CONTADO
Enfermedad holandesa
Por Marcelo Zlotogwiazda
Algunos muy buenos indicadores macroeconómicos que muestra la Argentina se derivan en gran medida de la altísima rentabilidad que está obteniendo la explotación de recursos naturales, en particular la soja y el petróleo. Los extraordinarios niveles de precio y demanda de las materias primas han provocado un boom productivo que dio impulso decisivo al crecimiento económico general, y además generaron las condiciones para que, a través del cobro de retenciones y otros impuestos, mejorara sensiblemente la recaudación.
Aunque hay potencias que construyeron su prosperidad aprovechando sus ventajas naturales, la historia también enseña y advierte sobre variados peligros potenciales de procesos sustentados en la producción primaria. Si bien no hay ninguna fatalidad que asegure que la abundancia de recursos naturales sea una maldición, en los países periféricos suele ser más una regla que la excepción. Casualmente, un reciente trabajo elaborado por el jefe de la División de Estudios del FMI, Arvind Subramanian, junto con un académico de la Universidad de Columbia, Xavier Sala Martin, se refiere a la “maldición de los recursos naturales” aplicado al caso de Nigeria, donde la abundancia de petróleo convivió con un espantoso aumento de la pobreza (la población que vive con menos de un dólar por día saltó de 19 millones en 1970 a 90 millones en 2000). Los autores explican que esa “maldición” es un “fenómeno intrínseco a los países que tienen petróleo o minerales cuya posesión contrae el crecimiento a largo plazo”. Agregan que “la maldición crea oportunidades de enriquecerse sin esfuerzo, favorece la corrupción (Nigeria es uno de los países más corruptos del mundo) y genera un clima adverso a la inversión” (Boletín FMI 22/3/2004).
Pero más que contagiarse de ese tipo de “maldición”, la Argentina corre un riesgo, por ahora incipiente, de contraer algo parecido a lo que se conoce como enfermedad holandesa. La denominación se creó para referirse a los efectos adversos que sufrió ese país europeo como consecuencia de los repentinos descubrimientos de hidrocarburos en el Mar del Norte en la segunda mitad del siglo pasado, y desde entonces se aplica a los casos en los que por hallazgos en abundancia de algún recurso natural, brusco incremento de precios o algún otro motivo, se genera un considerable auge de exportaciones primarias. Las experiencias de países petroleros son las que más nutren la literatura sobre el tema. El principal síntoma de la enfermedad holandesa es la apreciación de la moneda local que resulta de los excedentes de divisas que deja como saldo el nuevo boom de exportador. Y el daño más característico que deja la enfermedad es la pérdida de competitividad que sufren los sectores que quedan descolocados por la revaluación de la moneda.
Estableciendo analogía con el caso argentino, se podría señalar que la tendencia que aquí se registra a la apreciación del peso es consecuencia del descomunal superávit de comercio exterior que se registra debido a los extraordinarios montos de exportaciones de soja, petróleo y otras materias primas. Y podría añadirse que la preocupación que evidencia el Gobierno por el abaratamiento del dólar y su impacto nocivo sobre el potencial del resto de las exportaciones se parece a la de un médico ante una “enfermedad” como la descripta.
Por supuesto que esta incipiente versión local de la enfermedad holandesa tiene como particularidad que el síntoma de la caída del dólar ocurre luego de un descomunal aumento de la divisa. Pero es justamente ese detalle el que despierta una de las grandes dudas para el futuro de la economía. Si el Gobierno está interviniendo activamente para frenar una mayor revaluación del peso es, antes que nada, para evitar los efectos negativos sobre las exportaciones con valor agregado y sobre la sustitución de importaciones. De lo que surge inevitablemente la siguiente e inquietante pregunta: ¿es que acaso la economía argentina sólo tiene chances de ubicarse y mantenerse dentro de un sendero de crecimiento de exportaciones que no sean soja, petróleo u otras materias primas o commodities a un tipo de cambio real que sea como mínimo el actual?
El escasísimo crecimiento que registraron las exportaciones manufactureras tras la devaluación podría tomarse como un indicio de que el interrogante anterior tiene respuesta positiva. Y si eso es efectivamente así, hay motivo para preocuparse: significa que ni siquiera un salario en dólares tan deprimido como el actual garantiza un sostenido repunte de exportaciones no primarias.