Domingo, 25 de enero de 2015 | Hoy
LO QUE GENERó EL CAPITAL EN EL SIGLO XXI
Por Mariano Arana *
Tal vez uno de los fenómenos más relevantes que aporta el reciente libro del economista francés Thomas Piketty, El Capital en el siglo XXI, sea la experiencia recogida por aquellos que indagan el devenir de nuestra ciencia y profesión. Probablemente la última vez que la economía discutió con símil énfasis un gran libro fue con La teoría general... de Keynes, en 1936. También publicado siete años después del estallido de una gran crisis.
Hace más de medio siglo que la economía viene cambiando la forma y los contenidos del diálogo. La proliferación de artículos en revistas, la especialización temática y metodológica, su internacionalización e institucionalización, la búsqueda de reputaciones académicas y la competencia de los rankings se hicieron moneda corriente en más de 60 años de norteamericanización de nuestra ciencia.
Hay que decir que el diálogo no es algo frecuente en economía. Datos publicados por el investigador galés Joe Francis muestran que para fines de la década de 1960 un poco menos del 24 por ciento de los artículos publicados en las cinco principales (léase, condicionantes) revistas académicas contaban con un comentario o réplica. Ese porcentaje cae hasta nuestros días por debajo del 3 por ciento. Asimismo, en 2012 dos investigadores de la London School of Economics y el FMI estudiaron los efectos académicos del uso de las matemáticas en la economía y encontraron una fuerte tendencia en la matematización. A principios del siglo XX se encontraban en promedio cuatro ecuaciones por artículo, mientras que desde mediados de la década de 1990 ese promedio ascendía a setenta.
No sorprende que Piketty señale que los economistas estadounidenses no lo convencieron demasiado cuando arribó a ese país a los 22 años de edad. Tampoco sorprende que diga que “la disciplina económica aún no ha abandonado su pasión infantil por las matemáticas y las especulaciones puramente teóricas y, muy a menudo, ideológicas, en detrimento de la investigación histórica y de la reconciliación con las demás ciencias sociales”.
La profesión quiso al joven Piketty que hacía su tesis con teoremas abstractos, aunque “no conocía nada de los problemas económicos del mundo”. Pero es la misma profesión que parece abrazar al maduro Piketty, que dejó de lado las matemáticas, se volvió a Francia y sabe un poco más del mundo real.
El viernes 16 de enero el economista visitó el país para dialogar con funcionarios y colegas, dando algunas conferencias en la Capital Federal. Asistí a una de ellas, que se desarrolló con un raro conjunto de patrocinantes privados y públicos, en el centro geográfico de las administraciones de las empresas transnacionales, a pasos de nuestro subdesarrollado centro financiero y a metros de donde una parte del dinero de dudosa procedencia va a parar, Puerto Madero.
Este autor convoca tanto a faranduleros como a científicos sociales. Evoca críticas desde la izquierda, el centro, hasta los conservadores y libertarios. Lo discuten desde hombres de negocios y embajadores hasta intelectuales y sindicalistas. La experiencia Piketty tiene esa extraña combinación de interpelar a muchos y ocupar espacios no convencionales. ¿Por qué razón? Cuando se lo pude preguntar respondió: “No sé, tal vez tuve suerte” y señaló que existía una demanda de la democratización del pensamiento. Mostró particular interés en decir que el lenguaje del libro es accesible al público no especializado y señaló que los economistas “ya no escriben, ni leen libros”.
Evocar la suerte no fue la mejor respuesta que esperaba del ocupante del puesto trece entre los economistas más influyentes del mundo (según The Economist). En principio diré que la experiencia Piketty no es fácil de estudiar. Para tener una imagen nítida de los fenómenos del conocimiento pueden pasar décadas, cierto. Sin embargo, eso no nos impide especular acerca del porqué de esta difusión, de este debate, de esos lectores, etc.
Piketty analizó un proceso de largo plazo que gran parte de sus estudiosos reconocía, aunque con datos parciales. Apareció en un momento en que dejó de mostrar urgencias la principal economía del mundo, EE.UU. Desde el año 2007 una batería de publicaciones sobre la crisis llamaba la atención a la luz de la decadencia de la economía americana. ¿De qué servía pensar el largo plazo si se desconocía el presente? O mejor, ¿cómo íbamos a debatir sobre el capital en los dos siglos pasados si queríamos revisar qué le pasaba al capitalismo en los últimos 30 años? Asimismo concentró su ataque en el indicador más grosero desde los años ’70: la desigualdad. No sólo de ingresos sino de propiedades. Recién cuando los debates sobre la crisis del 2007 se habían logrado ordenar en sus respectivos espacios, apareció un libro con un título sugerente. ¿Una reinterpretación del El Capital de Marx para el nuevo siglo?
