ENTREVISTA
Soy lo que no soy
Se llama Cecilia Amenabar, es chilena, tiene dos hijos y tan diversos modos de expresarse que elige definirse por lo que nunca haría: publicidad, por ejemplo. Una advertencia lógica en una mujer que empezó como modelo a los 15, es conductora de programas de cultura audiovisual y goza de la música, casi sobre todas las cosas.
Por Santiago Rial Ungaro
Sólo sé que no soy nada”, parecería ser el lema de Cecilia Amenabar. “No soy fotógrafa”, dirá en un momento de la conversación, explicando el fin de 9 mm, su recordado programa de cable, que pronto tendrá su continuación en otro, de media hora, que saldrá por Canal á. “No soy dj”, aclarará en otro momento, aun sabiendo que la llaman para tocar en el Tío Bizarro, (referente de rock y de experimentación ubicado frente a la bizarra estación de tren de Burzaco) y de una megafiesta internacional como es la Creamfields. En un giro casi taoísta, Cecilia parece entender que al no querer ser nada se puede ser, si no todo, de todo: fotógrafa, videasta, dj, conductora, periodista, mujer de radio, madre, musa, productora... Cecilia Amenabar es muchas cosas, pero quizá lo más interesante en ella resida en todo lo que no es: “Jamás podría trabajar en publicidad porque me parece siniestra. No podría hacer un comercial de salchichas. Si estás en la publicidad estás en el circuito de la mentira y eso en algún momento se te filtra en el cerebro”. Cómodamente sentada en el jardín de una casa de Vicente López, Cecilia Amenabar (más conocida por estos pagos como “la chilena”) sabe de lo que habla; quizá por eso el tono de su voz suena mesurado y natural. Antes de ser “la chilena”, antes de hacerse conocer en la Argentina a mediados de los ‘90 como musa-pareja-esposa de Gustavo Cerati cantando embarazada aquello de Yo te llevo para que me lleves, en su Chile natal Cecilia fue una lolita: desde los 15 años su figura y su rostro le abrieron las puertas como modelo publicitaria. Claro que se trató de puertas corredizas: “Siempre lo tomé como algo secundario, como algo frívolo”. Lo cierto es que ella siempre se supo parte de un historia familiar en la que los actores, los cineastas, los músicos y los djs le daban cierta impronta “hippie” a una familia que se distinguía entre la pacatería reaccionaria de la alta sociedad de Santiago. “Todos mis tíos son djs. Ya en la familia de mi mamá tenés 50 primos, somos como un clan. Así que siempre conté con la suerte de que los hippies de la familia viajaban a Mendoza y se compraban discos de vinilo que nunca llegaban a Santiago.”
Para entender cómo hace para dispersar su energía en tantas actividades sin perder la concentración parece indispensable saber cómo llegó a tener esa actitud de desapego y a la vez seriedad: “Era una teenager en los ‘80, con lo que fue la explosión de la MTV. Todavía me acuerdo de cuando vi por primera vez los videos de Devo, de esa mezcla de miedo y fascinación que me generaban. Para mí la MTV fue muy importante, aunque también soy consciente por otro lado de que ‘mató’ la música, la imaginación que genera un disco cuando no lo condicionás con ninguna imagen. El video te lo mete en un cubo, en un cuadrado que lo inventó otra persona. Pero tenés el caso de Marilyn Manson, por ejemplo, cuyos videos superan a la música. A veces es mucho mejor un tema que el video y viceversa”. Su infancia en Chile la encontró conciliando opuestos: “Ya en el colegio me pasaba que era buena alumna, pero no era abanderada, porqueno quería, prefería estar a un costado, ser escolta”. Por entonces, Cecilia se destacaba por ser una niña de una rebeldía singular: por un lado como guitarrista y corista en las misas del colegio y ganando torneos de música country y tocando canciones de Dolly Parton. Por el otro, siempre dispuesta a organizar fiestas y recitales y cumpliendo el rol de lo que las autoridades del colegio calificaron de “líder negativo”.
En plena dictadura de Pinochet, organizaba festivales de grupos de glam-pop a la vez que se iba acostumbrando a ver cómo los recitales eran cortados por la policía. “De chica me tuve que acostumbrar al ‘coito interruptus’ en los recitales. En un momento se termina convirtiendo en un modo de vida. Mientras iba creciendo me iba atrayendo cada vez más tener amigos raros. Era una época muy divertida, aunque en Santiago la sociedad estaba muy segmentada, entre la derecha más conservadora y la gente más psicobolche, de ideas más revolucionarias. Por suerte ahora es mucho más heterogéneo.” Si lo que no mata fortalece, el plus de energía positiva que Cecilia Amenabar parece tener desde niña quizá fue una reacción ante un trauma infantil: a los 6 años su padre, ingeniero civil pero también músico, murió. “La verdad es que siempre me sentí protegida por algo que no sé qué es.” Misterios aparte, Cecilia terminó el colegio en 1988, con todo predispuesto para ser química. Pero ya por entonces comprendió que la química que le interesaba estaba más vinculada con la investigación en un sentido más amplio que con estar encerrada durante horas en un laboratorio: “Soy una eterna estudiante. Me encanta ir explorando a donde te va llevando la vida. Dejarme fluir con respecto a la creatividad, a las ganas, al instinto”.
