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Ese límpido fuego misterioso

¿De quién es la patria, de todos o ninguno? Hay poetas que han dicho lo suyo al respecto. Alberto Fernández en TN: un dechado de amabilidad “no confrontativa”, el hit del momento para esconder alianzas y ambiciones.

 Por Jorge Pinedo *

En momentos de estremecimiento político, una vibración acorde recorre el espinazo de la sensibilidad popular y desata sabores parecidos a la confusión, la melancolía, el exitismo, la euforia, según dónde cada quién cree haber caído parado. Dentro de este generoso, mas escueto arco, pululan quienes reducen el momento a opciones maniqueas de victoria/derrota, como si la historia fuera un pozo de agua estancada en lugar de un cauce de flujo continuo. Entonces es cuando –una vez más– se produce esa perversa homlogación: “somos la patria”. Por estas pampas hay expertos, como las fuerzas armadas en el siglo pasado, en llamarse salvadores de la ninfa nacional. Hay otros, que se postulan cual órgano vital, sustancia, esencia principesca que como todo alfabetizado sabe es invisible a los ojos. E inservible a los votos.

De esa entelequia que mentan realidad procuran dar cuenta las ciencias rigurosas que se tejen alrededor de la política. No obstante, queda siempre –por fortuna– un margen que ninguna sistematicidad logra abarcar y que deja espacio para el vuelo de los poetas. Jamás uno, tal vez varios logren conformar lo que aquellas ciencias estipulan campo semántico; área donde circulan hasta agotarse los universos de significaciones. Y hoy más que nunca, ésa es La Patria.

Se yergue en primer término aquella arcaica cuarteta no menos infantil que anónima:

En el cielo las estrellas

En el campo las espinas

Y en el medio de mi pecho

La República Argentina.

Copla terrateniente, promueve la resignación de quien trabaja sobre esta tierra a fin de que se banque los pinchazos con la promesa de tornarse acreendatario de una póstuma parcela en el cielo iluminado. Lo que se dice el tradicional modo de vida occidental & cristiano, bandera retórica de los dictadores que en el país han sido.

De inmediato, la invocación a los genocidas relanza en la misma, otra Nación, hambreada, postergada, injusta, sin justicia, desa-parecida. La que muestran los versos de Fernando García:

Patria

Una piara de esclavos resentidos,

envidiosos, mezquinos, ignorantes,

incestuosos, serviles y farsantes,

al odio y a la opresión por siempre uncidos.

Hombres tristes, cobardes, resignados

a la cruel suerte de los miserables;

mujeres de rapiña, despreciables,

que se alimentan de los condenados.

Que nadie busque a Dios en esta tierra:

Ni amor, ni libertad, ni honor encierra

(¿puede haber algo de eso en tal letrina?)

Sólo cabe esperar que, en Su Clemencia,

muy pronto la Divina Providencia

destruya a la República Argentina.

Ni unos ni otros, ni tanto ni tan poco, se levanta la voz del bardo del viejo Palermo que en su oportunidad –nunca más actual– se enfrentó así a la furia golpista:

Oda escrita en 1966

Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete

Que, alto en el alba de una plaza desierta,

Rige un corcel de bronce por el tiempo,

Ni los otros que miran desde el mármol,

Ni los que prodigaron su bélica ceniza

Por los campos de América

O dejaron un verso o una hazaña

O la memoria de una vida cabal

En el justo ejercicio de los días.

Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos.

Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo

Cargado de batallas, de espadas y de éxodos

Y de la lenta población de regiones

Que lindan con la aurora y el ocaso,

Y de rostros que van envejeciendo

En los espejos que se empañan

Y de sufridas agonías anónimas

Que duran hasta el alba

Y de la telaraña de la lluvia

Sobre negros jardines.

La patria, amigos, es un acto perpetuo

Como el perpetuo mundo. (si el Eterno

Espectador dejara de soñarnos

Un solo instante, nos fulminaría,

Blanco y Negro relámpago, Su olvido.)

Nadie es la patria. Pero todos debemos

Ser dignos del antiguo juramento

Que prestaron aquellos caballeros

De ser lo que ignoraban, argentinos,

De ser lo que serían por el hecho

De haber jurado en esa vieja casa.

Somos el porvenir de esos varones

La justificación de aquellos muertos;

Nuestro deber es la gloriosa carga

Que a nuestra sombra legan esas sombras

Que debemos salvar.

Nadie es la patria, pero todos lo somos.

Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,

Ese límpido fuego misterioso.

Jorge Luis Borges

(“El Otro, el mismo”)

Dentro del campo enmarcado por la intersección de la anterior poética, una Nación se retuerce, se debate, agoniza y resucita, plantándose ante cada uno que se atreva a situarse frente a algunos de estos versos. Y obrar en consecuencia.

* Antropólogo, psicoanalista (UBA).

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