Un arte en estado de pregunta y una ética en la que se siente el dolor de los demás como propio y se comparta el propio con quienes tengan disposición a compartir. A lo mejor, quien te dice, la política no sea más, ni menos, que eso: arte y solidaridad”.

                                                                                                        Raquel Robles

Los que compartimos la práctica en hospitales compartimos también, con entusiasmo, hace ya muchos años, el desafío de sacar al psicoanálisis del encierro del consultorio para llevarlo al ámbito de lo público. Sabemos que llevó tiempo horadar ese discurso del “para todos”, que si bien tiene la virtud de abrir los puertas a todxs, sin distinciones, lo cual no es poco, también es solidario al aplanamiento de singularidades que Ideal de salud impone.

Un modo de dar cuenta de semejante entusiasmo es poder ubicar en lo público una vertiente que se entrelaza con ese “para todos”, pero a la vez responde a otra lógica, la que llamamos, de la Calle. Me refiero a la Calle no en tanto lugar geográfico, sino como lo que se opone a la idea de Museo, entendida siguiendo a Agamben, como ese lugar que impide profanación. Es así como concebimos a la Calle como el espacio que aloja la contingencia, el conflicto, lo que molesta, ese real que incluye lo diverso que entra, por la puerta del hospital que nos interpeló y nos sigue interpelando, nos atrajo, nos despertó.

De este aporte que la Calle hace, saben los artistas cuyas performances eligen hacerlas en lo público. Rescato de ellas el reflejo de azar y contingencia y esa condición finita, efímera de la obra que se traduce en una conmoción inesperada. No es casual que sea en la Calle en tanto espacio de lo público el lugar donde tienen hoy lugar muchas luchas contemporáneas. Valga como ejemplo, las intervenciones en el subte en los meses preelectorales, los molinetazos de estos días o los comedores montados en la Plaza del Congreso. Así, la ocupación de ese espacio puede pensarse como búsquedas que apuestan, al igual que el arte, a crear lenguajes que rompen con los sentidos tradicionales, abriendo nuevas sensibilidades y con ello, por lo tanto también otro modo de lazo con otros. Son estos lazos a los que me interesa referir, ya que son ellos los capaces de fundar lo que llamo territorio.

Se trata de un lazo ligado a un hacer sin un saber previamente establecido, abierto y advertido de la imposibilidad de cerrarlo, de clausurarlo con verdades ya conocidas. Un hacer que si bien contempla ideales plurales, no se somete a un Ideal absoluto, albergando lo inesperado, cada vez. A diferencia de aquel que hace masa entramándose con la idea de Todo, este lazo soporta el no-todo como alteridad. Es justamente esta lógica del no-todo lo que el psicoanálisis recupera estableciendo en ese movimiento la noción de imposible en tanto tope, límite irreductible que no es obstáculo sino causa que aloja en ese indecible nuestra condición deseante, humana. Marca el psicoanálisis desde esta lógica, la frontera con la propuesta neoliberal que hoy está al orden del día.

Así también lo entiende Mark Fisher y lo desarrolla en su libro “El realismo capitalista”, subrayando que esta propuesta supone que los recursos son infinitos y que en el fondo Todo podría resolverlo el mercado. Es en este punto que el autor menciona a Lacan y la noción de Real, como estrategia contra esa lógica que propone una continuidad en la que Todo sería posible. Así podemos decir que si es el Ideal o el Líder lo que propicia en la masa, un lazo ligado al Todo, en la propuesta neoliberal el Todo queda a cargo del mercado, dificultando todo tipo de lazo, en la vía de lo que se ha dado en llamar “individualismo de masa”.

¿Por qué el psicoanálisis con su “estrategia” podría dar otra respuesta? Porque, al oponer al Todo ese no-todo, establece en ese guion “entre”, una hendija por donde sopla la contingencia, el equívoco, el azar. Discontinuidad que da cuenta de un tartamudeo, de una sombra en el escenario de transparencia que el mercado ofrece. Así, mientras Paul Celan nos dice en sus poemas: “Habla verdad quien habla sombra”, el psicoanálisis sostiene que solo puede prometer “una felicidad con sombra”. En un gesto que anuda arte y psicoanálisis.

El punto a destacar es que esta sombra es fecunda en la medida en que nos habita y hace a nuestra singularidad, esto es, el modo como cada uno tiene que vérselas con lo traumático del lenguaje y el cuerpo. Eso que no puede cifrarse en el Big Data. El trans, el gay, el hetero, el pobre, el rico, el de River, el de Boca, todxs estamos afectadxs por este traumatismo que hace a lo singular no en términos de identidad o de ser. Lo singular en este sentido nada tiene que ver con esa diversidad pensada en términos de “soy”.