En las primeras páginas del libro el autor deja ver que no es un aporte desde el marxismo. Sin embargo, su discurso provocó al mundo de las finanzas y negocios (Financial Times, Wall Street Journal, Foreign Affairs, Forbes), hizo eco tanto en un mainstream de voces críticas como Joseph Stiglitz y Paul Krugman como en el mainstream en persona: Gregory Mankiw. El título del libro interpeló a estudiosos de izquierda llamados por la ignorancia de la derecha que acusaba al propio Piketty de marxista, pretendiendo con ello disparar contra su mensaje reformista y, de paso, asegurarse de que el marxismo seguirá marginado de la academia. Este abanico de interlocutores son muchos, aunque no tantos como para convertir al libro en uno de los preferidos por los libreros.
¿Por qué la publicación es un éxito editorial? Las librerías de EE.UU. lo ponían en vidrieras junto a los grandes libros de cocina, las novelas del momento y otros de chismerío político. Una mirada al mensaje de Piketty puede aportar a esa explicación.
La separación de propiedad y gestión se aceleró después de las décadas del 70 y 90, el 10 por ciento más rico de EE.UU. pasó de tener el 35 por ciento de la riqueza anual en 1980 hasta casi el 50 por ciento en los años previos a la crisis del 2007, comandados por un grupo de los denominados “super-gerentes” que se incrementaban sus remuneraciones relativas constantemente. Hace unos días, un informe señaló que en dos años el 1 por ciento de los más ricos del mundo podría quedarse con la mitad de lo producido en un año (oxfam.org). Este es el hecho que motiva la reacción del movimiento Occupy Wall Street, nacido en 2011 en las calles del distrito financiero de Manhattan, cuando dicen: “Somos el 99 por ciento” que “patea el culo de la clase dominante”. En este sentido, el libro es un aporte a esos reclamos.
No obstante lo anterior, los hombres de negocios, gerentes medios y demás no estuvieron exentos del discurso dominante de las finanzas. Hace tiempo asistimos a que oficios y profesiones encuentren su cultura financiera de alguna forma, ya sea incorporando ese discurso en los currículos de grado y posgrado, a través de los libros sobre la gestión del patrimonio y su vínculo con los mercados financieros (como el prometedor How to Make Money While you Sleep!) o mediante las charlas de expertos en cursos introductorios a las finanzas. El mensaje de la economía de tu vida cotidiana y la financiarización es contundente: el arquitecto, el vendedor, el odontólogo, el dueño de un comercio, el farmacéutico, todos deben saber cómo hacer dinero mientras duermen. No olvidemos los éxitos editoriales –simétricos del fracaso intelectual– que provocaron los famosos Freakonomics y Padre Rico, Padre Pobre no hace tantos años.
El batallón de revistas y periódicos que durante años contribuyeron a instalar el discurso económico-financiero en la ciudadanía, ahora se ocupaba de señalar o criticar el mensaje de Piketty, que por cierto también era una buena salida para dejar de dar explicaciones sobre el desastre que sus defendidos lideraron. Si en los mercados de valores el comportamiento por imitación provoca corridas de compras y ventas, ¿cómo no podría suceder ello con un libro que va a hablar parcialmente de quienes poseen, desean o aborrecen esos valores? Seguramente esa suerte a la que hacía referencia el autor sea parte del comportamiento mimético que existe en nuestra sociedad y que coadyuvó a su éxito editorial cosmopolita.
Recientemente en Argentina se publicó una compilación de artículos denominada El Debate Piketty, donde se expusieron algunas repercusiones teóricas que tuvo el libro entre distintos actores. El título de esa compilación es interesante porque delimita una parte del fenómeno: el debate. El problema adicional a las ideas de Piketty –independientemente de cómo fueran estimadas– es que provoca no sólo debate sino una experiencia distinta de la que estamos acostumbrados en la forma de producir, difundir y debatir pensamiento económico, y lo hace además en unas décadas de conflicto espasmódico con el pensamiento dominante.
No digo que estemos cambiando las formas de dialogar a causa de la experiencia Piketty. Creo que ello no sucederá. Lo que resulta interesante es preguntarse por qué razón en la academia, la política y los negocios se ha prestado atención a un autor que no dice lo que el uno por ciento con más poder de compra quiere escuchar, que no lo hace de la forma que la mayoría de la disciplina respeta (sino que acusa a la profesión de infantil) y que lo hace en un libro de más de 650 páginas que difícilmente un ciudadano corriente esté llamado a comprar.
Hace un tiempo que estudio a la academia. He visto que la debilidad intelectual puede durar mucho y que deben ocurrir eventos muy groseros antes de que el frasco se rompa. Tal vez hayan empezado a dejar de formalizar tonterías y algunas semillas de pensamiento crítico se plantaron después de décadas de cambios geopolíticos y crisis económicas. Pero la brutalidad académica puede permanecer en el tiempo y la experiencia de las ideas económicas del siglo XX muestra que la economía que domina se ocupó muy bien de traducir los mensajes problemáticos al idioma de la armonía y la conservación.
* Especialista en Economía Política Flacso, UBA.
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