PSICOLOGíA › EL ENVEJECIMIENTO DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS ESTUDIOS DE GENERO

Vejez de los unos y vejez de las otras

También para envejecer es distinto el destino que la cultura reserva a cada género. Así lo sostiene y explica la autora de esta nota, al examinar cómo ciertas posiciones en los vínculos, llegada la vejez, pueden traducirse en síntomas, soledad o “algo que no puede llamarse vida”.

Por Irene Meler *

Existe consenso acerca de que la vejez no es sólo un hecho biológico sino que se trata al mismo tiempo de una construcción colectiva de sentido acerca de ese período del ciclo vital. El sentido atribuido a esa etapa influye poderosamente en la forma de vivir la tercera y cuarta edad, así como en las manifestaciones de malestar físico y subjetivo que los adultos mayores presentan.
También sabemos que, mientras algunas sociedades tradicionales respetaban a los que habían llegado a la vejez, la cultura occidental de la modernidad tardía condena a sus mayores a una vacancia de rol social, a lo que se agrega, en los países en vías de desarrollo, la amenaza de la pobreza, la soledad y la percepción del rechazo de las generaciones más jóvenes ante las características corporales que evidencian el paso del tiempo.
Leopoldo Salvarezza ha acuñado la denominación “viejismo” (“Fausto, Miguel Strogoff y los viejos. A propósito de la construcción del imaginario social sobre la vejez”, en La vejez. Una mirada gerontológica actual, Buenos Aires, Paidós, 1998) para referirse al prejuicio generalizado en la actualidad contra los ancianos, y es aquí donde se abre un punto de convergencia entre los estudios interdisciplinarios de género y las investigaciones acerca de los adultos mayores, en el sentido de que ambos campos enfatizan la importancia de la discriminación y la estereotipia de las representaciones colectivas en la producción de malestares específicos observables en las poblaciones o sectores sociales que constituyen sus respectivos objetos de estudio.
Así como el psicoanálisis destacó la importancia de la sexualidad para la comprensión del psiquismo, los estudios de género enfatizaron la efectividad de las relaciones de poder para construir modalidades subjetivas y vinculares y para explicar tendencias epidemiológicas diferenciales entre varones y mujeres.
Podemos considerar que cada género tiene su modalidad específica de malestar en la cultura. Los varones están lejos de las épocas premodernas, donde consumían dos o tres esposas en el curso de su vida útil. Hoy en día, viven un promedio de siete años menos que la población femenina, aunque, como una vez escuché decir a Eva Muchinik, ese período en que los sobrevivimos no puede llamarse vida. Con esta reflexión algo ácida, la investigadora se refería al empobrecimiento propio de la cuarta edad, y al hecho observable de la soledad, el aislamiento social y la discriminación sexual que padecen las ancianas.
Este es un aspecto que deseo destacar. Los gerontólogos describen que uno de los duelos más severos a enfrentar en la vejez, consiste en la percepción de no ser objeto de deseo por parte de los demás. Pero esta condición no es semejante para varones y mujeres sino que en realidad, como dije, se aplica específicamente a las mujeres y en mucho menor medida es válida para los hombres. Esto sucede así debido a que el atractivo erótico masculino se sustentó ancestralmente en los atributos de poder. La fuerza física puede ser reemplazada por la experiencia, la sabiduría o la potencia económica, que son emblemas que adornan en ocasiones al varón maduro. En cambio, el atractivo femenino basado en la gracia y cierto infantilismo, combina mal con el poder que dan los años y con el saber adquirido a través de la experiencia de vida. Una mujer poderosa puede ser respetada, pero no resulta deseable. La delicada danza de cortejo que los géneros bailan desde hace muchos siglos se basa en el dominio masculino y la sexualidad es el aspecto de la conducta humana más reluctante a la transformación de las relaciones de género.
El viudo alegre