Así, habrá un envés de sombra, una opacidad inextirpable que hace que nunca podamos ser idénticos a nosotros mismos. Una ajenidad ”que nos excede” ... ”como una tierra extranjera”, dice Freud , eso que desconocemos de nosotros mismos y del otro. Es tirando de ese hilo que se abre la pregunta de cómo será enlazarnos, desde ese desconocimiento, ese no-saber, quebradura, “entre”. Fragilidad si se quiere que incita a enlazarnos aceptando la vigencia de ese no-todo, esa oscuridad, que nos habita. Pareciera así que hay un lazo cuya condición es el descentramiento del sujeto y que tiene como condición, cierto olvido del yo.

Vemos cómo este modo de enlazarse también produce otro cuerpo. Así lo sostienen Butler y Lorey cuando acentúan la importancia de los cuerpos y cómo se enlazan en la lucha por crear vidas más igualitarias y vivibles resaltando en esta operatoria la idea de vulnerabilidad. Ambas coinciden en que esta condición no remite simplemente a la capacidad de sufrir daño de los cuerpos, sino a su capacidad de apertura. Así, desde su perspectiva de ningún modo la idea de fortaleza se opondría a vulnerabilidad. Difícil hallar en esto que decimos mejor ejemplo que nuestras Madres de Plaza de Mayo, cuyo dolor sembró lazos que propiciaron en esa vulnerabilidad una inmensa fortaleza. Lazos que cobran una de sus máximas expresiones cada 24 de marzo, en la Calle, vivificando los cuerpos.

Retomo las palabras de Raquel Robles y su modo de poner en consonancia arte y solidaridad, las leo como un modo de favorecer este tipo de lazo capaz de fundar un territorio. Un lazo que, tal como ella dice, apuesta a saber compartir el dolor, y que resuena como un modo de dar lugar a la vulnerabilidad tal como Lorey y Butler lo plantean, que nos ablandan y acercan celebrando en esa fragilidad la potencia de lo colectivo. Eso que ella nombra como solidaridad y gusta en llamar una política.

Volviendo al principio y a nuestra disertación en relación a lo público, creemos que es ese campo el privilegiado para gestar este tipo de lazo. Como trabajadores de la salud y psicoanalistas, construir territorio será, tal vez, salir a escuchar el dolor, con la ética de la pregunta, la que nos concierne, no taponando agujeros sino dando el tiempo y la espera, entramándonos en esas realidades para no atiborrar ni atiborrarnos con saberes impuestos.

Tal vez no sea casual que sea lo público en detrimento de lo privado lo que hoy se pretende destruir. Observamos que así como esta voluntad distinguía a la gestión del Pro, algo que cobró notoriedad con la frase: “caer en la escuela pública”, hoy he visto en la televisión cómo quienes nos gobiernan parecen pedir perdón antes de pronunciar la palabra “colectivo”. No nos sorprende esta sintonía. Así, parafraseando a Ionatan Boczkowski cuando escribe: “Si es lo público lo que está en peligro, entonces es la lógica de lo público lo que habrá que multiplicar” redoblamos la apuesta para decir: si lo colectivo está en peligro es la lógica de lo colectivo lo que hay que multiplicar.

Hoy la calle se presenta como el depósito de los despedidos, los desalojados, los desempleados, los indigentes, los que quedan “afuera”, palabra privilegiada de esta gestión. La gran masa de personas de los que “quedan en la calle” por esta máquina de empobrecimiento que se ha motorizado.

Y a la vez, y sin embargo, vemos que la calle resulta ser el espacio de mayor inquietud y preocupación. ¿Será acaso casual la insistencia por contener en la prolijidad de la vereda una fuerza que al desbordarla pudiera desatar lenguajes inesperados?

Hacer de la Calle territorio es propiciar un lazo cuyo gesto posibilite revertir el lugar de desecho al que estas políticas convocan, sacudiendo en ese mismo movimiento el encierro al que el individualismo y el empuje de la meritocracia hoy nos somete.

Nos hacemos eco entonces de esta paradoja que presenta el escenario de la calle haciendo nuestras las palabras del poeta, “allí donde está el peligro también crece lo que salva”.

Ojalá, al menos, una semilla...

Claudia Lorenzetti es psicoanalista. Exprofesional de planta del Centro de Salud Mental N° 3 Arturo Ameghino. Autora de “Una estética para el psicoanálisis y el arte. Fragmentos, intervalos, interrupciones”. Ed. Del Dock, 2021.