Viernes, 3 de junio de 2005 | Hoy
CINE
Otra vez la familia en la mira iconoclasta y desacatada de Albertina Carri, la joven directora que luego de impactar con el personal documental Los rubios se despacha ahora con una historia de amor entre hermano y hermana en Géminis. Este film protagonizado por Cristina Banegas fue seleccionado para la exclusiva Quincena de Realizadores del reciente Festival de Cannes.
Por Moira Soto
En un principio, la peli se iba a llamar Géminis porque había una idea de que los dos hermanos varones fueran gemelos, cosa que descarté. Reescribí muchísimo el guión y fue cobrando importancia la historia de amor entre hermano y hermana. Entonces, durante el proceso de rodaje, el título pasó a ser Decir tu nombre, por la frase amorosa que le dice Jeremías a Magdalena, el único momento en que se pronuncia el nombre de pila de ella. Pero el título no me terminaba de convencer”, dice Albertina Carri, a punto de estrenar Géminis, su última realización que llega después de No quiero volver a casa (2000), Barbie también puede eStar triste (2001, corto de animación) y Los rubios (2003). Una filmografía llamativamente personal que distingue a la joven directora –ya habituada a festivales y reconocimientos– en el panorama local. Carri acaba de volver del Festival de Cannes donde Géminis, seleccionada para la paralela Quincena de Realizadores, fue muy bien recibida. El estreno en París de esta producción está previsto para fines de septiembre.
“Entretanto –prosigue la realizadora–, descubro que entre los egipcios, que fueron los primeros que estudiaron astrología, el arquetipo de Géminis estaba representado por un hombre y una mujer, hermanos, caminando enamorados por una pradera. Porque para los egipcios ése era el amor más puro, la mejor combinación entre lo femenino y masculino. Ahí decidí volver al título inicial, que aludía a lo que vino después: la moral impuesta, el tabú. Entre los faraones era corriente que se casaran entre hermanos.”
–La verdad es que Cleopatra, producto en línea directa de una docena de incestos fraternos, salió con alto coeficiente intelectual, contradiciendo la leyenda que reforzó la prohibición del incesto.
–Sí, el mito que dice que los hijos salen mogólicos. Es una mentira total.
–Hay pocas películas de hermanos enamorados: Lástima que sea una perdida, sobre la pieza de John Ford, Vaghe stelle dell’Orsa, que acá se llamó Atavismo impúdico, de Visconti... Porque el incesto que tiene más rating es el que compromete a madre e hijo, el más escandaloso.
–Sí, aunque en la telenovela, género que cito en mi película porque es un clásico, se suele anunciar dramáticamente que la pareja central son hermanos, por lo tanto no pueden unirse, pero al final resulta que no existe ese parentesco porque hubo algún engaño o se falsificó algún dato.
–En Géminis das por iniciada previamente la relación entre Meme y Jere, sin ninguna explicación o dato previo.
–Sí, empezó hace un tiempo, no sé cuánto. Consideré que no había nada que explicar.
–El diálogo más demostrativo de los amantes ocurre en el supermercado, cuando ella se pone celosa de una antigua novia de él.
–Por un lado, me parece que es una generación a la que le cuesta mucho hablar, no tienen esa práctica. Por otro, creo que a partir del momento en que se convierten en amantes, se les hace más difícil verbalizar: claramente, no pueden hablar de lo que les sucede. Han roto un tabú, pero es más fácil hacerlo que decirlo. En general, me parece que la gente muy joven usa menos el lenguaje, y cuando hablan, no se centran en el verdadero problema. Más aun en una familia como ésta, donde la madre tiene tanto exceso de palabras. Los chicos hacen un juego parecido al del padre: esconderse en silencio.
–Sin embargo, esa madre que tanto alardea al hacer la puesta en escena familiar, al marcar la coreografía, cuando toma la palabra es frívola, trivial, no abraza a sus hijos ni dialoga verdaderamente con ellos.
–No, claro, nada que la comprometa. Con la hermana se la pasan hablando de boludeces, pasando por la superficie de las cosas. Pero la madre dibuja bien a esa familia que quiere perfecta. Quise jugar ese personaje un poco en tono de comedia, hasta cierta altura del relato en que la comedia se termina.
–¿Cómo encaraste la creación de espacios cinematográficos en los interiores?
–No trabajé con un guión técnico, aunque hubo decisiones tomadas sobre la puesta en escena. Lo que yo le planteé a Bill (Guillermo Nieto), el director de fotografía, muy buen cámara, fue precisamente compartir la cámara. Pero después, cuando le proponía esos planos tan complejos, terminaba diciéndole: “Bueno, ahora hacelos vos bien”. Ya desde la construcción del guión estaba la idea de encierro, y que la cámara fuera un participante dentro de ese encierro. Incluso el campo termina siendo un espacio cerrado. La intención era trabajar sobre esa clausura del espacio, que rodea a esta familia. Y me gustaba esta sensación de que todo es bello y perfecto en la superficie. Hicimos un trabajo riguroso en arte.
–Ese cuidado se trasluce y le da a la película una coherencia visual rara en el cine argentino. Un refinamiento formal muy atractivo.
–Me parece que el tema del incesto llevó naturalmente a esa forma, porque es un clásico. De modo que lo traté en esos términos. Por otra parte, el relato remite a la decadencia de la burguesía, que ahora ya no se sabe bien qué es: clase alta, media... Esa frivolidad llevada a la máxima expresión. La madre quiere sostener esa fachada a rajatabla.
