Las horas posteriores a la marcha multitudinaria que tuvo lugar el día martes bajo la consigna de la defensa de la universidad pública, dieron cuenta del impacto político que significó la movilización. Desde Negrx nos contactamos con voces del movimiento estudiantil para profundizar sobre los problemas más urgentes que enfrentan las universidades públicas, en clave antirracista. Más allá de los consensos sobre la gratuidad y la necesidad de contar con mejores presupuesto, los consultados, también ponen de relieve la necesidad de revisar perspectivas y contenidos.

El día martes, Eugenia Figueroa, fue una de las miles de personas que se movilizaron en toda la provincia de Mendoza. Ella es estudiante de la licenciatura en comunicación social en la Universidad Nacional de Cuyo. La primera de su familia en acceder a la Universidad pública. Eugenia es integrante de la Comunidad Colla Queyunp, y participa activamente en la vida comunitaria. Se autodefine como una activista antirracista. Sobre las medidas del gobierno nacional que empujaron a la realización de la marcha nos dice:

“El Estado lleva a cabo una política de segregación social y racial. Esto que hacen pone en tensión el ingreso y el egreso de estudiantes indígenas y de personas racializadas en general. Es seguir perpetuando un sistema de privilegio blanco, de clase en donde muchos de nosotres, quienes habitamos la universidad pública desde nuestros cuerpos pluri-diversos, indígenas, afrodescendientes, nos siguen dejando afuera. Si bien la universidad pública no arancelada nos moviliza, es un sentimiento de pertenencia de todo el pueblo argentino, es importante destacar quienes son los sectores que movilizan, quienes pueden marchar en este contexto de crisis económica que estamos atravesando, y donde hay un auge intolerante hacia sectores racializados y empobrecidos”.

Al otro lado del país, Ivanna Madeo marchó en la ciudad de Buenos Aires. Ella estudia historia en la Universidad Nacional Madres de Plaza de Mayo, es afroargentina y activista antirracista. A pesar de la distancia con Eugenia, ambas coinciden respeto del diagnóstico:

“Creo que no hacer una lectura antirracista de las medidas de este gobierno sería errar en un diagnóstico necesario para el futuro de los sectores populares. Y lo digo porque básicamente los sectores racializados no somos los primeros en llegar a la universidad, ni en recibirnos de médicos ni arquitectos. Pero sí somos los primeros en todas las líneas de fuego, desde los ejércitos de independencia hasta las marchas de toda índole. Con nuestro trabajo cotidiano conformamos la columna vertebral que sostiene a nuestro país, pero somos los primeros en pasar hambre, los primeros fajados por la policía, los primeros en ponerle el cuerpo a todas las luchas sociales en las calles. Por eso pienso que una lectura antirracista sobre la amenaza de la existencia de la universidad pública puede abrir la posibilidad a preguntarnos si verdaderamente los sectores populares y racializados tenemos realmente ese derecho a la educación tan naturalizado por otros sectores de la sociedad que hoy lo ven peligrar. Para la mayoría de nuestras familias, ir a la universidad es un privilegio”.

Por otro lado, Lucas Santillan que es profesor del ISFD n°103 [Instituto superior de formación docente], también participó de la marcha. Lucas no solo da clase en un terciario público, sino que se formó también allí. Al igual que Eugenia e Ivanna, él es el primero en su familia en cursar estudios superiores. Además se desempeña como educador popular en los barrios periféricos del municipio de Lomas de Zamora. Para Lucas, el acceso a estudios superiores es fundamental, pero cuestiona que esto signifique necesariamente una movilidad social ascendente:

