VINCI – CUERPO A CUERPO 7 puntos

(Argentina, 2024)

Dirección y guion: Franca González.

Duración: 79 minutos.

Estreno exclusivamente en Cine Arte Cacodelphia (Diagonal R. Saenz Peña), los domingos a las 19.

La documentalista argentina Franca González viene construyendo una obra sólida que de ninguna manera está atada a un único interés temático, social o formal. Sin embargo, varias de sus películas abrazan la posibilidad de acercarse al arte y sus hacedores, sin por ello jurarle fidelidad a una misma lógica narrativa o a un formato fijado de antemano. Siguiendo entonces la máxima de que es el propio material (y los sujetos, es decir, las personas delante de la cámara) los que definen en gran medida el resultado final, Vinci – Cuerpo a cuerpo no se parece demasiado a Tótem (2014), centrada en un tallador de cedro rojo de Alaska, o a Liniers, el trazo simple de las cosas (2010), que seguía al famoso historietista desde Buenos Aires hasta Montreal. Sin embargo, juntas parecen conformar una suerte de trilogía sobre artistas dentro de su filmografía, integrada hasta el momento por siete largometrajes.

Estrenada hace apenas un par de semanas en el Bafici, la primera parte del título señala claramente su centro de gravitación: Leonardo Dante Vinci, o simplemente Leo Vinci, el reconocido escultor nacido en Barracas en 1931 que supo integrar, en tiempos creativos más explosivos para las artes plásticas, el Grupo del Sur, celebrado en los años '60 por el mismísimo André Malraux. La cámara de González lo encuentra, a sus 90 años, tan activo como siempre, doblando una chapa con un dispositivo inventado por él mismo, o tallando el material más duro y al mismo tiempo noble con el cual puede trabajar un escultor: el mármol. En un inmenso taller-estudio que no ha cambiado demasiado durante las últimas seis décadas, Vinci le da los toques finales a un par de obras nuevas y reacomoda otras pertenecientes al pasado, habitantes inmóviles del no tan pequeño museo personal ubicado en el taller (en el Museo de Arte Moderno, el Malba y la Casa Rosada pueden admirarse un puñado de sus esculturas; otras, según sus propias palabras, fueron vendidas y hoy es imposible recuperarlas).

De su propio nombre y apellido, el protagonista se ríe y afirma que al nacer su padre le puso la vara demasiado alta. A pesar de ello, el Vinci argentino demostró tener talento para el dibujo desde muy temprano, como recuerda en una de las tantas conversaciones que mantiene con colegas, amigos y su pareja, la también escultora Marina Dogliotti. González evita por completo el recurso de la cabeza parlante –la entrevista tradicional a cámara– y opta en cambio por acompañar al homenajeado en sus actividades cotidianas, en particular durante el proceso creativo, que en su caso ofrece los rasgos de un trabajoso oficio: la lucha contra el material, duro y resistente, es parte esencial del métier. Durante la íntima celebración de su cumpleaños número 91, luego de soplar las velitas y agradecer a los presentes, Vinci se reserva una pequeña reflexión sobre su arte.

La búsqueda de una foto “demasiado bien guardada” tomada por Sara Facio y la necesidad de tirar papeles viejos, marcos en desuso y otros objetos le permite a la realizadora abrir un capítulo dedicado al pasado, a esos tiempos en los cuales la escultura argentina picaba muy en punta en el circuito latinoamericano e internacional. Pero a Leo Vinci, más allá de ser cuidadoso con su obra, de recordar perfectamente cada escultura realizada, no parecen interesarle demasiado los tiempos idos. Por el contrario, cuando la película lo acompaña a la costa para pasar, una vez más, un día de campamento bajo los pinos, la breve escena se impone como un descanso en la batalla creativa contra los elementos –la piedra, el metal, la arcilla– y su choque eterno con el martillo, el cuchillo y, por sobre todas las cosas, las manos.