DERECHOS HUMANOS
Las Hermanas de Victoria
Victoria Donda Pérez es, además de la 78ª nieta recuperada, la primera que se encontró con su identidad gracias a una investigación que empezó y se llevó a cabo en la comisión Hermanos de la agrupación H.I.J.O.S. Gente de su generación con quienes se estableció un vínculo hecho de noches en vela, relatos cotidianos y también dolores comunes.
Por Marta Dillon
Antes de ir al juzgado, Victoria hizo un llamado telefónico. No se presentó así cuando la atendieron, en realidad, ni siquiera sabía que ése era su nombre aunque una hora más tarde lo había hecho propio. “Soy Victoria”, dijo ella cuando vio llegar a esas amigas que ya la habían acostumbrado a una incondicionalidad sin horarios ni excusas. Y eso era todo lo que las chicas de la comisión Hermanos de H.I.J.O.S. (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) querían escuchar. Porque ése es el nombre que le había dado su madre el día en que con la misma aguja con que le habían suturado el desgarro del parto perforó las orejas de la bebé para pasarle un hilo azul. Una marca propia en medio de la anomia de la ESMA porque esa mujer sabía que todo le había sido expropiado y que ni siquiera le sería concedido el derecho de inscribir a su hija como el último eslabón de una cadena generacional. De todos modos lo hizo, y con la marca azul la llamó Victoria. Y aunque durante 27 años vivió con un nombre falso, tan falso como su partida de nacimiento, el vínculo con sus apropiadores y el relato de su propia historia, Victoria se encontró al fin con la verdad y quiso ser quien es: la hija de Hilda María Pérez y José María Laureano Donda, la hermana de Daniela –a quien todavía no conoce–, la nieta de Leotina, la sobrina de María Iris y la lista sigue y espera por Victoria para que esa inscripción que su madre deseó pero no pudo realizar por fin se concrete.
Victoria es, además, la primera “hermana” encontrada por quienes eligieron llamarse Hermanos, así con mayúsculas, para buscar a quienes todavía viven en la mentira de una identidad expropiada. Porque fue esa comisión de la agrupación H.I.J.O.S. la que llevó adelante la investigación que en su último tramo contó con la colaboración de las Abuelas de Plaza de Mayo. Y disfrutó de esa categoría inaugural en una “choripaneada” que se organizó cuando ella, Victoria, pidió conocer “a todos los compañeros de H.I.J.O.S.”, apenas un rato después de haber recibido su nombre.
La primera denuncia que llegó al teléfono de Hermanos (15-5315-2266) no decía demasiado. Alguien recordaba a una niña que a pesar de pasar mucho tiempo en una calesita tenía prohibido hablar con otros chicos, involucrarse en sus juegos, alejarse de la vista de sus mayores. Fueron necesarias varias entrevistas para dar con el nombre del apropiador y encontrar ahí la primera pista segura: el hombre había sido miembro de las Fuerzas Armadas durante la dictadura, a pesar de que su hija no lo sabía. Terminaba diciembre de 2001 con su estruendo de cacerolas cuando la comisión empezó a seguir esa pista que recién en 2003 se había entrelazado con otras tantas que animaron a las chicas de Hermanos (en rigor, son seis mujeres y un varón) a tener un primer contacto con quien ya empezaban a suponer se llamaba Victoria Donda Pérez. “Fue gracioso –dice María Gracia Iglesias– porque la idea era sólo tomar contacto, verla y, en todo caso, tomar una fotografía para ver si se parecía a quienes creíamos que podían ser sus padres. Sabíamos que ella trabajaba en un comedor comunitario llamado Azucena Villaflor; fui hasta ahí, pregunté por ella y enseguida me la presentaron. Tuve que inventar una entrevista para una supuesta tesis de la facultad sobre trabajo comunitario ¡pero ni siquiera tenía papel y lápiz para anotar sus respuestas, mucho menos un grabador!”. María Gracia no estaría contando este episodio si no tuviera la autorización expresa de Victoria, dada entre risas durante el último aniversario de Abuelas de Plaza de Mayo que se festejó el lunes en La Trastienda. “Es difícil de contar porque de última éste también fue un engaño, que develamos en cuanto pudimos hablar francamente con ella y decirle que teníamos una casi certeza de que era hija de desparecidos. Porque nosotras no podemos sostener ninguna mentira, la mentira para Victoria tiene un peso demasiado asfixiante porque así vivió los últimos 26 años”, dice María Eva Stoltzing, otra de las chicas de la comisión.
