TRADICIONES
Una pequeña herejía
Vedetina, culotte, cola-less, ni fu ni fa, en las Navidades, la bombacha puede tener mil versiones, siempre y cuando respete dos condiciones: debe ser regalada por otra mujer con la que se comparta la mesa y -fundamental– de color rosa. Pero, ¿en qué recodo de la historia la prendita de marras se ligó a tan cristiana fecha?
Por Sonia Santoro
Además de las nueces, el pan dulce y Papa Noel, la Navidad trae la bombacha rosa. ¿A quién no le regalaron una alguna vez? Pudorosa vedetina, animosa cola-less, bikini transparente o bordada, cualquiera sirve para estos menesteres, mientras cumpla con el requisito del color. Las discrepancias en torno a si se regala en Nochebuena y se usa en Navidad o en Año Nuevo, o qué simboliza fehacientemente, persisten como la presencia misma de esta prenda íntima, que poco parece tener que ver con estas fechas religiosas.
El mandamiento no escrito dice: “Regalarás una bombacha rosa a toda mujer con la que compartas la mesa de Navidad”. Y parece estar dirigido especialmente a las tías, madres o abuelas, que son las que habitualmente hacen estos presentes...jamás lo harían marido, novio o amiga. La cultura popular dice que la bombacha rosa es sinónimo de buena suerte. Pero si, como dicen en el Museo del Traje, “la ropa interior actual no deja de ser fragmentos desarticulados de viejos discursos”, para buscar alguna explicación hay que remitirse al cristianismo.
Para los cristianos, la Navidad es una fiesta que recuerda el nacimiento de Jesús. El período litúrgico que precede a estas fechas es conocido como adviento, del latín adventus, llegada o advenimiento. Esto viene a cuento de que el tercer domingo de adviento los creyentes, en medio de una ceremonia con oraciones y cantos, encienden una vela rosa, simbolizando la alegría de la presencia de Jesús. Y aquí aparece entonces, la referencia al color rosa. Abriendo un paréntesis, para la lictomancia –el estudio de las velas–, el color rosa sirve para trabajos sentimentales o de amor. Lo que no estaría del todo errado si se tiene en cuenta que Jesús es también llamado el Esposo.
Hay que recordar que el cristianismo se ocupó bastante de marcar el destino de la vestimenta femenina (¿será por eso que a ningún varón se le ocurriría usar un calzoncillo rosa en esa fecha?). Machacó a lo largo de los siglos sobre el “vicio” de la preocupación de las mujeres por la vestimenta y la belleza. Partiendo de la base de que el cuerpo es impuro y el alma pura, planteaba que “la mujer maquillada y lujosamente vestida privilegia la vil exterioridad de su cuerpo, por encima de la preciosa interioridad de su alma”, recuerda Carla Casagrande en Historia de las Mujeres (Taurus). Para Tomás de Aquino, el amor de las mujeres por la moda, podía considerarse pecado venial, pero los que lo sucedieron fueron más lejos: lo pusieron en la categoría de mortal. Montaigne sugirió dejar el lujo para las prostitutas para asegurar la degradación de la ropa femenina. En fin, la moda ha sido método de control sobre los cuerpos femeninos, pero también tuvo efectos contrarios, muy a pesar de los eclesiásticos. Como por ejemplo, el miriñaque, que habría servido para ocultar los resultados de la libertad sexual de sus portadoras. La reina Juana de Portugal, mujer de Enrique IV, conocido como “el impotente”, instaló entre las mujeres de la corte el uso de esta prenda, también llamada guardainfante, para mantener en secreto las consecuencias de una indiscreción.
En la época victoriana los ritos cristianos se retomaron con fuerza. Los rituales en torno a la Navidad reaparecieron –después de la prohibición puritana– cuando el príncipe Alberto instituyó nuevamente su práctica. En 1854 se declaró el dogma de la Inmaculada Concepción y se empezó a festejar en todo el mundo. Entonces, los sacramentos como la primera comunión y el matrimonio también comenzaron a celebrarse. Los casamientos de la reina Isabel y del rey Eduardo se hicieron por primera vez en público con toda la pompa. Sumado a eso, será la Belle Epoque con sus fiestas mundanas, recepciones, bautismos, y visitas regias, la encargada de instalar la protohistoria del rosa navideño. Eran comunes las fiestas temáticas, en las que todo el que asistiera debía vestir desde los tocados a la lencería, según el tema propuesto por el anfitrión: podría ser Oriente o la vida de los faraones, por ejemplo. “Es probable que en las fiestas de temática navideña, se haya impuesto el uso de la lencería rosa”, dice Patricia Rafellini, especialista del Museo del Traje. Que no habla puntualmente de la bombacha porque todavía no existía. Todavía a principios del siglo XX, la lencería incluía camisa interior, corsé, cubrecorsé y enaguas; luego aparecería el viso, especie de vestido interior que cubría la camisa, el corsé, los calzones y las medias y servía para “recibir” las prendas exteriores. Y despertaba la curiosidad masculina las rarísimas ocasiones en que podía verse en público: en la playa o en estadios deportivos.
Faltaba recorrer un largo camino para llegar a la bombacha como la conocemos hoy. Un hito fueron los culottes en la década del ‘20, que vinieron a reemplazar a los calzones. Los culottes tenían perneras chicas y estaban adornados con pequeñas aplicaciones de encaje y finos bordados. En esa época, también se desarrolló la lencería de lujo: apareció la seda y las combinaciones de pantaloncitos de colores con base en gasa para noches especiales. Así, una vez instalado el uso del rosa navideño, el ímpetu de la moda se habría encargado de expandirlo, sin importar demasiado a qué remitía, a medida que la bombacha fue reduciendo sus proporciones y cambiando de nombre.
No son más que hipótesis. Pero seguramente se podría reivindicar el uso de la bombacha rosa el día que se conmemora el nacimiento de Jesús como tradición totalmente herética.