Viernes, 21 de octubre de 2005 | Hoy
LIBROS
Entre la realidad y la ficción –o usando la ficción como la única manera de narrar la realidad– es que María Moreno transita a lo largo de las 26 entrevistas que componen la recopilación Vida de vivos (Editorial Sudamericana), un tratado sobre el género; y también una presentación del personaje de la entrevistadora que, aun cobrando relevancia propia, nunca deja de estar en el margen.
Por Liliana Viola
Si no supiéramos que Jorge Porcel, Eva Giberti, Tomas Abraham, Martha Minujin, Maitena existen, podríamos pensar que son personajes imaginados por María Moreno para construir una novela de la conversación argentina. Si no supiéramos que María Moreno también existe, el libro de entrevistas que acaba de publicar en editorial Sudamericana, Vida de vivos, tendría que ser reseñado como las memorias apócrifas de una charladora. La ronca y desopilante historia de una mujer que a lo largo de estos últimos 30 años se ha expuesto a conversar con extraños conocidos provocando situaciones que tal vez de no mediar sus propios a priori, no habrían resultado tan delirantes. O tan conmovedoras. De Mecha Ortiz a Sergio Víctor Palma. Desde la mesa grande de Karadagian donde Atila, Mr. Moto, Cleopatra y el Bersagliere agitan las manos llenas de pulseras anti reuma para atrapar sandwiches triples, hasta la última fiesta que organizó Gabriela Liffschitz, la chica que “estuvo viva hasta su muerte” y transformó el cáncer en representación. Estos son diálogos que comienzan en los años setenta y que siguen ocurriendo ahora. Antes de cada uno, una voz susurra cosas sobre el contexto, las expectativas, la previa y la consecuencia. Con esto, más que aportar verosimilitud, cuelga todo lo que sigue del hilo delgado de lo posible.
En realidad, la autora fomenta el coqueteo entre ficción y realidad desde un comienzo: con aire de personaje, esa mujer rara nos recibe en la solapa de su propio libro vestida de granate sobre fondo turquesa, con sonrisa ladeada y un dorado imposible en el peinado de flequillo perfecto. Un texto contrarresta la pose y consigna que María Moreno es narradora y crítica cultural, en 1983 fundó la revista Alfonsina, escribió muchos trabajos sobre feminismo, varias novelas, publicó una investigación sobre el Petiso Orejudo, ganó la beca Guggenheim, es colaboradora de este suplemento y también de Radar. A continuación, en un prólogo que ella misma denomina “entre nos”, comparte escenas de su infancia como quien despliega muy seguro su currículum sabiendo que no cumple con ninguno de los requisitos. Para llegar a los capítulos que sigan, primero debió ser una chirusita de conventillo de la calle San Luis que observaba a sus vecinos sin atreverse a preguntarles nada: la puta que enseñaba catecismo, el niño que dormía en un cajón, la enana que llevaba una canasta sobre la cabeza, la judía del número mortal tatuado en el brazo. Y con estos antecedentes, suma otro tormento a aquello que nos desvela y que tanto nos rasga las vestiduras: qué es la verdad y qué no.
Pero más allá del sainete homenajeado en sus confidencias, nosotros, que estamos todos aquí en el siglo XXI de las comunicaciones, sabemos perfectamente que María Moreno existe –igual, los no avisados pueden verla en acción en su programa Portarretratos en el Canal de la Ciudad– . Y así es que no pondremos en duda que estamos ante un libro de entrevistas verdaderas publicadas en diferentes medios (Página/12, Siete días, Pluma y pincel, El Cronista Cultural). 26 conversaciones con personajes reconocidos de la cultura nacional donde luego de fallar, presuponer, hacer papelones, enamorarse, la entrevistadora logra casi siempre que digan algo que ni siquiera tenían pensado de sí mismos. Y consigue, sobre todo, mantener el orden ideal de estas iluminaciones: los primeros sorprendidos son ellos, ella la segunda y terceros, los lectores.
