Miércoles, 25 de marzo de 2015 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Marta Riskin analiza las marchas del 18 de febrero y del 1º de marzo, la participación de los medios y la construcción simbólica de ambas y advierte sobre la importancia de la clase media en los procesos políticos.
Por Marta Riskin *
“Macbeth: ... ¿Cómo va la noche? Lady Macbeth: En lucha con la mañana, mitad por mitad.” William Shakespeare (1564-1616)
Por si alguien dudaba, desde el 1° de marzo resulta insoslayable la incorporación de amplios sectores de las grandes mayorías a la Clase Media Argentina.
El incremento de la última década incluye, además, buena parte de los asistentes a la marcha del 18F.
Ambas concentraciones exteriorizaron en la arena pública la complejidad de la categoría socioeconómica, sus conflictos tradicionales y las diferentes corrientes ideológicas que las atraviesan.
Más aún, el despliegue de emociones de los participantes del nivel medio tanto refuta a quienes se autoadjudican el monopolio de su representación como a quienes reniegan de ella.
El 18F, los grandes grupos mediáticos, en pleno ejercicio del control cautelar que ejercen sobre la democracia, lograron encauzar su acción opositora hacia la trágica muerte del fiscal Nisman.
La marcha fue convocada a través de sus redes corporativas, cedida al Partido Judicial y organizada por gremios afines.
Usando abstractos simbólicos (justicia, memoria) y amplificando miedos, dudas e indignación, movilizaron a un segmento etario de mayores.
Señalar la alta permeabilidad de una franja de la clase media al imaginario mediático monopólico obliga a distinguir entre los manifestantes a un significativo porcentaje de ciudadanos, tan renuentes a acercarse a los candidatos opositores cuanto a quienes deben ejercer Justicia y no reclamarla.
Los paradigmas usados para comercializar productos destinados al consumidor juvenil adiestran en la banalización de valores (libertad, amor, amistad) y licuan, de paso, convicciones republicanas.
Alterar la connotación choripanera de la plaza y motivarlos a poner el cuerpo en el espacio público implica costos de marketing similares al que aplican hoy en toda la Patria Grande y el alto riesgo de obtener resultados opuestos al deseado.
El 1° de marzo se evidenció la profundidad de las medidas contrahegemónicas llevadas a cabo desde el 2003. Varios cronistas destacaron la presencia juvenil, las agrupaciones políticas y las familias con integrantes de varias generaciones.
Escucha atenta y cánticos oportunos confirmaron el apoyo comunitario al proyecto político y la urgencia de defenderlo. La conciencia colectiva fue la gran protagonista. Quizás la jornada deba al aparato mediático un par de involuntarios aportes.
Primero, en la decisión popular por desafiar con una presencia demoledora a los siniestros embates corporativos de enero y febrero. Luego, porque la agudización de contradicciones entre terroríficas amenazas y experiencias cotidianas de la ciudadanía desalojó a muchas pesadillas que impedían, hasta hace muy poco, reconocer a tanto nieto de inmigrante que su abuelo no era diferente a los inmigrados recientes, a alguna señora de Once advertir relaciones entre la estatización de las AFJP y su jubilación de ama de casa o a un taxista rosarino notar que el nuevo auto no solo se debe a su esfuerzo.
Desde el siglo XVIII, las grandes líneas estratégicas para nutrir los conflictos propios de una clase, proverbialmente sin conciencia de clase, no han cambiado mucho.
Las operaciones para conducirla persisten en alimentar la ilusión de pertenencia a un grupo exclusivo y excluyente de algún Otro y la sumisión a la dependencia económica, sus formas y ropajes.
Erich Fromm subrayó la participación de la clase media europea en el surgimiento del nazismo y adjudicó “La raíz de la destructividad al aislamiento del individuo y la represión de la expansión individual”.
A diferencia de los pobres endémicos y de los ricos antiguos, los miembros de la clase media tienen registros cercanos de las dificultades del ascenso social y la inestabilidad de su condición.
La intolerancia a la incertidumbre y el miedo al cambio forjan las resistencias a la penetración “de los otros”. También tejen resiliencia y la ayuda mutua frente a crisis y catástrofes.
En términos antropológicos, la solidaridad es más eficiente que el egoísmo y el amor más fuerte que el odio, pero saberlo y actuarlo reclama una potente ingeniería de reversa simbólica y debate permanente.
Renunciar a ella es un prejuicio teórico peligroso que ya ocasionó al campo popular, en términos futbolísticos, dolorosos goles históricos en contra.
Atreverse a encarnar convicciones, enfrentando los conflictos e intereses sectoriales de pequeños y medianos, como se hizo con Federación Agraria, articula derechos y persuade.
El desarrollo de la conciencia siempre demandará ajuste fino.
Un trabajo infatigable, recíproco y hermoso.
* Antropóloga UNR.
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