Creo firmemente que, para los sectores populares, acceder a la universidad representa un avance significativo. Además, considero que este logro no solo es un progreso individual, sino también un avance para toda la familia. Personalmente, soy el primero en mi familia en cursar estudios superiores gracias a la Educación Pública. Sin embargo, soy consciente de que esta movilidad ascendente tiene sus límites. Los espacios de poder rara vez son democráticos ni accesibles para aquellos que provienen de los sectores más vulnerables. Es evidente que el racismo estructural permea todas las esferas de la sociedad, limitando las oportunidades para los sectores populares. Por tanto, los discursos que cuestionan la necesidad de más universidades y se preguntan -qué sentido tiene crear universidades en todas partes-, como trabajador de la educación generan en mí un absoluto rechazo y sobre todo tristeza. Considero que estos discursos son muy perjudiciales y tienen un trasfondo estrictamente racista, ya que perpetúan el racismo estructural arraigado en nuestras sociedades durante siglos. Las universidades en el Conurbano, por ejemplo, suelen ser frecuentadas principalmente por los sectores populares, hijos e hijas de trabajadores. Si estas instituciones se ven obligadas a cerrar debido a recortes presupuestarios o a la falta de fondos para gastos básicos como la electricidad, ni siquiera podríamos debatir sobre cómo mejorarlas o democratizarlas.”

Pedagogía murguera marcando el ritmo de la Marcha. Imagen: Nicolás Parodi

Eugenia Figueroa, por su parte, observa desde Mendoza cómo este problema se ve reflejado también en las universidades de todo el país:

“Sin dudas la Universidad es un espacio de movilidad ascendente, que nos permite obtener herramientas para desarrollarnos como futuros profesionales. Y eso ahora está en tensión también, porque muchas veces esos profesionales después terminan precarizados. Hoy lo urgente nos hace correr para defender la educación pública pero no para replantearnos todas las falencias que hoy está teniendo. También, la Universidad es un espacio donde los cuerpos racializados, los indígenas, los afrodescendientes, estamos teniendo problemas para acceder a estos espacios. Incluso en las universidades que han sido creadas para el ingreso de los hijos de los trabajadores, las clases populares, que en muchos casos, somos la primera generación en acceder a estudios universitarios. Ese dato solo, habla de la racialización de la educación y de la supuesta inclusión que existe desde los espacios blancos académicos. Si bien el conocimiento es poder, hay que disputar ese poder, incluso institucionalmente. Es decir, no estamos en la composición de la universidad tampoco, accedemos menos y no conducimos políticamente tampoco. En este sentido, para las personas racializadas, la universidad sigue siendo un privilegio”.

Para Ivanna, que estudia en la ciudad de Buenos Aires, esto se evidencia en la UBA, donde:

“Si bien no hay un cartel en la puerta que diga: -Prohibida la entrada a personas negras, a descendientes de pueblos originarios, a villeros/as, a las empleadas de casas particulares, a los barrenderos o a las cocineras de comedores-, es evidente que ahí somos la excepción. Hay algo que hace que no todas las personas podamos dedicarle tiempo al estudio universitario, y ese algo es básicamente el racismo estructural porque la mayor parte de nuestro tiempo está dedicado al trabajo y al cuidado. Y con esto no digo que las personas racializadas no estudiemos, no nos capacitemos o no seamos profesionales, sino que nos cuesta más por todas las necesidades previas que tenemos que cubrir. Sin dudas que sin la universidad pública ni siquiera podríamos llegar a ser esa excepción que hoy somos. Pero no hay nada que festejar en ser la excepción, es sumarle argumentos al discurso individualista de la meritocracia que tan mal hizo y hace”.

En este sentido, la revisión de contenidos, enfoques y perspectivas parece más que necesaria, en un contexto de urgencia económica y social. La educación presenta distintos desafíos de cara al nuevo contexto que es importante animarse a debatir. Para Lucas, estos desafíos se centran en garantizar la diversidad racial tanto en el contenido como en el acceso de estudiantes:

“En primer lugar, es necesario reconocer el racismo estructural que permea todas las instituciones, incluidas las universidades públicas. Recordemos que la educación en Argentina ha sido tradicionalmente concebida desde una perspectiva blanca-europea, lo que se refleja en el eurocentrismo de los planes de estudio, los contenidos y los autores estudiados. En ese sentido, me parece fundamental que los planes de estudio y la bibliografía reflejen la diversidad de grupos sociales que existen en nuestro país, rompiendo con el mito de la Argentina blanca. Esto implica incluir en los contenidos y relatos históricos a los sectores populares, especialmente a los grupos históricamente racializados como los pueblos originarios y las comunidades afrodescendientes. La falta de representación de nuestras comunidades no es casual, ya que borrar nuestras memorias ha sido y sigue siendo una poderosa herramienta de opresión y dominación”.

Libros sí, choris también. Imagen: Nicolás Parodi