Desconfio de las entrevistas
Estamos bien informados, conocemos muchas cosas. Y por eso desconfiamos tanto de las entrevistas. En los medios donde salen los famosos, los lectores se guían por las fotos, los títulos destacados en letra grande, las negritas, las respuestas cortas. Es que estamos acostumbrados a sentarnos como invitados de piedra ante la misma mesa de ping pong. La cara ida y vuelta, primero para mirar al que formula una pregunta cualquiera y luego para mirar al que le contesta cualquier cosa. La mirada ingenua también es despectiva. Por eso ingenuamente podríamos afirmar que el reportaje es un género de periodistas que no saben escribir para lectores que no tienen ganas de leer. Salvo que ocurra el caso de que alguien llegue, patee nuestra silla y nos obligue a meternos en zapatos ajenos. La mitad del tiempo adentro de los zapatos de la que entrevista y la otra mitad en los de su entrevistado. Allí es donde el género recobra su carácter dramático, se desliza hasta la habitación privada, comparte tensión con el diálogo teatral, el enigma de los policiales. Y entonces, el periodista que no sabe escribir no juega, y el lector que no tiene ganas de leer, ya cerró el libro. En este sentido, este trabajo de María Moreno está hecho para quienes gozan escuchando conversaciones ajenas y para los que pretenden hacer reportajes con la sospecha de que es más complejo de lo que parece.
La introducción funciona como una brevísima guía de la entrevista para aprendices y también para distanciarse de todo un resto. Advierte, por ejemplo, que lejos de la postura que emparenta pecado con verdad, y por lo tanto, entrevista con inquisición –escuela que a su manera comparten Mauro Viale y Jorge Lanata– sus intenciones son más afines con el diálogo socrático “que consiste a lo sumo en someter con dulzura al entrevistado a la prueba de su propia coherencia”. Se ubica todavía más lejos del modelo que representa Michel King, el gordito sabelotodo del Actors Studio, “una especie de perversión de la entrevista”. Se trata de un entrevistador que no quiere saber nada porque sabe todo lo que su equipo de producción buscó por él en el archivo de anteriores entrevistas. Una vez descartadas varias opciones presentes en el mercado mediático, María Moreno, como los magos, muestra antes de comenzar, que no hay nada por aquí ni por allá. Ni la paciencia de Capote, ni la insistencia de los paladines del bien, ni la certeza. Su personaje va evolucionando a medida que pasan los años y las personas: partimos, entonces, calzando los zapatos de la chica torpe y perdedora que aun cuando cumple con todos los deberes, falla. “Cuando yo lo halagaba (se refiere a Pepe Bianco) me contestaba con un ¿sí? Indiferente. Propio de la modestia afectada. Comencé a sentirme mal. ‘Me voy a desmayar’, dije con un hilo de voz. Me miró con una mezcla de incredulidad y alarma. Luego, fundido a negro.”
Y cuando gana, dice ella, se resiste a contarlo “porque detesto las entrevistas donde el periodista no tacha las exclamaciones soborno del entrevistado del tipo: es la primera vez que me hacen esa pregunta”.
De Landru a Alejandro Kuropatwa pasando por Blanca Cotta
Entre los 26 entrevistados figuran también Sara Facio, Liliana Felipe, Daniel Santoro, Miguel Briante y si algo realmente enlaza a cada uno es esa periodista a la que le va cambiando la voz de acuerdo con quien se encuentre, o en qué momento de su vida ocurra el episodio. Es prejuiciosa y tendenciosa con Karadagian, Alicia en el País de las Maravillas tomando el té con Mecha Ortiz, admiradora a muerte con Landrú, distante con Poldy Bird, desganada con María Elena Walsh, enamorada con Silvina Ocampo. Muchas veces, entre líneas, mordaz. El material está organizado en tres capítulos: Patrimonio nacional, Esos diez (número que Manuel Mujica Lainez consideraba mínimo para constituir una elite) y Militantes. En este último –donde los personajes son conocidos sobre todo por su lucha y tienen mucho que decir por el mundo que representan–, las respuestas son más largas, las preguntas son casi imperceptibles. Frente a otros personajes más populares como Blanca Cotta, la que pregunta carga con nuestros propios prejuicios y se encarga de que junto con ella nos estrellemos contra la misma pared. Más que preguntar, mirar, y más que mirar, relacionar parecen ser algunos de los verbos que guían la construcción de estas escenas.
El miedo a fallar, la obsesión por resultar interesante, la preocupación por ser fiel a uno mismo o a la imagen que ya está vendida, son cuestiones que guían las acciones cotidianas de todos. En estas escenas, estas mismas cuestiones demuestran su capacidad amable de revelar lo íntimo. Que no es lo mismo que revelar intimidades.
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