Sábado, 10 de noviembre de 2012 | Hoy
EL PAíS › REPORTAJE A PABLO GENTILI, NUEVO SECRETARIO DE CLACSO
Como si fuera un símbolo, un argentino que vive hace veinte años en Río fue electo para reemplazar a un brasileño al frente de una red de centros de investigación con sede en Buenos Aires. Gentili defiende las universidades públicas y cuestiona los rankings.
Por Martín Granovsky
Desde México DF
Un argentino será el nuevo secretario ejecutivo de una de las redes de investigación más grandes del mundo, el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Lo eligieron el jueves a la mañana directores de centros de toda América latina. En el pase de mando, Pablo Gentili le dijo a quien le daba el bastón: “Cuando sea grande yo quiero ser como Emir Sader”.
Gentili es un investigador especializado en educación de 48 años que se define como “hincha de Gimnasia y Esgrima emigrado a un país tropical”. En 1992 se fue por seis meses a Río de Janeiro y se quedó. Es director de Flacso Brasil y hasta ayer era secretario ejecutivo adjunto de Clacso con Sader, que es un carioca de Río de Janeiro capaz de hablar en porteño perfecto mientras ejerce una de sus pasiones: formar gente.
Gentili vivió el jueves el mejor momento que puede pasar un presidente o un secretario de Clacso. El momento de los abrazos tras una asunción es irrepetible. En este caso, además, es una asunción votada, porque los directores tienen mandato y votan.
“Es un reconocimiento personal muy importante si pienso en el peso que tienen los que me antecedieron”, dijo Gentili a Página/12 en una brecha entre abrazo y abrazo. “Emir Sader, Atilio Boron y Aldo Ferrer. Los tres tuvieron y tienen un gran papel en el debate intelectual latinoamericano. Nada de lo que se escriba sobre el pensamiento social podrá obviarlos. Yo podría decir que es una responsabilidad grande cargar con ese legado, pero también digo que es un orgullo.”
El nuevo secretario remarcó que Clacso es, además de grande, “una red muy integrada”, porque “la gente se conoce, se encuentra, planifica y quiere hacer cosas con los demás”. Y agregó: “No es una institución donde funciona una relación piramidal de pedido de recursos o de autoridad política. Pero además Clacso es un espacio de izquierda plural”.
–¿Dicho así, abiertamente?
–Sí. En Clacso mantenemos muy firmes ciertas convicciones que hoy en América latina son fundamentales y que se reflejan en algunos gobiernos. En una época fue una trinchera del pensamiento social alternativo. Hoy es un gran espacio de diálogo y de formulación de alternativas incluso con –y junto a– gobiernos. Somos independientes y autónomos, pero tenemos compromisos en los procesos de cambio de la Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, Venezuela y Ecuador. En esos gobiernos hay compañeros que han estado en Clacso y nos preguntan y nos interpelan. Al mismo tiempo criticamos, defendemos y tratamos de preservar nuestro espacio.
–Emir Sader dijo a Página/12 que los intelectuales de América latina no son contemporáneos de los cambios políticos, que están por detrás.
–Sin lugar a dudas hace décadas el campo intelectual parecía ser más imaginativo y creativo que hoy, justo cuando hay gobiernos populares, democráticos o progresistas que a veces parecen más osados que ellos. Hacen cosas que a veces los intelectuales ni propusieron. Los intelectuales de izquierda no siempre están a la altura de las provocaciones de los gobiernos. Tenemos que generar espacios de diálogo mayor entre gobiernos y el campo intelectual progresista porque hay una gran contribución que las ciencias sociales pueden hacer a los gobiernos. Ahora, a la vez los gobiernos no siempre están preparados para escuchar. Por eso hay que construir un vínculo que será positivo para los dos sectores. Las universidades mejoran cuando son interrogadas, provocadas. Incluso sucede cuando hay gobiernos de derecha. Pasa con Sebastián Piñera en Chile. La universidad es interpelada a producir conocimientos que permitan resistir esas políticas. La provocación se genera cuando nos estimulan a pensar e intervenir. Se trata de construir un vínculo que permita que las universidades sigan siendo críticas en el diálogo con el poder político y que los gobiernos democráticos la aprovechen.
–¿En qué áreas los gobiernos desaprovechan a los intelectuales?
–Cito mi área, la de educación. Puedo decir que ahí América latina es la región más avanzada del mundo en términos de producción académica e intelectual. Tenemos los mejores intelectuales sobre política educativa y formación de profesores. Pero nuestros gobiernos siguen muy presos de una camisa de fuerza que heredaron de los gobiernos neoliberales y a veces tienen miedo de ampliar el debate público más allá de temas como la educación para el mercado de trabajo o las pruebas estandarizadas. Hay un cierto desajuste entre el gran avance educativo y cómo se presenta la política educativa a la sociedad. Nuestros gobiernos ampliaron el derecho a la educación, pero son culpabilizados por los resultados y los estándares. Es necesario mostrar que aunque salgamos en los últimos lugares de la prueba Pisa, la calidad educativa mejoró en la Argentina. Y lo mismo en Brasil. Y en Venezuela.
–¿En qué mejoró?