Igual, hubo tiempo suficiente para reírse incluso de esa foto robada a modo de “recuerdo” de esa chica amable que había contestado cada pregunta sin reparar que no se estaba tomando nota de sus respuestas. Apenas dos meses después de ese primer encuentro, Victoria supo que el que creía su papá no había sido siempre comerciante y que su pasado de militar había revistado en los años de plomo. Entonces ella, que en contra de su supuesta familia había optado por una militancia de izquierda, llamó a Abuelas para pedir perdón en nombre de quienes la habían criado, sin saber que no tenía un lazo de sangre con ellos. “Y desde Abuelas –dice María Gracia– nos llamaron para tener una cita con ella porque sabían que nuestra investigación estaba prácticamente terminada, sólo faltaba el último acercamiento para proponerle que se haga el análisis de ADN que es lo único que termina de despejar cualquier duda.”
De esa primera reunión Victoria salió “odiando” a esas chicas que le decían que el álbum completo de sus recuerdos era la construcción de una mentira que había empezado con su secuestro. “Pero no le dijimos quiénes podrían ser sus padres, ése es un consenso muy fuerte que tenemos en la agrupación. ¿Para qué generar expectativas sobre una familia concreta si no sabemos lo que va a decir la sangre?”, dicen las chicas casi a coro. Y es que además, antes de Victoria hubo otra joven a quien le dijeron que ése podría ser su nombre en el curso de una investigación periodística que salió al aire por Canal 13 para después dejarla con las manos vacías cuando las cámaras se habían apagado. Su ADN no fue compatible con ninguna de las familias registradas en el Banco de Datos Genéticos que todavía falta completar. Es que el cálculo de los chicos desaparecidos se realizó en base a testimonios de otros detenidos, que pueden nombrar a las embarazadas que parieron en cautiverio como “la flaca” o “la rubia”, sin nombre o apellido, sin señas personales de esas mujeres que por la clandestinidad llevaban tanto tiempo separadas de sus familias que muchas ni siquiera sabían que estaban embarazadas.
Pero aquel odio inicial que hasta la llevó a dejar la militancia se transformó en un vínculo incondicional con quienes asumieron el compromiso de contener y acompañarla. No importaba a qué hora llamara Victoria, ahí estaban las chicas para escuchar teorías entramadas a la madrugada sobre el modo en que podría haber empujado su origen para que ella trabajara en un comedor que se llamaba, justamente, Azucena Villaflor. No importaba tampoco que no hubiera nada para preguntar, nada trascendente para decir, bastaba que hubiera ganas de estar juntas para conjurar el miedo y salir a tomar algo y hablar de esas nimiedades que le arrancan a la vida sus sorpresas. Y es por eso que, cuando la llamaron del juzgado donde le iban a devolver su identidad, ella, que todavía no se llamaba Victoria, reclamó el acompañamiento al que se había acostumbrado para decirles a sus amigas nuevas soy quien soy.
“Del juzgado nos fuimos a la sede de Abuelas, donde la esperaba un tío abuelo lo suficientemente joven como para decirle a Victoria que a su numerosa familia –la mayoría de la rama materna viviendo en Canadá– iba a sumarse una tía que aún no nació. Le dieron el archivo con los relatos familiares y nos fuimos a un café donde ella leyó en voz alta los poemas de su abuela Leontina que hablan de su mamá, de la búsqueda, de los años que a ella le faltaron”, cuenta María Gracia. Es ya historia conocida que por parte del papá de Victoria sólo queda un tío, Adolfo Donda Tigel, responsable por el secuestro y la desaparición de sus padres y de haberla entregado a ella misma a sus apropiadores. “Lo odia, por suerte”, dicen las chicas de Hermanos sobre ese último aguijón que esperaba escondido en la historia de Victoria. Pero hay también una hermana de padre y madre, Daniela, apropiada por vía legal por Donda Tigel poco antes de que la familia Pérez tuviera que emigrar a Canadá para ponerse a salvo de las amenazas del represor. Y con ella, Daniela, Victoria está empezando un camino de vuelta que se escribe en mails y espera que pronto se traduzca en un encuentro.
“Haber encontrado a Victoria nos llena de fuerza, y también nos sirve para confirmar algunos consensos que nos llevaron largas horas de discusión. Y para revisar errores.” Entre los últimos cuentan las chicas de Hermanos, que “tal vez demoramos demasiado el primer acercamiento, porque ella se enfrentó sola a la primera mentira sobre quien suponía era su padre”. Entre los consensos hay uno que especialmente quieren destacar: la necesidad de que se legisle la obligatoriedad del análisis de ADN cuando hay datos firmes que permiten pensar que una persona es hijo o hija de desaparecidos. “Porque si queda en manos de los chicos pueden ser extorsionados por las familias apropiadoras y ellos tienen que decidir entre la culpa que les genera que por su causa quienes los criaron terminen presos y la verdad. Si fuera la ley la que los obliga a realizarse el análisis, esa culpa desaparecería más rápido. No tienen que decidir, es lo que tienen que hacer. Porque la verdad no es sólo para ellos, es para todos. Porque la identidad es una.”