Viernes, 10 de marzo de 2006 | Hoy
INTERNACIONALES
Fadela Amara preside Ni Putas Ni Sumisas, un movimiento de mujeres nacido en Francia que ya tiene adeptas en el resto de Europa y Africa. La situación de las francesas, dice, ha empeorado: en el 2000, cada mes morían seis mujeres por violencia física. En los primeros meses de 2006, la cifra se elevó a 7,5.
Por Por Milagros Belgrano Rawson desde Paris, Francia
Fadela Amara comenzó a militar a los 14 años luego de que su hermano muriera atropellado por un conductor borracho que nunca fue juzgado. Y desde el 2003, es presidenta de Ni Putas Ni Sumisas (NPNS), el movimiento de mujeres más popular de Europa. Fue creado en Francia luego del asesinato de Sohane Benziane, una chica de origen árabe que vivía en una cité, como llaman a las ciudades dormitorio donde se hacinan los inmigrantes de Africa del Norte que llegan a ese país. Sohane fue quemada viva por un vecino de casi su misma edad por no actuar “recatadamente”, de acuerdo con las normas del Islam. Pero desde su muerte, en el 2003, y pese a la activa militancia de NPNS contra la violencia de género, la situación de las mujeres de zonas marginales de Francia ha empeorado. A las frecuentes violaciones colectivas que allí se registran, se añaden los crímenes “de honor”: chicas que aparecieron muertas luego de negarse a casarse con el hombre que su familia le había elegido. Hace dos años, Ghofrane Haddaoui, una joven tunecina residente en una cité del sur de Francia, murió apedreada por un chico al que ella habría rechazado. Y la lista sigue: en diciembre pasado, una estudiante de 18 años fue rociada con nafta y prendida fuego por un ex compañero de trabajo. Aparentemente, se habría negado a salir con él y desde entonces se encuentra en coma en un hospital.
“En las zonas marginales, la situación de las mujeres es desesperante”, afirma Amara. Según ella, en las familias magrebíes que emigraron a Francia, el padre ya no es una autoridad. “Ahora el que manda es el hijo mayor, quien somete a las chicas del vecindario que no se muestran ‘humildes’ o que se visten de forma ‘provocativa’. Mientras, en las cités, el islamismo radical crece a pasos agigantados, lo que complica el panorama”, relata. En estos barrios, los homosexuales son otro blanco de los ataques. Hace un mes, el diario Libération relató el via crucis de una pareja de homosexuales de origen marroquí que vivía en una cité. Luego de varias palizas y amenazas, la pareja terminó abandonando su departamento en plena noche, dejando atrás todos sus muebles y electrodomésticos. “Mi familia es argelina y quiero conservar sus costumbres, pero soy consciente de que es una cultura arcaica que oprime a las mujeres y a los homosexuales. Y soy la primera en denunciarla”, declara Amara. “Por culpa del relativismo cultural de ciertos intelectuales europeos nadie se implica. Dicen ‘no hay que meterse, es su cultura’. Y así estamos”, indica la dirigente de este movimiento que empezó con apenas seis integrantes y que hoy cuenta con cientos de miembros y voluntarios –hombres y mujeres–, entre ellos una pareja de jubilados argentinos que vive en París desde hace siete años.
–Usted creció en una cité del centro de Francia. ¿Cómo es vivir allí?
–Cuando yo vivía allí, los problemas eran otros. Yo tengo un padre que aún hoy piensa que la mujer debe quedarse en casa y que para existir debe casarse. Pero él nos dejó ir a la escuela y jamás nos impuso un marido, como hacían los padres de mis amigas. Casi todas fueron obligadas a casarse con tipos a los que ni conocían. Pero, desde entonces, las cosas han empeorado. Las mujeres de las zonas populares de este país perdieron las libertades que se habían conquistado en los ’70 y las cifras de víctimas de violencia doméstica han aumentado. En el 2000, en Francia morían seis mujeres por mes por esta causa. Y en la última Encuesta nacional sobre la violencia hacia las mujeres la cifra es de 7,5. Mientras, en las cités han emergido formas de violencia extrema que antes no existían. Entre los años ’50 y ’60, cuando llegaron a Francia los primeros inmigrantes del Norte de Africa, éstos vivían en los mismos barrios que los portugueses, los españoles e incluso los franceses del sur. El denominador común que los unía era la pobreza. Luego los europeos accedieron a mejores condiciones de vida y se fueron del barrio. Los árabes se quedaron solos. Y uno de los factores de la violencia contra las mujeres son estos guetos: ya no hay mezcla, ni social ni de género.
