Martes, 16 de abril de 2013 | Hoy
TEATRO › MARIANO MORO HABLA SOBRE LA OBRA ALFONSINA Y LOS HOMBRES
El unipersonal protagonizado por la actriz, cantante y bailarina Victoria Moréteau no es una biografía, sino “una cronología emocionante” sobre Alfonsina Storni. “Tengo fe en la poesía”, asegura el director, acerca de la puesta que puede verse los martes en El Extranjero.
Por María Daniela Yaccar
“Tengo la sensación de que en este espectáculo me encuentro realmente con Alfonsina Storni. Entramos en su alma, recorremos sus pasillos, habitaciones y recovecos”, desliza ante Página/12 Mariano Moro, quien dirige Alfonsina y los hombres (martes a las 21 en El Extranjero, Valentín Gómez 3378). Se trata de un unipersonal que podría etiquetarse en el género “poesía en movimiento” –en palabras de Moro–, ya que une versos, teatro, danza y canto. La multifacética Victoria Moréteau, actriz, cantante y bailarina, encarna a la poeta fallecida hace 75 años y despliega en el escenario todas sus habilidades. “Quería mostrar, simplemente, a la Alfonsina que está en sus poesías, que es la que ella quiso mostrar”, recalca Moro, quien encabeza la compañía Los del Verso.
El espectáculo es muy despojado en cuanto a puesta: no hay una escenografía compleja ni música que acompañe. Es Moréteau, con vestido blanco y rodeada de rosas rojas, quien está en primera plana. La poesía es la gran protagonista. “Es un recorrido por sus poemas. Hay muy pocos que aparecen enteros. Hice una asociación de versos según ideas que fui encontrando. El tema principal es el que está en el título: los hombres. Ella los odiaba y los amaba, los amparaba y agredía. Además, agregué textos míos. Traté de que no molestaran y de que fueran funcionales a la estructura dramática. Algunos están basados en testimonios de Alfonsina”, cuenta Moro. Como el centro es la poesía, éste no es un espectáculo exactamente biográfico.
Antes de instalarse en la cartelera porteña, Alfonsina y los hombres pasó por Mar del Plata, ciudad en la que vivió la autora de El dulce daño y en la que se suicidó en 1938. De allí es oriundo Moro. Desde temprana edad leía algunos textos de la autora que encontraba en la biblioteca nutrida de sus padres. “Su presencia en Mar del Plata es muy fuerte, así que conviví con ella siempre”, relata el director, que también tiene en cartel Cleopatra (viernes 20.30 en el Teatro Molière, Balcarce 682) y Jesucristo (sábado a las 20 en La Comedia, Rodríguez Peña 1062). “Ahora, de grande, siento amor por esa mujer. Además de ser una gran poeta, se metió en sus poemas. Está ahí respirando, sintiendo, divirtiéndose y sufriendo.”
–El trabajo con versos lo entusiasma, ¿no?
–Sí, me divierte. Mis primeras obras eran versiones de mitos griegos en las que me burlaba de todo. Después fui tomando otros desafíos. Me acerqué al siglo de oro español, donde está el verso dramático. Alfonsina... es una apuesta más difícil, porque el verso poético exige un trabajo de orfebre. Tenés que estar en el detalle porque le vas a pedir mucho al espectador. La poesía es muy demandante. En el arte es lo que más da y lo que más pide. Estamos entrando en el alma de alguien. Es algo que me interesa hacer ahora, cuando era más joven no estaba listo. Siempre tuve intuición de saber qué podía hacer en cada momento.
–En este caso, además, dio con la actriz adecuada.
–Estoy enloquecido con Victoria. Es hermosa, sensible, inteligente y acierta en cada gesto. Cuando el actor está solo en el escenario tiene que regalar su alma y tener talento para tomar posesión del tiempo que generosamente da el espectador. Tengo un respeto religioso por ese tiempo. No es poca cortesía la del espectador. Si se entrega, recibe muchísimo. Como primer espectador recibo algo que me mata y me conmueve. Me da vuelta tanta belleza a través de estas dos mujeres, Alfonsina y Victoria. Por supuesto que ver esta obra no es como ver la tele. Tenés que estar concentrado para captar cada matriz, cada palabra, las pausas y los gestos, porque marcan diferencia.
–¿Cómo trabajaron el pasaje del verso a la escena?
–Eso es lo más trabajoso para un actor. No hay tradición de trabajo sobre el verso. Tengo mis teorías sobre cómo respirar los poemas hasta que se te hagan carne y el alma del poeta se meta en vos. La idea es que ese poema fluya naturalmente, como apareció en la mente del poeta. Para eso no hay que romper el verso, como suele decirse. Hay que encontrar las pausas. Es un trabajo desbordado, de sentido, de resonancias, respiración, sensibilidad e imagen. Todos los sentidos tienen que estar ahí. Porque la poesía tiene mucho que ver con los cinco sentidos. Tiene una doble vertiente: las imágenes y las ideas. Y también está lo dramático, el sentimiento. En el espectáculo hay versos con rima y otros que no. Es lindo explorar las múltiples posibilidades de la poesía. La danza, otro recurso que usamos, es la comprobación de que la palabra mueve todo. El cuerpo está implicado en lo que la actriz dice.
–Eligieron una puesta sobria.
–Eso tiene que ver con la fe en lo que hacemos. Tengo fe en la poesía. Muchas veces se hacen cosas sobre Alfonsina y se va a la cosa feminista, a su condición de madre soltera. Eso es no creer en la poeta. Ella puso sus apuestas ahí. Y si un actor va a estar encarnando la poesía no necesito que pasen chanchos volando... las imágenes están en las palabras. Para todo lo demás están las superproducciones de Hollywood. Este es un trabajo en sentido inverso.
–Recién dijo que le escapó al feminismo. ¿Qué Alfonsina quería mostrar?
–Quería mostrar a la que está en sus poesías. Hay una Alfonsina ideal: ella quería ser perfecta, hermosa y cautivar. Mi actriz es así, entonces es su fantasía. No somos realistas, no evocamos a la mujer intelectual, paranoica y no tan linda. No quise forzar a Alfonsina en nada. No quise usarla para contar otra cosa que no sea lo que me contó en sus poemas.
–El espectáculo recorre sensaciones diversas: parte de la inocencia de la infancia y culmina en lo turbio del final. ¿Cómo se plantearon ese recorrido, que es casi cronológico?
–Hay una cronología emocional. Empezamos con la niña que escribía poemas hablando de la muerte, a la que la madre le daba coscorrones por eso. Después aparece la mujer que se quiere comer el mundo. Bueno, ella se lo comía, porque logró muchas cosas. No fue una víctima: escribía en el diario, montaba obras, daba clases... Fue una celebridad. Sufrió mucho afectivamente, al tener un hijo con un hombre casado. Eso la dejó marcada, como la figura del padre. Uno se identifica con ella por muchas cosas. Todos hacemos un recorrido: de adolescente te reís de todo y después te toca enfrentarte a agujeros negros, empezás a perder cosas y está la perspectiva de la enfermedad y de la muerte. Uno se pone más oscuro.
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