Sábado, 11 de febrero de 2012 | Hoy
TECNOLOGIA: E-BOOKS Y LIBROS DE PAPEL
E-book o libro de papel, ésa es la cuestión. Lo que parece una guerra podría terminar más bien en un divorcio de común acuerdo en el que cada uno se queda con un nicho propio. El resultado es que cada vez se lee más.
Por Esteban Magnani
En mayo de 2011 el CEO de Amazon anunció que por primera vez la cantidad de e-books vendidos había superado la de libros en papel. Si bien Amazon es líder en la venta de libros virtuales, la conclusión obvia es que el e-book ha llegado para quedarse. Pero ¿hay posibilidades de volver a anunciar la muerte del libro sin sonrojarse?
La letra “e” seguida de un guión suele indicar que estamos ante algo ya conocido pero en versión electrónica, por eso “e-book” se traduce como libro electrónico. En tanto que cuando está en papel alcanza con decir “libro” para referirse tanto al contenido como al soporte, en el caso del e-book es necesario diferenciar el texto digitalizado del dispositivo para leerlo. Los primeros textos electrónicos nacieron en realidad junto con la era digital, en tanto que los primeros dispositivos de lectura específicos para ese tipo de textos son de 1998, aunque recién en la década siguiente consiguieron cierta masividad.
Es más, desde principios del milenio el mercado recibe distintas versiones de dispositivos de lectura que cambian casi a la velocidad de los celulares. Cabe aclarar que no son lo mismo que las “tablas” o “pads”, por ejemplo, por varias razones: la más evidente es que los e-books, si bien tienen a veces otras funciones (incluso navegadores), están pensados sólo para leer y no sirven prácticamente para otra cosa. Además, a diferencia de las tablas mencionadas, la pantalla no cuenta con luz propia: es decir, que no sirven en la oscuridad. La ventaja de esta carencia es que no cansa la vista y que se parece más a los libros clásicos.
Pero probablemente lo más interesante de los libros electrónicos es que se sacan de encima el problema de la materialidad y permiten al lector gozar de las maravillas de la virtualidad. Es decir que se pueden aprovechar los libros casi infinitos disponibles en la red de redes, el hipertexto, se puede prestar libros sin perderlos... Y el impacto que tendría una utilización masiva de este sistema es enorme, sobre todo por el ahorro que permite que los libros circulen por fibra óptica en lugar de depender de que se talen árboles para hacer papel, se transporten hasta las librerías y, para peor, se impriman miles de ejemplares que nunca se hojearán. Liberada de su lastre material, la información circula más rápido, más barato y en cantidades. De alguna manera parecería que el e-book está condenado al éxito...
En una nota reciente de Pablo Capanna en este suplemento (“Escribir en el aire”, 5/11/11) se explicaba cómo numerosos soportes para transportar información se volvían obsoletos tan rápido que a veces resulta imposible recuperar la información que había en ellos, como ya ocurre con los disquettes de 5 1/4, las cintas magnéticas, etcétera. Mientras tanto, libros de más de dos mil años de antigüedad siguen listos para ser leídos (si se llega a ellos, claro). Digamos que la propia velocidad con la que evoluciona la tecnología atenta contra la supervivencia de ciertos contenidos. ¿Qué pasará en 20 años con las novelas que hoy sólo tienen existencia digital? La tendencia parecería ser a que desaparezcan, a menos que se logre rescatar alguna copia de un servidor perdido. Es que los nuevos sistemas se basan en la redundancia, la copia ilimitada de la información, pero esto se combina, como se dijo, con lo efímero de los soportes. Frente a esto se podría sostener que los escritos que valen la pena sobrevivirán porque mientras alguien se interese por ellos, quedará alguna copia.
Otro argumento es mucho más subjetivo y difícil de sostener frente a quienes no lo comparten: el placer que provoca el libro al tacto, el olfato y la vista es inigualable. El fenómeno es conocido: los fetichistas del CD los compran por millones pese a que pueden descargar su música por Internet. Es decir que el libro podría volverse un objeto de culto similar para algunas piezas elegidas, pero no un objeto eminentemente funcional para transportar información.
Mientras tanto las grandes empresas pelean porque su lector de libros electrónicos sea el que gane en los primeros metros de la carrera con la promesa de disfrutar por el resto de la eternidad... que cada vez dura menos. Los distintos dispositivos manejan formatos específicos en un intento de las compañías de secuestrar a su clientela, algo que parece tan egoísta como anticuado. El fenómeno se llama e-babel, porque cada uno lee un formato distinto, por ejemplo el .azw de Amazon o el .lit de Microsoft, entre muchos otros. Estos formatos son propietarios, es decir que hay que pagar una licencia a las empresas para usarlo. Es por eso que, como viene ocurriendo en el mundo de los celulares, la tendencia es que triunfen sistemas libres (como el .epub para los libros digitales) que cualquiera puede usar sin pagar nada y por lo tanto todos los dispositivos tendrán que leerlos o perecer.
Como se decía al comienzo, los e-books (los textos, no los dispositivos que permiten leerlos) comienzan a venderse más que los libros físicos, pero esto no impide que la venta de estos últimos siga creciendo: parece haber lugar para todos. Si bien las perspectivas de que los dispositivos de lectura para e-books sean el soporte elegido para transportar la mayor parte del brutal aumento de la información que circula (si no son desplazados por las tabletas u otra novedad, claro), sería presuntuoso anunciar, una vez más, la muerte del libro, probablemente el más simple y duradero de la historia de la humanidad.
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