Si las mujeres viudas están en una proporción de 4 a 1 con respecto a los hombres en la misma situación, y las mujeres en pareja pueden esperar un período de viudez de alrededor de 11 años, vemos que la ventajacomparativa de las mujeres con respecto a la longevidad tiene como contraparte un destino de soledad en la mayoría de los casos. Otro elemento observable es la rapidez con que los hombres que enviudan se casan nuevamente. Algunos motivos son los que siguen:
u Su prerrogativa tradicional para manifestar el deseo erótico les facilita la búsqueda de una nueva pareja.
u Debido a la dominancia del género masculino, su autoestima es generalmente más elevada, por lo cual no se excluyen del “mercado amoroso”. El régimen deseante masculino se refiere a un deseo experimentado en forma subjetiva, y lo que importa es la belleza del objeto de deseo, no el propio estado físico. Los hombres no piensan en sí mismos como objetos del deseo femenino.
u Su capacidad para establecer vínculos es más pobre, debido a que han sido orientados hacia la acción y el logro. Por eso, reclaman menor complejidad subjetiva en una relación, y pueden reemplazar una persona por otra con mayor facilidad.
u El hábito juvenil de conquista serial o coleccionismo de mujeres los ha entrenado para pasar del amor a una mujer hacia otra. Esta actitud deriva de lo que Christian von Ehrenfels denominó el doble código de moral sexual, y la duplicidad de la normativa a su vez es un corolario de la dominación social masculina.
Las mujeres se vuelven a casar en menor proporción por los motivos inversos, a lo que hay que agregar otras razones:
u Las redes entre mujeres tienden a ser más contenedoras que los lazos sociales entre hombres. Las mujeres se confortan y auxilian entre sí.
u El vínculo de las mujeres con sus hijos es más cercano e intenso y compite con la dedicación a un hombre desconocido. Los hijos demandan más de su madre y son más hostiles a una nueva unión por parte de ella.
u En la madurez, la importancia de la sexualidad decrece, pero, mientras que los varones apuestan a revitalizarla por cualquier medio, muchas mujeres, habituadas a reprimirla, renuncian a ejercerla en función de preservar su estima de sí, que reposa en el ideal femenino de continencia y altruismo.
Pese a estas diferencias, la figura social de la “pobre viuda” está dejando lugar al surgimiento de un sector poblacional con características propias, poder adquisitivo (en parte adquirido por el trabajo personal y en parte heredado) y poder social y familiar. La soledad de pareja se sufre, sin embargo, debido a la socialización femenina que ha privilegiado el amor y la compañía masculina como un eje organizador del proyecto de vida.
En los matrimonios que perduran hasta la vejez, un problema deriva de la dependencia psíquica masculina con respecto a la erección. Cuando no la logran, ellos clausuran los vínculos afectivos y eróticos, lo que puede manifestarse en síntomas de neurosis obsesiva en sus mujeres.
Una mujer mayor comenzó a limpiar en forma compulsiva todos los rincones de su casa, desarrollando una sintomatología específica de género que se ha denominado “neurosis del ama de casa” y que constituye una variante de los trastornos obsesivo-compulsivos característica de las mujeres tradicionales. Al investigarse la situación, encontramos que las relaciones sexuales se habían interrumpido debido a la impotencia eréctil del cónyuge. Al mismo tiempo, todas las expresiones tiernas o los juegos sensuales habían cesado bruscamente, ya que el hombre estaba avergonzado y dolorido por su claudicación y evitaba exponerse a lo que, desde una perspectiva tradicional masculina, era visto como un fracaso.
Pese a esta penosa dependencia de los varones ancianos respecto de su aptitud coital, como vimos, el deseo erótico masculino se admite como vigente, mientras que el erotismo de las mujeres ancianas es desestimado y, en caso de reconocerse, causa horror. Es posible que a las razones antes expuestas se agregue la asociación imaginaria entre la madre y lamuerte, o sea la actualización del temor infantil al reengolfamiento en la madre preedípica, ahora percibido como peligro de muerte.
“Ella es mi síntoma”
