Jueves, 10 de abril de 2008 | Hoy
PSICOLOGíA › NUEVA PROPUESTA DE ARTICULACION ENTRE PSICOANALISIS Y MARXISMO
“Marx no discriminó quiénes son los ricos y quiénes son los amos. Lacan sí los diferenció, y la diferencia es muy importante”, sostiene el autor de esta nota, que procura reencauzar la articulación entre psicoanálisis y marxismo a partir de una pregunta: “¿Cuál es mi valor para el otro?”.
Por Sergio Rodríguez *
El capital, de Karl Marx, es el mejor análisis existente de la lógica capitalista. Lo fundamentó en su teoría del valor. Jacques Lacan, por lo menos a partir del seminario El revés del psicoanálisis, hizo explícitamente suyas las aseveraciones de Marx sobre el valor. Creo que también hizo suyos los criterios marxistas sobre las condiciones objetivas para las crisis sociales: el conflicto entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Y creo que por eso dijo Lacan (en “Radiofonía y televisión”), que Marx fue el primero que discernió el síntoma. En cambio, Lacan fue irónico sobre la creencia en la revolución, diciendo que era una vuelta de 360 grados, que volvía al punto inicial.
Desde muy temprano, Lacan planteó que una pregunta funda al hablante ser en el lazo social: la pregunta por el reconocimiento del otro. ¿Qué quiere el Otro de mí? ¿Qué me quiere? ¿Qué soy para el Otro? ¿Qué soy en el Otro? Es una pregunta clave. Uno se la hace todas las mañanas, todas las noches, todos los días. Es realmente nodal por una razón muy sencilla: el ser parlante no puede funcionar de una manera relativamente pasable si no es en vínculos sociales. Por lo tanto, siempre tiene que estar preguntándose qué quiere el otro de él y qué es él para el otro. Esas preguntas las reduzco a una: ¿Cuál es mi valor para el otro? E, invertido el mensaje: ¿Cuál es el valor del otro para mí? Las parejas se sostienen o se separan en función de esa pregunta. Si el otro vale para mí lo suficiente, voy a hacer todo lo posible para que no se vaya de mi lado. Si yo valgo para la otra lo suficiente, ella también tratará de hacer lo posible para que no me vaya de su lado. En el momento que ese valor cae, se acabó la pareja. Claro que las cosas no son tan sencillas. Un concepto fundamental de Freud es el de sobredeterminación. El síntoma tiene múltiples determinaciones, y no somos otra cosa que productos sintomales. Pero la estructura del lenguaje instala aquella pregunta como clave para subjetivarse, aunque no llegue a enunciarse en la conciencia.
Esa pregunta por el valor se refiere a los deseos y a los límites de los goces. De ahí que, también, sea pregunta clave en la economía política. Subtiende el esfuerzo para que el ser parlante funcione en lazos sociales, en relación con sus deseos y sus goces. Por eso éste lógicamente es un homo eroticus. Como consecuencia: mercator, faber, sapiens. En castellano: a partir de su erogeinización y juegos en la primera infancia, será luego, con mayor o menor grado de sublimación, mercader o fabricante; lo cual le exigirá buscar saber. Pero con punto de partida en el deseo de comerciar. No puede vivir por fuera de comerciar lo que producen otros y él mismo, sea como vendedor o como comprador. Aunque imaginariamente esto aparezca invertido, no se comercia para vender lo fabricado, sino que se fabrica a partir de las exigencias de comerciar. Por las faltas, por las carencias, por los plus. Podemos suponer al homo erectus prehistórico, intercambiando en los núcleos familiares: desde el amamantamiento y la sonrisa entre madres y cachorros, hasta utensilios, frutos recolectados, los productos de la pesca y de la caza. Gozamos canjeándolos, usándolos, haciéndolos.
Entonces, el sector llamado secundario de la economía, comercio y servicios, es por lo menos tan importante como el primario, la producción. Creo que Marx subestimó y en cierta manera despreció el comercio, lo cual generó condiciones para que los socialismos reales se fundamentaran en una organización piramidal planificada y centralizada del intercambio. Consecuencia: arrasamiento de deseos y goces de los sujetos. Resultado: se inutilizaron sus economías y volvieron al capitalismo.