No es tan simple seducir a esta mujer, madre de Lisa y Benito, hijos que tuvo con Gustavo Cerati y que, por su parte, ya hicieron su debut artístico en Belleza y Felicidad hace unas semanas atrás: ni con un superpancho ni con los espejitos de colores de un publicitario exitoso. Pero hay un secreto, un elemento en el que Cecilia Amenabar seduce pero también se ve seducida: la música. “Cuando estoy en un lugar en el que no me gusta la música me voy, no lo dudo ni un instante. En general trato de elegir lugares en los que sé que voy a estar contenta. Me gustan las fiestas porque son lugares de encuentro. Me acuerdo que con Gustavo nos encontramos en un recital de Mouse on Mars, recién separados, y nos pusimos a bailar en forma totalmente espontánea. La música tiene un poder curativo enorme”, reflexiona.
“Fijate que en los programas de TV le doy un montón de importancia a la música: me voy distanciando o me voy acercando a los entrevistados a través de la música.” Quizá por su conexión con la música, “La” Amenabar tiene algo muy claro: la importancia del trabajo en grupo. “Creo en el trabajo en equipo. Siempre me interesó esa suma de energías. Y ya de chica me di cuenta de que me interesaba más estar del otro lado de la cámara.” Conocida por el público como la musa de Gustavo Cerati en la época dorada (literalmente dorada) de su despojado y recordado Amor amarillo, Cecilia ha ido apareciendo desde entonces rodeada de músicos: además de Gustavo Cerati, Miguel Castro (de Victoria Mil), Francisco Bochatón, Rudy Martínez (de AudioPerú y Adicta) o Flavio Etchetto aparecen como amigos cercanos.
“Son mis amigos. Siempre tuve amigos muy talentosos”, dice Cecilia.
De la música a la experimentación la conexión fue inevitable. “Estoy a favor de la experimentación. Me gusta explorar zonas del cerebro. No me puedo tomar un ácido todos los días, porque mi cuerpo es muy sensible y soy consciente de eso. En mi sistema de vida el sol y la salud son esenciales, creo que hay que aprender a disfrutar de eso. Pero la verdad es que estoy a favor de la actitud que tuvo en su momento Andrés Calamaro. Fue increíble, pero cuando salió a decir eso de que era un bueno momento para fumarse un porrito salieron todos a criticarlo y lo dejaron solo. Creo que hay mucha hipocresía en ese tema, principalmente de parte de losmúsicos y de la gente que tiene cierto grado de exposición. En definitiva es una planta y por algo está en el planeta. En San Francisco se la dan a los enfermos de sida. En cambio, con la cocaína es distinto. Para mí directamente hay que cerrarle la puerta. Lo que yo siento por lo que veo es que hay un gran problema de ego y de autoestima en la gente que la consume. Hay genios que la pueden manejar, como el caso de Charly García, que es un genio y la puede manejar. Yo no sé cómo hace, pero para mí es el único.”
Cecilia Amenabar es un ejemplo de lo que, según el músico Orge, los prohibicionistas más temen: una persona consumidora de sustancias ilegales responsable y sana. “Yo soy ultrarresponsable. En ese sentido soy como mi mamá. Me gusta cumplir con el trabajo. Me levanto todos los días a las 7 de la mañana. Soy muy disciplinada.” En Sexus, Henry Miller escribió: “El objeto de la disciplina es fomentar la libertad. Pero la libertad conduce al infinito, y el infinito es aterrador”. Por suerte, a esta chilena disciplinada ni producir, ni viajar, ni experimentar le producen terror: “Viajo a Chile cada 3 semanas. Un programa lo grabo en vivo, y lo dejo grabado allá y el otro lo grabo acá. Todos los grosos pasan por el programa. La última vez que vino a Chile Ricardo Villalobos pasó por mi programa. Ha sido como regalo para mí”. Por otra parte, Cecilia es parte de Casa del Puente Discos, un nuevo sello de electrónica en cuyo catálogo figuran artistas como Gustavo Lamas, Leandro Fresco, Romina Cohn, AudioPerú y Emisor, entre otros. “Las ideas vienen desde Mar del Plata. Yo sólo aporté algo de mi trabajo.”
Otro desafío le permitió a Cecilia tener cierto conocimiento rítmico que les da mayor articulación a sus sets como dj: tocar la batería. “Es como ir a Box. En la época de Soda me sentaba en la batería y me divertía, pero no podía hacer nada. Lo tomé como un desafío, porque trataba de coordinar y no podía. Llegué a pensar que era imposible. Después tomé un par de clases y aprendí a leer los distintos ritmos. Y me sirvió para darme cuenta de algunas cosas, como por ejemplo de que hoy en día cualquiera hace un tema de música electrónica. Le pone un poco de hi hat y ya es house. Igual, no soy dj. Me gusta pasar música”, aclara. “Pero no pongo música chorizo. Soy antiparrillera. Hay que estar concentrada en lo que puede hacer una. En el Creamfields anterior me dijeron los organizadores: ‘Pasá House’. Y eran las 5 de la tarde. Lo miré y le dije: ‘¿Te parece que voy a poner House?’. Y puse Sergio Pángaro y Peaches. Y sin embargo, este año me volvieron a llamar. No hay que hacer concesiones. La gente no es estúpida.” Si ella lo dice...