–El incesto produce ondas concéntricas: el hermano, cuando se entera de la relación sexual entre Jere y Meme, piensa que a él también podría tocarle algo...
–Creo que en vez de un incesto, podría haber habido otro tipo de trasgresión que tirase abajo la leyenda familiar que esta madre ha construido. Sí, es una escena fugaz pero brava, muy violenta la del hermano mayor, que con su casamiento con una española se ha salido del círculo, ha hecho su mínimo quiebre. Pero viene a casarse, acepta toda la ceremonia que impone la madre.
–En Géminis hay otras situaciones sospechosas o que bordean el incesto.
–Sí, la de la amiga de la madre cuyo marido la engañó con una alumna es virtualmente incestuosa, y bastante común. También está la deducción que se hace respecto del embarazo de la hija adolescente de la mucama. La madre piensa que el padre es el responsable, y es probable que así sea. Por supuesto que hay una diferencia enorme cuando existe abuso de poder, de autoridad. Otra cosa es el incesto consentido entre pares, como Meme y Jere.
–En la televisión, además de la novela, también se ve ese documental de los osos panda que prefiguran la tragedia.
–Esa madre animal que no puede con dos ositos a pesar de su gigantismo. Cuando la madre descubre a Meme y Jere hace exactamente lo mismo.
–Sin duda, una escena muy complicada, difícil de dirigir...
–La verdad es que quedamos todos temblando, muy difícil. A mí me gusta mucho en esa escena cómo se ve la desesperación de la madre, que los separa y los une. Es el relato de la película: los quiere alejar y los vuelve a juntar todo el tiempo. Muy inquietante.
–¿No te dio una pizca de miedo que Cristina Banegas, gran actriz, estuviera tan asociada a esas madres terribles de la televisión?
–Sí, le han tocado esos personajes que siempre hace muy bien. Di muchas vueltas porque la madre era un personaje clave. A Cristina siempre la aprecié como actriz, en La señora Macbeth está genial. Cuando la conocí personalmente, ahí mismo definí que ella era la madre, Sí, me daba un poco de miedo la asociación con las otras madres, pero nunca tuve la sensación de que nos estábamos repitiendo. Quedó muy bien su personaje de comedia que se vuelve tragedia.
–Por su lado, María Abadi y Lucas Escariz son un auténtico hallazgo, reúnen todas las condiciones precisas.
–Ese casting fue realmente arduo. De hecho, en un momento estuve a punto de abandonar porque no aparecían los hermanos. Se hizo por avisos en diarios, escuelas de cine y de teatro, entre modelos... Pasaron 900 chicos y 600 chicas, una locura. Y encontré lo que buscaba: Lucas es Jeremías, con esa cosa lánguida, ambigua, de mirada al vacío. María, con rasgos de inocencia y a la vez una presencia impactante. Norma Angeleri, que es la directora de casting, me hacía selecciones y yo iba viendo las pruebas. Porque no tolero estar en el casting, me hace daño, me deprime. Lucas es modelo, no tiene formación actoral y, sin embargo, le marcás algo y enseguida se encuentra a sí mismo en situación, una extraña intuición. María es muy inteligente y sensible. En realidad, estoy satisfecha con el casting en general: lo de Julieta Zylberberg haciendo a una española era una jugada, y creo que funcionó.
–Daniel Fanego, como de costumbre, está perfecto. No cualquier actor de su talla habría aceptado un rol un poco a la sombra, pura interioridad.
–Bueno, cada actor que leía el guión decía que el papel era muy pasivo. Nadie se animaba a hacerlo, es increíble. Pero Fanego, que es un actorazo, tuvo esas agallas para hacer a un débil. No quieras saber la cantidad de actores que dijeron que no, tanto miedo les daba actuar esa pasividad. Tremendo. Me parece que habla muy mal de ciertos machos, como intérpretes, como personas... Por suerte, aceptó Fanego y me gusta muchísimo ese padre que solo cuando la madre se baja del caballo puede acercarse con gestos de ternura. Ahí, por primera vez, ella se deja cuidar.
–Con un tratamiento y sobre todo con un cierre de gran ambigüedad, replanteás un tabú que sigue siendo muy escandaloso.
–Dejo que el espectador tome sus propias decisiones. Nos han mentido mucho sobre el tema. Además de los egipcios, hubo otras culturas que aceptaron el casamiento entre hermanos. Vivimos inmersos en construcciones culturales sin cuestionarlas, sin mirar hacia afuera. A mí me llama la atención cuando me hablan de Géminis en términos de familia disfuncional. Para mí resulta una expresión redundante, porque pienso que toda familia es disfuncional. Más todavía: creo que una familia funcional sería lo peor.
–¿Te interesan otras formas de familia fuera de la institucional básica, como las que se pueden dar en equipos de trabajo, grupos de convivencia?
–Sí, pero me parece que habría que inventar otra palabra por todas las connotaciones que ya sabemos. Ese nombre ya condiciona. Hay un filósofo francés muy moderno que habla de las familias desmigajadas. Este tipo de familias desparramadas que son las que verdaderamente cambian la historia. También están las familias agregadas, donde hay muchos apellidos distintos, vínculos más libres.
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