Miércoles, 29 de abril de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Horacio Verbitsky
Aún no hemos llegado a las admirables marcas italianas, con legisladores como la pornostar Ilona Stahler, la Cicciolina, la transexual comunista Vladimir Luxuria, vencedora en el reality show La isla de los famosos o, en otra cuerda, la neuróloga y senadora vitalicia Rita Levi Montalcini, Premio Nobel de Medicina que, a sus cien años, sigue asistiendo a las sesiones del Parlamento cuando alguna votación reñida la requiere.
Pero las novedades recientes hacen parecer ingenuas las preferencias de Carlos Menem, quien lanzó al ruedo al auténtico ídolo popular Palito Ortega, a dos hombres rápidos en la tierra y en el agua, Carlos Reutemann y Daniel Scioli, y al comentarista de temas médicos en televisión que se hace llamar Borocotó; las de Raúl Alfonsín que hizo diputado al actor Luis Brandoni o las del maestro socialista Alfredo Bravo, quien se acompañó con la Tana Rinaldi.
En algunos casos los propios personajes conocidos se propusieron pasar de un escenario a otro, como los hombres de negocios Maurizio Macri y Francisco de Narváez, los más firmes aspirantes a un país atendido por sus dueños, con una ayudita de los amigos; el actor cómico Coluche, quien murió cuando tenía buenas posibilidades de figurar entre los dos candidatos presidenciales más votados de Francia; su colega argentino Nito Artaza, el pasionario de los ahorristas acorralados; el editor Julio Ramos, quien disputó la franja del electorado que dejó vacante el inolvidable Julio Chamizo; la estridente María José Lubertino, quien en 2002 se presentó al programa El candidato, o el teniente coronel Aldo Hulk, antes de que Eduardo Duhalde le enseñara que las valijas pueden tener un encanto más discreto que la ropa de fajina y la pintura de camuflaje. El propio Duhalde, quien en uno de sus interinatos presidenciales por viajes de Menem, indultó a los sicarios que asesinaron a un intendente zurdito de Chacabuco y a quienes les pagaron el trabajo, impulsó por primera vez la candidatura del comisario Luis Abelardo Picapiedras, quien luego se recicló al menemismo. Ahora vuelve a recurrir a él, aunque para ello deba buscarlo en la cárcel, donde purga el asesinato del ex diputado justicialista Diego Muniz Barreto, entre otros crímenes.
Entre las pocas buenas acciones del menemismo está la fijación de un cupo femenino, que hizo más diverso y menos árido el panorama político aborigen. Entre los problemas que el cupo femenino planteó al sistema político está a qué cantera recurrir cuando se acaba el repertorio de esposas, hermanas, hijas o amantes del hombre fuerte.
Ahora Scioli repite con la actriz y cantante Nacha Guevara lo que Menem hizo con él. Cuando se toman esta clase de decisiones y por el apuro no es posible legitimarlas mediante el voto de los afiliados a las “instituciones fundamentales del sistema democrático”, es inevitable que se cometan injusticias con personas no menos aptas para aspirar a la misma posición. Vaya en este caso toda la solidaridad que merecen Flavia Palmiero y Esther Goris por la arbitraria discriminación de que han sido objeto, sin dar intervención ni siquiera al sindicato de actrices, y un recuerdo cálido a los olvidados sin explicación Jorge Marrale y Víctor Laplace.
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