Goce, en la nomenclatura propuesta por Lacan, no quiere decir placer; tampoco, sufrir; sino sentir el cuerpo, sea por el placer o por el sufrimiento. Y Marx decía: “A lo largo del proceso de trabajo, éste se trueca constantemente de inquietud en ser, de movimiento en materialidad” (El capital, T. 1, cap. V). Si hay alguien que siente el cuerpo es el trabajador. Como sostenía Marx, los amos se quedan con una plusvalía que produce el trabajador. Pero a Marx –muy enlazados aún sus ideales con los de la Revolución Francesa– le quedó afuera una función. No discriminó amos de ricos. Lacan sí los diferenció, en El revés del psicoanálisis, y la diferencia es muy importante. No siempre el amo es rico, no siempre el rico es amo. Se puede ser rico y no ser amo: se puede ser parásito, vivir de rentas heredadas. El amo, en cambio, arriesga su capital. Hay unos más aventurados que otros, pero se desloman para que su empresa salga adelante en el mercado. No idealizo a los amos. Alguien que, como suele decirse, viene de abajo y que trabaja cerca de la cúspide de una de las corporaciones más importantes de la Argentina, recordaba cuando, en su infancia, la principal preocupación en su familia era cómo llegar a fin de mes con dinero para comer. Lo recordaba después de haber participado en discusiones de la plana mayor de la corporación, sobre cómo harían ese mes para tener dos puntos más de ganancia que la principal competidora. El tema no era ni siquiera tener más plata para reinvertir, sino, ese fin de mes, quién la tendría más larga... quién se llevaría el valor fálico como trofeo. Pero la mayoría de los trabajadores no se proponen ser amos. Prefieren vivir tranquilos bajo la protección del patrón. Ilusión poco afortunada, como lo mostró el 2001 en la Argentina, cuando muchos se encontraron de golpe sin patrones, sin paraguas...
La renegación de la función del agente en tanto amo lo llevó, como a los anarquistas y al resto de los socialistas, a suponer que podían funcionar sociedades sin amos. Apostaron a educar la conciencia de los trabajadores, se ilusionaron con que los obreros pasarían de ser una clase “en sí” a una clase “para sí”. El descubrimiento, por Freud, de la función del inconsciente, y, por Lacan, del ser hablante atrapado como objeto, desnuca esa ilusión. Los anarquistas no llegaron a instituir nunca alguna sociedad trascendente que funcionara con mínimos niveles de eficacia. A los comunistas los amos les volvieron rápidamente desde lo real de sus propias burocracias.
Marx planteó en los comienzos de su obra mayor: “La mercancía es, en primer término, un objeto externo, una cosa apta para satisfacer necesidades humanas, de cualquier clase que ellas sean. El carácter de estas necesidades, el que broten por ejemplo del estómago o de la fantasía, no interesa en lo más mínimo para estos efectos. Ni interesa tampoco, desde este punto de vista, cómo ese objeto satisface las necesidades humanas, si directamente, como medio de vida, es decir como objeto de disfrute, o indirectamente, como medio de producción” (El capital, T. 1, cap. I). Esta definición coloca a la mercancía en el cruce entre deseo y goce. El valor de uso de una mercancía depende del servicio que preste a quienes la adquieran. Servicio no sólo práctico, sino también por el lugar que ocupe en las fantasías, más allá y más acá de sus necesidades. Probablemente ésta de Marx fue, antes de Freud, la descripción más aproximada de deseo y goce y de su soporte en fantasías. Marx llegó a ella definiendo mercancía y valor de uso.
Actualmente se venden obras de arte por muchos millones de dólares. ¿Por qué llegan a ese precio? ¿Por el trabajo socialmente acumulado, como diría Marx? Sí, si incluimos el deseo del Otro. Deseo que se despierta en quien, causado por él, demanda y, teniendo condiciones de posibilidad, paga por el original. Entonces, incluyo en la facturación no sólo al agente actual y sus trabajadores, sino también al deseo, el goce y las condiciones de posibilidad del demandante. En los ’90, los economistas reconocieron que la demanda podía ser sugerida por la oferta. Invirtieron la suposición imaginaria habitual de que algo se demanda porque es necesario. Promovieron ofertas elaboradas a través de estudios cuanticualitativos de mercado para imponerlas a través de la publicidad. Recordemos cuántos aparatos, con enorme cantidad de funciones que no usamos nunca, hay en nuestras casas. Esos señores tuvieron razón. Supieron engendrarnos la demanda, llevándonos a renegar de la castración a través del goce de poseer algo que no usaremos pero que nos hace suponer completos.
Q Extractado del trabajo “Herramientas del psicoanálisis, para la cultura y las políticas”, parte de un libro en preparación que su autor dedica a la memoria de, entre otros, “Adolfo Rotblat, Carlos Mugica, Atilio López, Roberto López, Lucho Aguirre, Enriquito Grinberg, el Negro Quieto, Marcos Osatinsky, Eduardito Marino, Sergio Schneider, Huguito Goldman, Marcelo Kurlat, Marina Malamud, el Gallego Fernández Palmeiro, René Salamanca, Jorge Julio López y tantos otros miles, asesinados por tratar de lograr una sociedad mejor”.
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