Sábado, 3 de enero de 2009 | Hoy
BIOLOGIA Y DIVISION DEL TRABAJO: HORMIGAS COMUNISTAS
Marx imaginaba un mundo utópico donde la especialización del trabajo smithsiana no fuera la regla. El tiempo se encargó de demostrar las falencias del modelo pero, subrepticiamente, apareció una curiosidad marxista en la biología.
Por Esteban Magnani
Desde el punto de vista del filósofo alemán Karl Marx, la división del trabajo, desde su germen en la vida familiar primitiva hasta su exacerbación en el capitalismo moderno, es una de las fuentes de todos los males que aquejan a la humanidad. El separar el trabajo intelectual del manual permite, por ejemplo, que algunos se apropien del trabajo ajeno sin que nadie levante un dedo en señal de protesta, como si fuera natural que unos trabajen con el cuerpo y otros no. Por eso Marx prometía un mundo, el comunista, en el que gracias al desarrollo de la tecnología y la forma de organización del trabajo, cada individuo pudiera realizar distintas tareas a lo largo del día. Lo que no desafiaba Marx era la idea aceptada de que la división del trabajo resultaba imprescindible para una producción suficiente como para satisfacer las necesidades de la humanidad toda, al menos hasta tanto la tecnología se desarrollara. En esto se puede decir que coincidía con los otros pensadores y con el sentido común generalmente aceptado por todos: si alguien se especializaba en una tarea la llevaría adelante en forma más rápida y precisa que aquel diletante que se ocupaba un poco de cada cosa. Hasta Adam Smith, desde el otro rincón del espectro político, había recalcado que la división del trabajo mejoraba la eficiencia de los individuos, reducía los tiempos muertos y permitía el desarrollo de tecnología. Luego vendrían Taylor, Ford y demás.
Pero lo notable es que este sentido común ha expandido sus raíces incluso a la biología. Por ejemplo, se ha aplicado sin discusión para explicar el éxito de los llamados insectos sociales (abejas, hormigas, avispas, etc.). Estas especies representan aproximadamente el 75 por ciento de la biomasa total, la cantidad de materia, de todos los insectos; es decir que por cada kilo de insecto que encontremos deambulando por el planeta, lo más probable es que 750 gr. sean de insectos sociales. Semejante proporción encajaba perfectamente con el supuesto de que es la especialización, la supuesta característica de estos seres, la ventaja adaptativa distintiva que permitió semejante conquista del medio ambiente en detrimento de otras especies.
Sin embargo, un estudio reciente se negó a aceptar el prejuicio y se dedicó a estudiar el comportamiento individual de 1142 hormigas de una variedad bastante simple, las Temnothorax albipennis. Los resultados parecen indicar que aquellas hormigas que se abocan a una sola tarea no son las mejores en el desempeño de ellas.
Anna Dornhaus de la Universidad de Arizona, EE.UU., junto a su equipo, se tomó el trabajo de pintar a cada una de las hormigas de las 11 colonias estudiadas (de entre 27 y 233 miembros cada una). Las transportaron a nidos ubicados en el laboratorio para ser filmadas a través de un vidrio transparente mientras llevaban adelante alguna de las siguientes cuatro tareas: cargando elementos durante una emigración, recolectando una solución de agua y miel, acarreando drosophilas muertas o cargando granos de arena para la construcción del nido. Todos los viajes para llevar adelante una de estas tareas implicaba recorrer una distancia similar por lo que la elección de cualquiera de ellas no representaba una diferencia de esfuerzo. La frecuencia con que una hormiga elegía alguna de las tareas en particular indicaba su nivel de especialización.
Entre las hormigas existen algunas pocas variedades en las que se da la división del trabajo por las características físicas distintas de sus individuos: las más grandes acarrean, las más fuertes o venenosas defienden, etc... En el caso de las Temno-thorax albipennis este polimorfismo no se da por lo que se suponía que tenía que ser la experiencia en una tarea la que permitiera mejorar el desempeño. Como el aprendizaje también tiene su costo energético (tiempo perdido en prueba y error, gastos en tejidos neuronales que consumen más que otros, etc.) lo mejor es enfocarlo en aquellas actividades que más van a rendir en el futuro. Nada de esto ocurrió con las hormigas estudiadas.
El tiempo que llevó a cada hormiga desempeñar algunas de las 4 tareas estudiadas fue muy variado y no mostró ninguna relación con la diversidad en las tareas encaradas: quien se especializaba en la recolección de agua con miel demoraba más o menos, indistintamente, que aquella que hasta ese momento se había dedicado a transportar granos de arena. Incluso una tarea que llevaba a un individuo 100 segundos podía llevar a otro 40 veces más sin que nadie le recriminara nada y sin relación alguna con la cantidad de tareas entre las que distribuía sus energías. Algo más del 30 por ciento de los individuos analizados se especializaron en una sola tarea y, sin embargo, no lograron superar a sus compañeros diletantes tal como hubiera previsto el sentido común. Ni siquiera los tiempos muertos entre una tarea y la siguiente eran menores entre los que no cambiaban de actividad. Es decir que el éxito de estos insectos sociales en particular no se debe a la especialización, en contra de todas las expectativas.
Según Dornhaus es necesario analizar si la tan mentada división del trabajo está realmente tan desarrollada como se creía entre los insectos sociales o si lo que ocurrió es que las hormigas estudiadas en particular son más relajadas en ese aspecto. Según ella lo que queda claro es que algunos supuestos aceptados necesitan cierta contrastación empírica. Tal vez Marx se alegraría con los resultados, pensando que su modelo comunista no sólo es más deseable, sino que puede ser tan eficiente como aquel en el que la división del trabajo se mantiene a costa de la alienación del trabajo. Eso si lo que vale para las hormigas vale para los hombres, claro.
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