Viernes, 5 de octubre de 2007 | Hoy
LIBROS
La editorial rosarina Fundación Ross acaba de presentar una colección de libros mínimos –sólo por su tamaño– que propone un recorte ya explorado en antologías: sólo se publicarán narradoras. La pregunta sobre lo femenino en la literatura se cae de maduro frente a esta serie de ejemplares de tapa rosa, pero se contesta con una apuesta a la diversidad y, por qué no, al orden: a la hora de buscar voces de mujeres será fácil dar con el lomo rosa.
Por Liliana Viola
Rosas, brillantes, delgadas, rectangulares, ideales para la cartera. Desde lejos, ostensiblemente femeninas. Pero no es lo que Ud. piensa. Semillas de Eva es el título de una flamante colección de libros –libritos–, cuya particularidad más llamativa es que el corte es “exclusivamente narradoras”.
Para dar comienzo a dicha propuesta que lleva adelante la editorial rosarina Fundación Ross, la escritora y directora de la serie, Gloria Lenardón, ha convocado a cinco autoras muy reconocidas –Angélica Gorodischer, Liliana Heer, Susana Szwarc, Noemí Ulla y Luisa Valenzuela– a las que luego, según queda prometido, se sumarán otras, incluso aquellas que no han tenido todavía la oportunidad de ser publicadas y que vale la pena conocer.
Esta delgadez extrema de los libros –tres centímetros de ancho y siete de alto con un promedio de 90 páginas– no debe entenderse necesariamente como anorexia literaria sino como una confirmación del proverbio que festeja lo doblemente bueno que tiene lo que es breve. Además, es muy posible que el tamaño del libro responda a una política editorial interesada en ahorrar pliegos de papel por un lado y apostar por el otro: no estancarse en el intento y editar más ejemplares con cierta periodicidad. Según lo adelanta Lenardón, más temprano que tarde llegará una nueva tanda de autoras. Es necesario que así sea ya que cantidad y diversidad son dos elementos que van a ir completando el sentido de esta colección, que con su cuidado evidente hacia las variables de color y formato además de estilos de escritura, invita a la pulsión coleccionista de lectores y lectoras. Y por qué no, también al gesto bastante coqueto de llenar algún anaquel de la biblioteca con ligeros lomitos rosas.
Los libros incluyen textos ya editados y textos escritos especialmente para la ocasión. La mayoría son cuentos pero también hay lugar para géneros como el ensayo autobiográfico –aquí está Luisa Valenzuela hablando de su relación con la existencia de Dios– y el “relato como escultura fílmica” que propone Liliana Heer a lo largo de los diez libros que componen las escenas fragmentarias, proféticas y poéticas de sus Ex crituras profanas.
¿Vale la pena hacer a esta altura del siglo XXI una colección de libros escritos por mujeres? Es cierto que a nadie se le ocurriría hacer una colección de “libros escritos por hombres” –para eso una colección de literatura universal es suficiente–; el recorte de mujeres, así como el de jóvenes promesas, o los que se hacen por nacionalidad, color y otros accidentes siempre causa cierto escozor a la vez que señala de modo loable una excepcionalidad a destacar. Y definitivamente ser mujer sigue siendo una excepción, el concepto del cupo sigue siendo un gesto necesario. Así es que una colección que decide otorgarles un lugar a las escritoras es bienvenida aunque juegue con el cliché del color rosa y el madrinazgo de la primera mujer.
Seguramente no todas las escritoras hacen una “literatura femenina” ni en su condición femenina deba centrarse el análisis de su obra. Es Luisa Valenzuela la que con más virulencia recoge el guante ya desde la primera frase de su trabajo titulado Acerca de Dios (o Aleja): “Ante todo debo confesar que me creo menos descendiente de Eva que de alguna lejana antecesora de la Mona Chita. Como creo ocurre con el resto de mis congéneres, aun a pesar de la encomiable disposición de la primera por desobedecer las más latas órdenes en pro del conocimiento”.
Por su parte, Angélica Gorodischer presenta dos cuentos. La cámara oscura –escrito hace varios años e incluido ya en Mala noche y parir hembra– y el reciente, El sueño de Hipócrates. Con diferentes recursos indaga sobre todo en la relación que los hombres entablan con la tradición patriarcal en la que han sido educados. En el primero apela a una leyenda familiar, registro realista y con cierta comicidad. El retrato de la abuela Gertrudis, de oscuro pasado, se convierte en emblema de la lucha de los sexos. En el segundo, el registro poético no descarta ironía para rondar el mismo asunto.
Noemí Ulla en En el agua del río presenta seis cuentos donde con personajes distintos trabaja el tema de la importancia y la fuerza de los relatos. Puede ser una niña que no conoce la noche, pueden ser dos hermanas que leen o que se cuentan el cuento de la buena pipa, un exiliado que vuelve y recorre la ciudad como un cuento reescrito, siempre es la posibilidad de la narración lo que convierte. Los siete relatos que componen Una felicidad liviana rondan los pensamientos fragmentarios e íntimos de varios personajes, muchas veces femeninos y de edades bien distintas. Lo que sucede en estas microhistorias pasa sobre todo por la necesidad de interpretación que pende sobre la cabeza de todos y todas como una espada o una posible felicidad.
Las autoras no están solas. En cada contratapa un breve estudio crítico da entrada libre a hombres y mujeres, y así es que entre los presentadores figuran Jorge Conti, Nicolás Peyceré, Pablo De Santis, Delia Croichet y Adolfo Colombres.
Esta colección, dice la editora, “no intenta excluir ni hacer especialmente tangibles escenas de género sino que desea investigar mejor una franja de la producción literaria global. Desea segmentar para una búsqueda más prolija que reúna una mayor cantidad de textos que sumen variedad y diversidad de lenguaje”. Bueno. La expulsión del Paraíso algo bueno tiene que depararnos. Que así sea.
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