen a Alejandro Pont Lezica. No sólo es uno de los pioneros locales en el complejo arte de poner a mover al dance floor, sino que también fue escuela para muchos DJs nacionales. Uno de ellos es Hernán Cattáneo, quien lo considera su mentor. El inicio de todo. “Me acuerdo que fue un viernes”, escribió el icono argentino de la electrónica en su libro de memorias El sueño del DJ. “Por primera vez, a metros mío, vi un disc jockey. Fue como si un ovni hubiera descendido… También fue un anticipo de lo que vino años después. No era casualidad ni un milagro. Era mucho más que eso: un profesional, con auriculares y cajas llenas de discos. Alguien preparado para hacer bailar a la gente. Era el maestro Alejandro Pont Lezica. No hubo vuelta atrás después de esa noche. Quería hacer eso que él estaba haciendo”.

Décadas después de ese baile organizado por la secundaria del San Cirano, Pont Lezica (fue a ver a Cattáneo el domingo pasado en el evento que esteralizó en Ciudad Universitaria) sigue en actividad. De hecho, será el warm up de la fiesta que preparan Kool & the Gang y Village People el 9 de mayo en el Luna Park. “Siempre digo: ‘Yo soy DJ, y después hago otras cosas”, le confiesa a Página/12. “La profesión evolucionó enormemente. Te lleva a ser productor, musicalizador de una radio o de televisión o comentarista de música. Muchos de nosotros trabajamos haciendo playlists. Soy discjockey desde el 71, y me considero discjockey de canciones. Así armábamos la pista de baile. En los 70 y 80, nuestro trabajo era poner música durante seis horas. En esos años, la ceremonia de ir a bailar comenzaba a las 10 de la noche y terminaba a las 4 de la mañana. Luego, en los 90, eso cambió totalmente”.

Para Pont Lezica, la diferencia entre los DJs fundacionales y los actuales radica en la evolución de la tecnología. “Eso permitió que cada uno pudiera crear su propio sonido o se viera como un artista con un concepto sonoro determinado”, explica. Además, este tótem de las bandejas establece ese desarrollo como el punto de partida de la música electrónica y de la institución del DJ como figura de masas. “En los 70 no existía la globalización, y los discjockeys nos basábamos en los discos que podíamos comprar”, aclara. “Lo que pasábamos estaba ligado al rock. De esta manera construimos una música para la pista de baile, lo que se concretó en la segunda mitad de los 70. Por eso es importante la percepción de la música disco. Una canción que durara más de 3 minutos era una herramienta. Gracias a algunas cosas puntuales se definió una cuadratura y una rítmica distinta a lo que proponía el rock”.

La situación geográfica de la Argentina marcó una distinción con respecto a lo que se bailaba en los 70 en otras partes de Occidente. Es por eso que el groove se transformó en un concepto, una dinámica y una cultura al que le llevó mucho tiempo consolidarse en el país, de la misma forma que tener una identidad local. “En esa época, en la Argentina, no había mucha información al respecto. La evolución del groove y de la pista de baile la encontrabas en bateristas y bajistas como Hamilton Bohannon, Narada Michael Walden, Bernard Edwards y, obviamente, James Brown”, ilustra. “Esa música no la escuchabas en ningún lado, sólo cuando ibas a bailar. La gente entendía tu propuesta y te elegía por eso. Otra cosa clave para nosotros fue el acceso que tuvimos a Giorgio Moroder, el Sonido de Filadelfia y la Salsoul Orchestra”.

En la escena neoyorquina, en ese periodo irrumpieron DJs revolucionarios como Larry Levan, Frankie Knuckles y Tom Moulton (se le debe la extensión de los temas, y por ende la creación del remix). Lo que impactó entre sus pares argentinos. “Tratábamos de que en el set estuvieran Barry White, Donna Summer y MFSB. Y, al mismo tiempo, éramos difusores de artistas europeos y del rock, porque la mirada rockera argentina es muy importante”. Si hubo un movimiento que creció velozmente en artistas y estilos es la música orientada a la pista de baile. Tanto que genera confusión. Una de ellas es hasta dónde abarca la música dance y dónde comienza la electrónica. “Soy un discjockey de dance, que refleja un mundo que evolucionó en las canciones”, reflexiona. “Hernán (Cattáneo) creció de tal manera que hoy no hace progressive. Ya no representa a un género. Hernán hace a Hernán. Y eso es maravilloso”.

Otra circunstancia fundamental para la pista de baile en la Argentina fue la música que se hizo en el país en los ochenta. “Clics modernos, de Charly García, así como Virus y Soda Stereo le pusieron una impronta a la pista de baile. Demostró que ya existía una identidad sonora. Eso generó un público conocedor que obligó al DJ a no desconcentrarse. La pista de baile argentina es muy difícil, porque la gente sabe lo que quiere”, enfatiza quien ve en Bizarrap el futuro de los DJs argentinos, en lo que a mainstream se refiere. “Lo que sucede hoy en la Argentina es resultado de una cosecha que se hizo hace mucho tiempo. Hernán Cattáneo es uno de los mejores DJs, y es mérito a las horas que le dedicó. Pero también es mérito de artistas como los Illya Kuryaki. Cuando salieron, eran unos marcianitos que estaban adelantados 20 años. Ese groove es la siembra de lo que pasa hoy”.

El legendario DJ argentino celebra que el acto del baile siga manteniendo su naturaleza colectiva, ritualística y tribal, en la que además interactúa con todos los sentidos. “Ya no sólo es el tipo que pone música. Esa ceremonia de los 70 y los 80 hoy se transformó en un festival o en un lugar al que van un montón de DJs y donde pueden bailar 10 mil personas”, señala. “Se trata de una comunión en la que el DJ es como el cura que da la misa. Aunque también están los DJs que ponen música para 100 personas, y se convierte en una propuesta artística de culto”. Pese a la popularidad y masividad que alcanzó una cultura parida por marginados en la periferia de la sociedad, existe cierta nostalgia por esa época en la que el DJ era un héroe anónimo que apuntaba a que el protagonismo lo tuviera la pista de baile. “Cuando vos evolucionás, nunca podés dejar de lado tus raíces”, sentencia. “Esa es la fuente”.