Viernes, 3 de agosto de 2007 | Hoy
EXPERIENCIAS
Es fácil seguir escuchando que en la Argentina no hay población negra, aun cuando el último censo realizado entre 2001 y 2002 dice lo contrario. Las organizaciones de afrodescendientes, encabezadas en su mayoría por mujeres, hacen a diario un trabajo dedicado a descubrir y valorar sus orígenes con pasión de arqueólogas.
Por María Sol Wasylyk Fedyszak
La identidad, las raíces y la sangre tiran, pero a veces cuesta rastrear los orígenes, más si la historia borró las huellas y peor aún si se encargó de hacerlo. Ese es el sentir de muchos afrodescendientes, cuyos antepasados llegaron a nuestro país en diversas oleadas inmigratorias desde el siglo XVI, como esclavas y esclavos primero, en condiciones infrahumanas, o después, en busca de mejores condiciones de vida. Su reclamo de visibilidad es constante.
Según un estudio efectuado entre 2001 y 2002 habría en la Argentina alrededor de 2 millones de afrodescendientes. Pero esta cantidad, con el transcurso del tiempo y el mestizaje, debe buscarse también en mujeres y hombres blancos que llevan en su sangre las marcas de aquel lejano continente.
“Hace muchos años comencé a dedicarme a la historia cuando vi los vacíos que había en ella respecto de la presencia de las comunidades negras –cuenta Miriam Gómez–. Una dinámica bien estructurada desde el Estado argentino cuando se constituye como tal y cuando adopta su proyecto, sobre todo con la generación del ’80 en el siglo XIX con una idea muy clara y firme de emblanquecer la población. El proyecto era crear una Argentina genéticamente blanca y culturalmente europea”, remata.
Ella es vicepresidenta de la Sociedad Caboverdeana de Dock Sud. “Estamos tratando de armar un movimiento, que es la Diáspora, conformando una estructura que pueda aglutinar a todos los movimientos en la Argentina.”
El padre de Miriam llegó al país en la década del ’50 y es nieta, por parte de su madre, de caboverdeanos venidos en la primera corriente migratoria a principios de siglo.
“Hubo un trabajo sistemático por parte de los medios, de la universidad, de las clases dirigentes, en colaborar con este silenciamiento de la comunidad negra. Hoy en día son muy pocos los historiadores que empiezan a abordar el tema, pero la gran mayoría ignora nuestra presencia. Hasta el historiador Felipe Pigna niega que seamos casi 2 millones de afrodescendientes, cuando lo hemos demostrado con un instrumento del Estado mismo, que es el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec).”
La medición de la población afrodescendiente “se efectuó con apoyo técnico del Indec y de la Universidad Tres de Febrero”. Esta encuesta demostró que “el 5 por ciento de la población encuestada respondió afirmativamente a la pregunta de si tenían o si se consideraban afrodescendientes”. Esta encuesta se hizo en el barrio Montserrat, en Buenos Aires, y en el barrio Santa Rosa de Lima de Santa Fe. “Sobre esa base es que nosotros hacemos la proyección en el país de que existirían casi 2 millones de afrodescendientes. Después hay un número mucho menor que lo forman los integrantes de comunidades de inmigrantes.”
La mayoría de las organizaciones que reivindican la cultura afro están encabezadas por mujeres. “Las mujeres nos hemos animado más que los hombres a enfrentar determinadas realidades, no nos acomodamos a las imposiciones de la sociedad, lo hemos hecho por nosotras y por nuestros hijos y no estamos ajenas a las problemáticas de género, estamos atravesadas por las mismas variables que el resto de la población y además somos negras, que es la otra cuestión”, sostiene Miriam.
Dentro de su organización, Miriam y su equipo trabajan y asesoran en el tema de la discriminación y el racismo. “Hay muchos casos de discriminación, pero lo que no hay son denuncias formales, la gente no se anima a denunciar, si bien vienen con la inquietud, cuando queremos seguir los pasos para presentar la denuncia al Inadi no todos lo siguen. Cuesta demostrar en la Argentina que uno sufre racismo y discriminación, cuesta porque el funcionario público no tiene experiencia ni preparación y tiene la misma deformación ideológica que tiene la mayor parte de la sociedad según la cual no hay racismo, no hay negros, por lo tanto sería inimaginable el racismo contra algo que no existiría.”
Con el hombre, “la discriminación adquiere visos de violencia física, hubo varios integrantes de nuestra comunidad golpeados brutalmente y en el caso de las mujeres muchas veces la violencia es sexual, verbal o psicológica, siempre en torno del mito de la proverbialidad sexual de los negros que los argentinos suponen que nosotros detentamos”.
“En la Argentina nadie quiere ser negro, todo el mundo quiere escapar de eso, todo el mundo se pretende europeo de alma blanca”, señala Miriam. María Lamadrid agrega que hay mucha gente que sabe sus raíces y no lo cuenta. “Cuando me entero de eso no me enojo, lo que pienso es en lo que habrán sufrido y en que quieren borrar esa parte.” María no sabe mucho de su historia familiar: “Estoy reviéndola en mi familia. Yo digo que soy quinta generación. Al bisabuelo de mi mamá le habían dado la libertad y él compró a su mujer, que era esclava. Los dos eran esclavos del general Lamadrid. Antes se portaba el apellido del patrón, el verdadero no lo sabemos”. En la familia “dicen que somos zulú, pero mis compañeras historiadoras o antropólogas dicen que es imposible porque nunca pudieron encontrar un zulú. Dicen que somos bantu”.
La situación de muchos países africanos en la actualidad “es la misma de la Argentina hace unos años. La gente escapa de penurias económicas, de la falta de trabajo y en algunos casos de la persecución política debido a las guerras civiles en algunos países. Por ejemplo, en Liberia, la guerra civil fue durísima, ahora está terminando. En algunos países hubo enfrentamientos civiles estimulados desde las potencias colonizadoras que favorecen a uno u otro grupo, es una cuestión de intereses económicos, por eso yo estoy en contra de la famosa frase de que ‘son luchas tribales’. No se puede llamar tribu a una población de 40 millones de personas, como son los de yoruba en Nigeria. Lo de llamar tribus es otra forma de esconder las vanidades que tiene Occidente, la visión eurocéntrica del mundo”. En el caso de Cabo Verde, se independizó en 1975 y “fue lo mejor que nos pudo pasar”.
Para Miriam, “hay un doble discurso” acerca de la situación de los afrodescendientes en el país en cuanto a derechos y oportunidades. “Está el discurso oficial de que la Argentina recibe a todos los inmigrantes con los brazos abiertos, cuando en la vida cotidiana se escucha lo contrario. Es común escuchar que por la calle te dicen ‘negro de mierda, volvete a tu país, ¿por qué te venís a matar el hambre acá?’. El desprecio en la calle es constante y eso se traslada a las oportunidades laborales. Es muy difícil para una mujer o un hombre negro calificado conseguir un buen trabajo. Hay casos, claro, yo tengo trabajo estable, pero no soy la regla.”
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