En muchos casos, las mujeres padecen síntomas de algún modo inducidos por los maridos, quienes mantienen cierto grado de salud mental a expensas del padecimiento subjetivo de las esposas. Estas patologías clínicas femeninas, cuyo origen es vincular, se encuentran en las uniones tradicionales de todas las edades, debido a que la caracteropatía es más frecuente entre los varones, pero se acentúa en la vejez. Una viñeta clínica servirá como ilustración.
Golda era una mujer de 70 años, que consultó por agorafobia. Hacía muchos años que tenía dificultades para circular sola y requería la compañía de alguna persona, preferentemente su marido. Al mismo tiempo experimentaba ansiedad y un síntoma que describía como “inquietud en las rodillas”, que fue interpretado como expresión de su deseo de correr o caminar por sí misma y dirigirse hacia donde deseara. El origen sexual reprimido de la agorafobia fue tratado con cuidado debido a la edad de la paciente y a su actitud tradicional frente a la sexualidad. Sin embargo, y pese a la larga data del síntoma, comenzó a evolucionar en forma favorable. Al cabo de un tiempo, y en un momento donde la relación terapéutica era valorizada por ella de forma muy positiva, me anunció con pena que se veía obligada a interrumpir el tratamiento. Su marido se había quedado paulatinamente sin clientes y tuvo que cerrar su oficina, reconociendo oficialmente que había llegado a una situación de retiro. En ese momento, anunció a la paciente que debían restringir los gastos, ya que dispondrían de menores ingresos, y que por lo tanto debía dar por finalizada la psicoterapia.
Luego de este planteo, Golda me relató lo ocurrido a una amiga suya, que estaba sumida en una profunda depresión. En ese tiempo, su hijo sufrió un grave accidente que lo dejó inválido y ella tuvo que ocuparse de llevarlo de un lado a otro en silla de ruedas. Esta nueva obligación, curiosamente, resolvió su estado depresivo. ¡Había encontrado una nueva ocupación!
Me pareció claro que el destino de la paciente era similar al del joven inválido. Reforzada su agorafobia, su marido, retirado del trabajo, dedicaría su existencia a hacerle de acompañante, con lo cual la continuidad del síntoma de ella le evitaría a él caer en un estado depresivo a consecuencia de la jubilación.
Puede observarse que he dado dos ejemplos de pacientes mujeres que desarrollan síntomas, en un caso una “neurosis del ama de casa” y en el segundo una agorafobia, a consecuencia de cambios producidos en el vínculo conyugal. Creo que estos dos ejemplos son muy reveladores acerca de la forma en que un enfoque psicoanalítico intersubjetivo, que se focaliza en las relaciones de género, puede permitirnos comprender la aparición de sintomatología en la vejez.
No deseo presentar una perspectiva victimista acerca de las mujeres, pero me he propuesto enfatizar que el estatuto de mujeres y varones no es semejante en lo que hace a poder y prestigio, y esto es particularmente cierto en las generaciones mayores, cuya crianza ha sido tradicionalista. Tampoco desconozco el callado padecimiento masculino, que paga con enfermedades físicas y con el acortamiento del ciclo vital los esfuerzos que los varones realizan para sostener la efigie de la virilidad.
También creo importante destacar que los casos que describí son propios de una generación, y que las modalidades de envejecimiento de las generaciones que siguen presentarán sin duda características diferenciales, que será interesante y necesario registrar. Las mujeres que protagonizamos la revolución sexual y el ingreso masivo a la educación superior en los años 60 envejeceremos de modos diferentes, y lo mismo puede decirse de la generación de varones que inauguró la adolescenciacomo período del ciclo evolutivo. Pero eso queda para estudios ulteriores, y podremos discutirlo de aquí a 15 o 20 años.

* Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género (APBA) y del Centro de Estudios en Género y Subjetividad (UCES). Fragmento del trabajo “Aportes del enfoque psicoanalítico de género para la comprensión del proceso de envejecimiento”, presentado en la VI Jornada de Psicología de la Vejez, Facultad de Psicología de la UBA, septiembre de 2001.

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