TOKYO SHAKING 7 puntos

(Francia/Bélgica, 2021)

Dirección: Olivier Peyon.

Guion: Cyril Brody y Olivier Peyon.

Duración: 101 minutos.

Intérpretes: Karin Viard, Stéphane Bak, Yumi Narita, Philippe Uchan, Jean-François Cayrey.

Estreno exclusivamente en salas de cine.

En su quinto largometraje, el realizador francés Olivier Peyon toma un clásico del cine catástrofe made in Hollywood para revisarlo y bajarlo a tierra. El terremoto que sacudió a buena parte de Japón el 11 de marzo de 2011 fue seguido de un destructor tsunami y, como si eso fuera poco, se generaron importantes daños en la central nuclear Fukushima I y II, abriendo la posibilidad de un desastre similar o peor al de Chernóbil en términos de fuga radioactiva. Esos acontecimientos, que ocuparon las pantallas de todo el mundo durante semanas, son el trasfondo del guion escrito por Peyon y Cyril Brody, pero sin la espectacularidad del film catastrófico al uso (las imágenes reales del maremoto son los suficientemente terroríficas para empardar cualquier imaginería digital). En Tokyo Shaking el punto de vista es el de una francesa en la capital nipona, una trabajadora de rango gerencial en un banco de origen europeo recientemente llegada, junto a sus dos hijos, desde otra posición similar en Hong Kong.

Alexandra (Karin Viard) es la típica empleada de una gran compañía acostumbrada a cambiar de país e incluso continente como condición indispensable para avanzar en la carrera, aunque ya durante las primeras escenas el pedido de su jefe de seguir recortando el staff la pone en una situación incómoda. “No vine acá a despedir gente”, le dice al director de la sucursal tokiota del banco, algo lógico teniendo en cuenta que su especialidad es la evaluación de créditos de riesgo y no la reducción de la nómina de empleados. Así, en medio de una conversación tirante con su asistente, un joven brillante de origen congolés a quien debe despedir, se produce el sismo, que comienza como uno más pero rápidamente sube de intensidad hasta hacerse brutal. Pasado el temblor, los llamados a los hijos para comprobar su entereza, y también al esposo, que quedó rezagado en tierras hongkonesas. Y entonces, una réplica y la llegada de las primeras imágenes del tsunami.

A partir de ese momento, el film de Peyon abandona cualquier atisbo de melodrama catastrófico para concentrarse en los diversos dilemas que atraviesan el cuerpo y la mente de Alexandra. El marido le pide que escape de Tokio junto a los hijos ante la posibilidad de un desastre radiactivo, al tiempo que su cínico jefe, interpretado con talente serpentino por Philippe Uchan, le echa en cara que el capitán nunca debe abandonar el barco. Ambiciones no le faltan a Tokyo Shaking, cuyo relato pone en tensión cuestiones como el enfrentamiento entre la profesión y la vida familiar, todavía más compleja cuando se trata de una mujer que además es madre, la subordinación a las reglas de juego empresariales versus la ética humana y el choque de prácticas culturales y de clase en la escalera social. Mientras los mensajes de la embajada francesa intentan calmar a los expatriados con afirmaciones rotunda de que “todo está bien” (ese es el subtítulo original del film), la situación en el interior de las centrales nucleares parece ir de mal en peor, amenazando con una lluvia radiactiva.

Tokyo Shaking encuentra en su tercer acto un camino de posible reconciliación de extremos, apoyado en la presencia y prestancia actoral de Viard. Con la camisa arremangada y rodeada exclusivamente de empleados japoneses, Alexandra inicia un viaje de reconocimiento en el otro que, por primera vez en su carrera, le permite entrar en contacto real con el lugar, sus costumbres y los seres humanos que lo habitan, rompiendo con esa maldición que, en sus propias palabras, la acompañó durante muchos años. “Quise esta profesión para viajar y conocer lugares, pero estuve demasiado ocupada trabajando para poder hacerlo”. A veces hace falta una catástrofe o una tragedia para repensar el sentido de la vida.