Desde hace mucho tiempo me llaman la atención ciertos contrastes que se dan entre escenarios deportivos. Es notoria la diferencia entre el ambiente del tenis y del fútbol, por ejemplo. En el primero se respira un aire de cordialidad y de respeto por las normas muy particular: en las gradas del Lawn Tennis o de otros clubes y estadios, el público aplaude cálidamente o vitorea con efusión. El asunto es que allí se imponen los modos de una comunidad en donde la rivalidad deportiva no impide que dos espectadores enfrentados se sienten uno al lado de otro.

Sin embargo, en nuestro fútbol me atrevo a decir que en casi todos los escenarios, sean profesionales o amateurs, la rivalidad se manifiesta como una intolerancia del otro deliberada. En los partidos más importantes se llega al punto de que no puedan coexistir dos hinchadas rivales. En el extremo del llamado folclore del fútbol, es aún más sugestivo que los relatos de cancha aludan, en general, a un otro al que se extranjeriza y se priva de hospitalidad. ¿A qué me refiero? A que bajo la lógica argenta, si yo soy local y vos visitante, voy a hacerte sentir mi localía en una medida directamente proporcional a tu sufrimiento. Es imperativo que el visitante la pase mal. Tal como planteaba Jacques Derrida, cuando el otro es un extranjero, porta en sí mismo el potencial de la amenaza, por lo que siempre se lo verá, en el mejor de los casos, con el ceño fruncido.

El fútbol es un termómetro del clima que se respira en nuestra sociedad y ha comenzado a funcionar como incubadora de relatos de odio que luego se proyectan a otros ámbitos y experiencias colectivas. Históricamente, lo que ocurría alrededor de la pelota parecía quedar circunscripto a ese universo, como si al fútbol lo rodeara un cerco contextual exclusivo, excluyente, dentro del cual es posible decir cualquier barbaridad de tribuna. En los últimos años se ha sancionado económicamente a varios clubes por hechos violentos con connotación xenofóbica, a veces cometidos por hinchadas y otras por algún jugador. Muchos cantos de canchas funcionan como alegatos: invitaciones a que eso otro, siempre extranjero en la fantasía, sea sodomizado y blanco de insultos sexistas.

Ahora bien, otros relatos homofóbicos y con otras connotaciones sexistas escapan a la oreja atenta de la sanción. ¿No los escuchamos a diario? En esta Argentina tan plagada de grietas internas, el folklore del fútbol se ha vuelto una matriz que educa en la violencia. Desde el gobierno nacional reconocemos a diario narrativas cargadas de agresiones innecesarias, que en nombre de una libertad cada vez más incomprensible pretenden alentar e instalar en nuestra sociedad el cinismo y el disfrute del dolor del otro.

Desarticulados los instrumentos y organismos que vehiculizan denuncias y sancionan estas violencias, deberíamos escuchar atentamente estas nuevas alarmas.

*Autor del libro Los príncipes azules destiñen - Supervivencia masculina en tiempos de deconstrucción (Galáctica Ediciones, 2023) y de la nouvelle juvenil El viaje de Camila y otros relatos (2020), declarada de interés municipal y provincial por el Concejo Municipal de Rosario y la Cámara de Diputados de Santa Fe, por el abordaje de la problemática ESI en su contenido.