Sábado, 13 de octubre de 2012 | Hoy
HISTORIA DE LA CIENCIA ARGENTINA
En el barrio porteño de Parque Chacabuco existen dos esquinas que recuerdan a personajes y hechos de los primeros años de la historia de la ciencia y de la técnica en nuestro país.
Por Claudio H. Sanchez
SENILLOSA Y AVELINO DIAZ
La esquina de Senillosa y Avelino Díaz, muy cerca de donde estaba la antigua cancha de San Lorenzo de Almagro es, probablemente, la más matemática de Buenos Aires.
Felipe Senillosa fue un matemático y topógrafo español, nacido en Barcelona en 1783. Estudió matemática en la Universidad de Alcalá de Henares y participó en distintas batallas contra los ejércitos de Napoleón, cuando Francia invadió España. En 1809 fue tomado prisionero y, al ser liberado, se enroló en el ejército francés.
Considerado como traidor en su país, emigró a Londres en 1815. Allí tomó contacto con una misión diplomática formada por Belgrano, Rivadavia y Sarratea, quienes lo invitaron a instalarse en el Río de la Plata para organizar la educación y la ciencia en nuestro país. Con él vinieron otros académicos europeos como Aimé Bonpland, Pablo Ferrari y Pedro Carta Molina.
En Buenos Aires ejerció como docente y periodista. Fundó el periódico Los amigos de la patria y de la juventud, dedicado a “discutir cuanto pudiera interesar a la instrucción pública”. En 1816 dirigió, junto al mexicano José Lanz, la Academia de Matemática, creada por la Asamblea del año XIII, y que luego fue anexada a la Universidad de Buenos Aires. Cuando Lanz dejó el país, Senillosa quedó como único director de la Academia.
En 1818 publicó un tratado de aritmética elemental. Fue titular de la cátedra de geometría en la Universidad de Buenos Aires hasta 1826. En 1825 publicó su obra más importante, un programa para el curso de geometría que, aunque no llegó a dictarse, se considera el más avanzado que hubo en su momento en nuestro país, e incluía nociones de cálculo diferencial e integral.
En 1826 Rivadavia lo nombró ingeniero del Departamento de Topografía de la ciudad, y en ese cargo preparó un plan de ensanche de la ciudad y el trazado de las actuales calles Entre Ríos y Callao. También publicó una Memoria sobre los pesos y medidas, donde estableció la conversión entre las antiguas medidas españolas, aún en vigencia, y las del sistema métrico decimal, adoptado por Rosas.
En 1832 fue electo diputado provincial por el Partido Federal y se unió al grupo de leales a Rosas. Continuó enseñando en la universidad hasta poco antes de 1850, y se retiró a la vida privada. Murió en su quinta del barrio de Barracas en 1858.
Avelino Díaz fue alumno de Senillosa en la Academia. Nació en Buenos Aires en 1800 y en 1821 dirigió los cursos de ciencias físico-matemáticas en la recién creada Universidad de Buenos Aires. Su programa incluía geometría, álgebra, aritmética, geografía y trigonometría rectilínea y esférica, además de principios de mecánica. Por esto se considera a Avelino Díaz el precursor de la enseñanza de la física en nuestro país.
Es autor de varios textos de estudio, como Lecciones elementales de aritmética, Lecciones elementales de álgebra y Elementos de geometría.
Falleció el 1º de junio de 1831 en la estancia Las mulas, cerca de Chascomús. A su funeral asistieron su maestro Senillosa y otras destacadas personalidades de la época.
La esquina de Baldomero Fernández Moreno y Puán, a una cuadra del parque Chacabuco, está ocupada por la plaza José Luis Romero, una de las más chicas de Buenos Aires. Tiene sólo un par de bancos, un poco de césped y un árbol. El árbol es un pacará y por eso la plaza es conocida tradicionalmente como “la del pacará de Segurola”. Según la tradición, a la sombra de ese árbol, y a principios del siglo XIX, el deán Saturnino Segurola aplicó la vacuna antivariólica por primera vez en lo que luego sería la Argentina.
La variolización, inoculación con fluidos provenientes de casos leves de viruela para prevenir la enfermedad, era practicada en distintas culturas mucho antes de que, a fines del siglo XVIII, Edward Jenner desarrollara la vacuna antivariólica a partir de casos de viruela bovina, más benigna. Ambas técnicas fueron promovidas por Carlos III, rey de España en tiempos de la creación del Virreinato del Río de la Plata y luego por su sucesor, Carlos IV.
En 1803 partió de La Coruña rumbo a las colonias una expedición con un extraño cargamento: veintidós niños a los que se iría inoculando a lo largo del viaje, cada uno recibiendo el suero del anterior. Estos niños funcionaban como portadores vivos de la vacuna y debían ser distribuidos por todas las colonias españolas en América y en puertos de Filipinas, China y las islas Canarias. Esta fue, probablemente, la primera expedición sanitaria de la historia y recibió elogios del propio Jenner. A fines de 1805 dos niños inoculados desembarcaron en Buenos Aires.
Por ese entonces Segurola era párroco de la iglesia del Socorro. Había nacido en 1776 y, luego de estudiar en el Real Colegio de San Carlos, hizo el doctorado en Teología en Chile. Regresó a Buenos Aires en 1799. Por haber realizado algunos cursos de medicina tenía ciertos conocimientos sobre vacunación y fue elegido para aplicar la vacuna antivariólica en la ciudad, tarea que cumplió en la quinta de su hermano Romualdo. En 1812 el Triunvirato lo nombró director general de Vacuna. Además, fue miembro del Cabildo y director de la Biblioteca Nacional. Continuó vacunando hasta 1830.
El lote de Fernández Moreno y Puán formó parte de la quinta de los Segurola hasta finales del siglo XIX. A partir de la década de 1920, la propiedad se fue fraccionando con la apertura de las actuales calles del barrio. En 1939, el dueño del lugar solicitó autorización para retirar el árbol y construir una casa de rentas. En julio de ese año, el Concejo Deliberante decidió el retiro del árbol, pero la prensa y la opinión pública, encabezadas, entre otros, por Alfredo Palacios, se opusieron. Finalmente el pacará fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1946.
A principios de la década de 1970, técnicos de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires descubrieron que el pacará estaba muy enfermo y que no había forma de salvarlo. Entonces produjeron varios retoños, uno de los cuales fue plantado años más tarde en reemplazo del árbol original. De modo que el pacará que vemos ahora es, en realidad, un hijo de aquel a cuya sombra Segurola aplicó la vacuna antivariólica.
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