Sábado, 1 de octubre de 2011 | Hoy
OPINION
Por Diego Hurtado *
Formulemos un dilema con fines exploratorios. Tomemos como punto de partida dos noticias de la edición del sábado 24 de septiembre de Página/12. Una de ellas habla de un grupo de físicos que experimentó con el acelerador gigante europeo LHC. Este grupo declaró que tiene evidencias de que la partícula subatómica llamada neutrino puede moverse a mayor velocidad que la luz. Este resultado hace temblar la Teoría de la Relatividad, uno de los fundamentos más sólidos para la comprensión de la estructura del universo. El anuncio provocó conmoción y excitación, no sólo en la comunidad internacional de físicos de altas energías, sino también, dicho un poco ampulosamente, en lo que podría llamarse el imaginario cultural globalizado. Hermoso desafío a la noción de racionalidad que nace con Galileo, que pone en evidencia el internacionalismo altruista de la ciencia frente a los grandes problemas.
Otra nota en el mismo diario cuenta que, durante 2011, en la Argentina las importaciones están creciendo más rápido que las exportaciones. Este es un problema histórico estructural de los países latinoamericanos, que los economistas llaman “la restricción externa”. El país se industrializa, entonces importa más bienes de capital e insumos. Si a esto se suma la fuga de capitales, como consecuencia de que las multinacionales que operan en el país remiten sus ganancias a sus casas matrices, el resultado es un saldo negativo en la balanza comercial. De persistir, hay que devaluar. Entonces caen los salarios, se frena el crecimiento y se debe recurrir al endeudamiento. A pesar de la innegable relevancia del problema de la restricción externa, por lo menos desde la óptica de una gran mayoría de ciudadanos argentinos –o de cualquier otro país periférico que busca industrializar su economía–, no parece un problema que se considere un desafío a la racionalidad científica, ni ponga en movimiento el internacionalismo altruista de la ciencia. ¿Por qué? Porque tal vez la pobreza no está en la lista de los grandes problemas.
Aquí llega el dilema que quiero plantear: ¿es menos importante, interesante, desafiante o prestigioso orientar nuestros laboratorios en una dirección que colabore con la resolución del problema de la restricción externa que resolver el problema del neutrino, o cualquier otro problema desafiante sobre los arcanos del universo? ¿Qué problemas científicos son dignos de ser investigados? ¿Cómo o quién define su importancia?
En el caso del neutrino, se cuestiona una de las grandes teorías de la física contemporánea. En el caso de la restricción externa, estamos frente al desafío de cómo modificar una estructura económica que condena a muchos países periféricos a la pobreza. En el caso del neutrino, se necesitan físicos de altas energías y aceleradores de partículas que sólo Estados Unidos o consorcios de países europeos pueden afrontar. En el caso de la restricción externa en la Argentina, se necesitan economistas, ingenieros, tecnólogos, biólogos, químicos, físicos, sociólogos, matemáticos argentinos que resuelvan problemas que nos sirvan para importar menos, exportar más, equilibrar la balanza comercial, continuar industrializando la economía y avanzar en la redistribución de la riqueza.
Ahora bien, ¿el acelerador multimillonario LHC se construyó solamente para averiguar cosas como la velocidad del neutrino? Si estas sofisticadísimas máquinas no sirvieran como bancos de prueba para desarrollos tecnológicos de punta que luego se pueden utilizar en la industria, ¿los ciudadanos europeos estarían dispuestos a sostenerlos? Dicho de otra forma, si la física de altas energías no sirviera al desarrollo económico de los países centrales, ¿sería un problema científico importante el neutrino?
Podría insistirse en que el neutrino está en la frontera del conocimiento, mientras que el problema de la pobreza o de la restricción externa no es un problema de frontera. Sin embargo, el concepto de “frontera” (en singular) es una metáfora con enorme carga ideológica. Si hay una sola frontera sólo nos queda acortar la brecha (que en los hechos se agranda), es decir, seguir la huella copiando, comprando, pagando royalties.
¿Y si pensamos que hay muchas fronteras del conocimiento? ¿Y si, además, decidimos que el problema de la restricción externa es un problema científico importante? De hecho, su solución necesita del conocimiento económico, sociológico, tecnológico, necesita modelos matemáticos, abstracción teórica. Incluso, es probable que sea un problema más difícil que el del neutrino.
Se podría responder que en el problema de la pobreza no sólo deben tenerse en cuenta cuestiones epistemológicas (teorías, mediciones, cálculos, instrumentos), sino también cuestiones vinculadas a relaciones de poder, intereses, ambiciones, etc. Suponiendo que estas variables no juegan en la construcción de un acelerador multimillonario (asunción falsa, pero que, de hecho, no viene a cuento), son justamente cuestiones como las relaciones de poder, las ambiciones y los intereses –individuales, sociales, nacionales, corporativos– los que definen la complejidad del problema de la pobreza.
De hecho, categorías como “relaciones de poder”, “intereses” o “ambiciones” no sólo son objeto de abordaje científico, sino que además componen el núcleo de reflexión de las ciencias sociales. Es decir, aquí tenemos el ejemplo obvio de otra frontera del conocimiento. Con lo cual ya tenemos, como mínimo, dos fronteras.
La ciencia y la tecnología no bajaron con las tablas de Moisés. La agenda de problemas científicos relevantes se define a partir de intereses y valores. La agenda científica para un país pobre que busca equidad y de-sarrollo social no puede ser la misma que la agenda científica de una potencia económica que promueve una lógica consumista o que encuentra un núcleo dinámico en la innovación bélica y el keynesianismo militar. Otra cosa muy diferente es reconocer que la estructura económica global –y los valores que la sostienen– también sean un determinante en el mundo científico y académico y que la dependencia científica también sea un fantástico negocio.
¿Podríamos imaginar que mientras en Europa y Estados Unidos intentan resolver problemas como el de la velocidad del neutrino, en la Argentina y en América latina se va a intentar aportar conocimiento para resolver complejísimos problemas como el de la pobreza? Si Dios tiene aceleradores en Europa, ¿no puede tener igualdad e inclusión en América latina?
* Doctor en Física. Historiador de la ciencia argentina. Participó del Copuci.
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