–Se amplió la esfera pública de la educación. ¿Por qué hay que entrar en la discusión sobre si figuramos en el puesto 78 o en el 79? La calidad educativa hoy tiene que ser medida en términos de derechos y no sólo en términos de resultados de aprendizaje, aunque éstos, aclaro, son importantísimos. En Brasil ocurre hoy lo mismo que pasó en la Argentina con el peronismo. Los gobiernos de Lula y Dilma estimularon el acceso de los pobres a la universidad. Más de un millón y medio de jóvenes entraron a la universidad como primera generación en sus familias. Esos jóvenes ya piensan que sus hijos van a poder estudiar. ¿Hace veinte años quién escuchaba decir eso a los jóvenes negros? Ahora los más pobres sueñan con derechos que van a ejercer. No queremos ser como Finlandia, y no hablo en contra de Finlandia sino que preciso nuestra realidad. Quiero que los más pobres tengan derechos. Y el sistema escolar es la puerta de los derechos, porque forma ciudadanos combativos con otros derechos. No se van a conformar. Van a exigir, entre otras cosas, mejores universidades que las que les tocan hoy a los pobres. Puedo darles el mismo texto a un finlandés, a un coreano y a un jujeño. Pero antes de medir su comprensión tengo que pensar hace cuánto existen libros en la casa de cada uno. Y hace cuántos años tienen condiciones de vida que les permitan leer. Paulo Freire puro. Que los propios ciudadanos se apropien del mundo mediante la lectoescritura. La simple posibilidad de que los pobres tengan acceso a un libro hoy es un acto revolucionario.
–¿Por qué circula la obsesión por los rankings?
–Es la gran dictadura sobre la educación en América latina. No participan los países latinoamericanos en la elaboración de rankings, pero los países latinoamericanos se tratan de reflejar. Si yo abro las puertas de la universidad a miles de jóvenes, estoy elevando la calidad. Enseñar bien a 20 tipos con un presupuesto 200 veces superior es fácil. Hoy el gran desafío de las universidades es incluir. Hay miles de jóvenes afuera. La universidad argentina tiene déficit, pero la gran conquista fue democratizar. Chile es privatizado y elitista y Brasil está dejando de ser público y elitista. La UBA tiene que mejorar, las universidades nacionales también, pero para ser mejores también en inclusión.
–Los investigadores se quejan de las formas de evaluación del trabajo intelectual.
–En la academia también vivimos la dictadura de las clasificaciones. ¿Cómo medir la producción académica e intelectual de una persona? La Enciclopedia Latinoamericana que fue editada en libro y Página/12 publicó en suplementos en el ranking de un académico vale lo mismo que un pequeño libro. Busquemos otras mediciones. Midamos el impacto: para qué sirve lo que hacen las universidades. Por ejemplo, la extensión junto a movimientos sociales también es calidad académica. La universidad no puede ser un centro de venta de servicios o un mecanismo de difusión cultural o artística que haga lo mismo que la industria cultural convencional. En América latina hay muchísimos proyectos de extensión universitaria que se inspiran en algunos que hubo en la Argentina, de llevar la universidad a las comunidades populares y traer las comunidades populares a la universidad.
–¿Vale lo mismo una obra en soporte de papel que en Internet?
–En las mediciones que estoy cuestionando hay una gran distorsión que incluso banaliza la producción académica. Clacso trabajó para que las obras publicadas valieran igual en Internet que en libros. Todos los académicos sociales están financiados por los Estados. Incluso por los Estados más reaccionarios. Entonces, todo lo que tiene financiamiento estatal tiene que tener acceso público. Y esto no va contra el derecho de quien trabajó a su propiedad. Es ridículo que valga menos un trabajo en Internet. Es no tener en cuenta que en Internet, por masividad, soy más evaluado, más criticado, más fiscalizado y, obviamente, más aprovechado. Las universidades mejor medidas debieran ser las que más abren su producción.
–¿Es un pedido de ranking?
–No, no quiero más rankings. Digo que los rankings no son inocentes. No son un espejo de la realidad que hace que el que no se mira en ellos es porque no se quiere ver. Solo aparecen dos buenas universidades, la UNAM de México y la de San Pablo. Entonces, ¿de qué me sirve? Será la mirada del New York Times proyectada al mundo universitario. Es interesante saber cómo nos ven, pero no es lo mismo que saber cómo somos.
–¿Cuáles serán los subrayados iniciales del nuevo mandato en Clacso?
–Me voy a sentir satisfecho si dentro de tres años Clacso hace el balance de haber logrado un proyecto que ya definimos: contribuir al desarrollo del posgrado en Haití y en Paraguay, dos países donde el pensamiento social fue aniquilado. Por eso lanzamos una iniciativa con Haití para formar cien jóvenes en maestrías que tienen un muy buen nivel académico y un compromiso político muy grande. Una va a ser en economía del desarrollo, otra en política educativa, otra en derechos de la infancia y la juventud y otra en estudios latinoamericanos y caribeños. Y, fuera de estos proyectos, naturalmente quiero dar continuidad y profundizar los programas a través de las becas, de los grupos de trabajo, de la red de posgrados, que son espacios potentes como iniciativas. También mediante la biblioteca virtual.
–¿En qué le sirve Clacso a la Argentina?
–Que la sede esté en Buenos Aires nos crea una excelente posibilidad. Con Emir se intensificó el diálogo con el gobierno argentino, con el Ministerio de Desarrollo Social, con la Secretaría de Derechos Humanos, con la Jefatura de Gabinete en la organización de jornadas de debate sobre el período de posneoliberalismo de la Argentina, Brasil y Uruguay. Tenemos que entender mejor y reflexionar. Es interesante saber qué paso en cada país y cuál es la visión de lo que pasó en cada uno mirada desde los otros, para generar un debate intelectual que consolide la integración regional más allá del mercado y de los intereses empresariales. Es muy importante que la intelectualidad de un país entienda a los otros intelectuales y a los otros países.
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