–Usted comenzó a militar desde muy chica.
–Cuando yo tenía 14, mi hermano fue atropellado por un tipo que manejaba borracho. Los policías que vinieron a la escena del crimen hicieron comentarios racistas contra mis padres, que estaban ahí, shockeados por lo que acababa de suceder. El asesino nunca fue a juicio y ese drama familiar me marcó. Desde entonces me comprometí a luchar contra todas las formas de injusticia. Nunca fui a la universidad, pero milité por el derecho a la vivienda de los inmigrantes, por el voto obligatorio y contra el racismo. Desde el 2000 soy presidenta de la Federación Nacional de Maisons des Potes (algo así como las “Casas de los Compinches”, en francés), que lucha por los derechos de los jóvenes en los barrios difíciles. Y luego organicé el movimiento Ni Putes Ni Soumises (Ni Putas Ni Sumisas) con el objetivo de denunciar todas las formas de violencia y discriminación hacia las mujeres, especialmente las de zonas marginales.
–El nombre se lo puso usted.
–Bueno, sí. Meses antes de la muerte de Sohane, yo había enviado a todos los políticos franceses un petitorio titulado “Ni Putas Ni Sumisas”, donde denunciaba la situación de las mujeres de los barrios pobres. Es un slogan que coincide con la realidad. En los barrios los varones dicen “todas son putas salvo mi madre”. Aquí hubo unos cuantos intelectuales que dijeron que si las mujeres de las cités estaban en situación de sumisión era porque no se rebelaban. Y a mí me fastidian esos sociólogos de izquierda que se ganan becas y premios estudiando a los pobres y opinan sin saber de lo que hablan. En las zonas marginales de este país hay docenas de mujeres que hacen un trabajo de hormiga contra la exclusión y el machismo. Así que este slogan fue también una forma de homenajearlas.
–¿Cómo es la estructura de NPNS?
–Tenemos una sede central en París y comités en 60 ciudades francesas. Recibimos ayuda financiera de dos ministerios, pero la mayor parte de los fondos proviene de donaciones privadas, tanto de fundaciones como de ciudadanos. También tenemos comités en España, Suecia, Italia, Suiza, Bélgica y Holanda. Y estamos trabajando con organizaciones de Marruecos y Argelia. Paradójicamente, y especialmente a causa de nuestra posición sobre el velo islámico, tuvimos más problemas para trabajar en Europa que en los países musulmanes.
–Usted es de origen musulmán y sin embargo está a favor de la prohibición del gobierno francés de usar el velo islámico en las escuelas.
–Varios miembros de NPNS recibimos amenazas de grupos integristas por ese tema, pero seguimos sosteniendo esta posición. Personalmente, recibí una educación religiosa pero respetuosa con el otro. Eso también forma parte de la laicidad, uno de los valores de la Constitución que nos protegen contra el fundamentalismo. En los barrios periféricos de Francia, las chicas que usan velo no lo hacen por razones religiosas: son activistas reclutadas por imanes que llegan clandestinamente de Egipto y Pakistán y que pregonan un proyecto de sociedad que nada tiene que ver con los principios republicanos. Y estas organizaciones tienen éxito porque muchos de estos chicos, que son hijos de inmigrantes, se sienten rechazados por la sociedad francesa, a pesar de haber nacido aquí y tener todos los derechos de cualquier ciudadano francés. Y el fundamentalismo no es sólo cosa “árabes barbudos y con túnica”. En Estados Unidos, la derecha evangélica que apoya a la administración Bush está haciendo el mismo trabajo que estas organizaciones islámicas. No es casual que lo primero que hizo Bush cuando llegó al poder haya sido cortar los fondos de las asociaciones de defensa de derechos de las mujeres de ese país. Y ahora está haciendo un fuerte lobby para prohibir el aborto.
–Recientemente hubo en Francia una campaña contra la discriminación laboral de los franceses de origen árabe. El spot publicitario decía “lo único malo del Currículum de Salima es el nombre Salima”.
–Estoy a favor del principio constitucional de igualdad para todos, y en contra de la discriminación positiva, tan en boga en Estados Unidos. Pero Francia es un país elitista y xenófobo, sobre todo con los árabes y los negros. Los franceses ven al inmigrante como el tipo que viene a aprovecharse del Estado o que se roba los puestos de trabajo de los franceses. En cambio, son más condescendientes con los blancos que llegan de Europa del Este. Y también es un país sexista, a pesar de que muchos declaren con arrogancia que Francia es “el” país de las luces y los derechos humanos.
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