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Las hipótesis y lo que pasó

 Por Raúl Kollmann

Tanto el Ministerio de Seguridad bonaerense como las fuentes cercanas a la fiscal Karina Pollice transmitían en los primeros días que la hipótesis del accidente no podía ser descartada. Pero hablaban de agua. Es decir que había alguna chance de que el vehículo se hubiera despistado, caído a un río o laguna con el consiguiente final trágico. Siempre, sin embargo, se mencionó un dato que era contradictorio con ese diagnóstico: la sequía derivó en bajos niveles de agua en todos los cursos, por lo cual los investigadores creían que el auto debía verse desde la altura, con el sobrevuelo de helicópteros. En cualquier caso, nunca se pensó en la hipótesis del accidente en tierra, es decir lo que efectivamente ocurrió.

Y estamos hablando de los primeros días.

Transcurrida una semana, ya casi nadie habló de accidente. Ni en el ministerio de La Plata ni en la fiscalía de Pergamino. Esencialmente por una razón: se confió en los rastrillajes hechos por los jefes y efectivos de la Bonaerense. El razonamiento era que un objeto del tamaño de un auto, para colmo rojo, no podía pasar desapercibido en tierra.

A partir de la segunda semana de la desaparición, las otras hipótesis ocuparon la escena. Todas tenían cierta lógica y provenían del expediente. El periodismo se hizo eco –y también quien escribe estas líneas– de un diagnóstico básico trazado tanto por los investigadores de la Bonaerense como desde la fiscalía: entre los Pomar había una crisis de pareja y Luis Fernando –con antecedentes de actitudes agresivas, aunque no de golpes– podría haber cometido una locura.

En ese marco, aparecieron dos testigos –ambas amigas de Gabriela– que dijeron que ella estaba preocupada porque Luis Fernando había comprado un arma. Según dijeron a los investigadores, Gabriela no veía peligro de que él la agrediera sino que sostuvo que era inconveniente tener un arma en una casa con niños. La vivienda de los Pomar fue allanada en José Mármol justamente buscando el arma.

Las medidas adoptadas en los últimos cinco días iban todas en el mismo sentido:

- Se evaluaba poner una recompensa para quien diera información. Como es obvio, nadie ofrece una recompensa para obtener datos respecto de un accidente, sino de un hecho criminal. Está claro que hacia allí rumbeaba la pesquisa.

- Se mantuvieron diálogos con el FBI norteamericano, que se ofreció a colaborar con la investigación. Nuevamente, nadie introduce a la agencia norteamericana en la pesquisa de un accidente, sino que prevalecía la hipótesis del homicidio.

- Se envió una comisión a Mendoza, porque se rastreaba algún dato de que Pomar podría haber llevado a su familia al último lugar al que había viajado. También esa movida tenía como base la sospecha de un hecho de sangre.

- La búsqueda en los ríos Arrecifes y Salto tampoco tenía, a esa altura, relación con la tesis del accidente. Se pensó que Luis Fernando había tomado una decisión trágica tirando el auto a un río y con ello produciendo la muerte de él, su esposa y sus dos hijitas.

Todo esto tenía una lógica. Nadie consideraba posible que Gabriela hubiera tomado la decisión de irse dejando atrás a su hijo Franco. Por lo tanto, lo más probable era que la ausencia, al menos en el caso de Gabriela, no era voluntaria. Se apuntaba casi exclusivamente al homicidio.

La idea de un accidente podía subsistir en los primeros días, pero ya en la tercera semana, en el día 24, nadie creía ni remotamente que el vehículo podía estar a unos pocos metros de la ruta que, inevitablemente, iba a recorrer la familia Pomar desde el último peaje en el que se los registró hasta Pergamino.

Este diario consultó ayer a dos ex jefes policiales con enorme experiencia en investigaciones. Los dos coincidieron: “Es un rastrillaje mal hecho, un error gravísimo en la forma en que los efectivos revisaron las zonas probables de desaparición. Incluso si estaba la hipótesis de un homicidio múltiple, la idea de que el coche quedara cerca de la ruta, en un descampado, entre los matorrales, era la más evidente y probable”, diagnosticaron ambos ex jefes policiales. Desde esa óptica, el argumento de que la maleza era muy alta, que un par de árboles tapaba la visión desde un helicóptero y otras excusas similares, parecen inaceptables. El trabajo fue mal hecho, la investigación específicamente policial fracasó.

“Una búsqueda de estas características se planifica: se determinan cuáles son los puntos críticos en una ruta probable y se trabaja sobre esos objetivos –explicó un ex jefe de la Gendarmería–. ¿Cuántos puntos críticos podía haber entre el peaje de Villa Espil y Pergamino? A lo sumo 20. Y si hubiera habido 700, se debían trabajar los 700. Con personas responsables de cada punto crítico. El piloto del helicóptero que dijo haber rastrillado esa zona mintió. No rastrilló. Y quienes dijeron que hicieron el rastrillaje de las zonas aledañas a la ruta también mintieron. No se hizo. Ni se planificó ni se ejecutó como corresponde. Son errores groseros.”

Faltan hacer las autopsias y los peritajes del auto. La procuradora María del Carmen Falbo ordenó que las hicieran profesionales de la Procuración, no de la policía. Hace falta transparencia para despejar tantas dudas y, por supuesto, determinar responsabilidades.

Quienes durante estos días transmitimos las hipótesis de los investigadores, policiales y judiciales, vivimos este desenlace con agobio. Por un lado, quien escribe estas líneas siente que en ningún momento se apartó de lo que provenía de la causa judicial. Pero por el otro, queda la bronca de no haber desconfiado más, de no haber puesto más la lupa en una ineficacia policial que es habitual y que constituye un estilo: los policías están más orientados a negociar con el delito que a investigar. Equivocadamente, este periodista creyó que era imposible que no buscaran como corresponde a veinte metros de la ruta.

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