Viernes, 2 de noviembre de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA > DEBATES
Pasadas las elecciones y también el primer impacto sobre la certeza de que habrá una presidenta a partir de diciembre, se impone, además del festejo por las posibilidades simbólicas que abre una mujer “ahí”, la reflexión sobre de qué se trata ser mujer, qué clase de acuerdo significa nombrarse así –si es que alguno sobrevive– y qué se puede esperar de otra como una –¿otra como una?– en el poder.
Por Luciana Peker
En 1920 las mujeres argentinas votaron por primera vez. Pero, además, pudieron votar mujeres. Alicia Moreau fue la candidata del socialismo, Elvira Rawson del radicalismo y Julieta Lanteri encabezaba una propuesta independiente. La ganadora fue Moreau. Pero, entre las tres, lograron apenas cuatro mil votos y el premio era el intento y no la posibilidad de acceder al poder. La votación fue, en realidad, un simulacro realizado simultáneamente con luchadoras sufragistas de Francia como una manera de presionar al poder político para que las ciudadanas también, igual que los ciudadanos, tuvieran derecho a votar. Y a ser elegidas. En el 2007, ochenta y siete años después, también tres mujeres se presentaron como candidatas a la presidencia de la Nación –Cristina Kirchner, Elisa Carrio y Vilma Ripoll– y una de ellas se convirtió en la primera mujer electa jefa de Estado, mientras que otra se consagró como líder de la oposición. Entre las tres arrasaron con el 72,5 por ciento de los votos. Por supuesto, no hay lectura política posible que reúna a dos rivales que no son capaces de saludarse por teléfono. Pero, más allá de diferencias y disputas –e incluso más allá de ellas– no deja de ser un signo de cambio que sólo cincuenta y seis años después de que en 1951 las mujeres fueran habilitadas para votar por primera vez, ahora, siete de cada diez argentinos y argentinas haya elegido a una candidata para que lo/la represente.
“La gente no tuvo miedo de votar a mujeres y eso es importante”, destaca la escritora Ana María Shua. Aunque, a pesar de la enorme presencia femenina en la elección, los temas de género –la violencia contra las mujeres, los femicidios íntimos, el reclamo por la despenalización del aborto, la trata y explotación sexual, los noviazgos violentos, la disparidad salarial entre varones y mujeres, la mortalidad materna, la desnutrición de las mujeres indígenas, etc.– no tuvieron, prácticamente, lugar en la campaña electoral ni el debate público. ¿Fue una oportunidad perdida o puede ser una oportunidad aprovechada para revalorizar la llegada a la presidencia de una mujer?
Incluso, más allá de las distancias estéticas –la aplicación, o no, de botox para disimular arrugas como eje de la superficial diferencia entre Cristina y el resto– no hubo discusiones o posibilidades de reflexionar sobre viejos y nuevos moldes de mujer. A diferencia de Chile, en donde Michelle Bachelet está separada, con tres hijos (de dos diferentes matrimonios) y donde, con humor, ella se atreve a no resignar una candidatura a un eventual amor. En Alemania, la canciller Angela Merkel –casada con Joachim Sauer, un profesor de química, pero sin hijos– desafió la matemática cultural de la feminidad como sinónimo de maternidad. Mientras que en Francia, Ségolène Royal, madre de cuatro hijos, no iba en contra del mandato pero sí reclamaba por la conciliación de la vida familiar y política. Pero perdió. En Francia, en Argentina, no.
Ségolène escuchó arriba del palco el discurso de Cristina. Las dos son mujeres políticas, las dos pertenecen a matrimonios políticos. Pero Cristina ganó. Y Ségolène no llegó a la presidencia y sí al divorcio post electoral de su ex marido y dirigente del Partido Socialista Francés, François Hollande. Cristina también le ganó de mano a Hillary Clinton en pasar del rol de senadora y primera dama a presidenta.
Tal vez todo eso empujó a Cristina a definirse más cerca de otras mujeres después del triunfo electoral. “Permítanme dirigirme a mis hermanas de género para convocarlas a todas, a las que tal vez han quedado solas frente al hogar, a las obreras en las fábricas, a las estudiantes en las universidades, a las profesionales, a las empresarias, sé que podemos desarrollar una gran tarea, porque estamos con las aptitudes especiales, ni diferentes ni mejores, especiales, de poder ser ciudadanas de lo privado y de lo público, de poder articular el mundo de la familia y el mundo de la política y la militancia. Y haber hecho las dos cosas bien, que es lo importante. La política sin la familia no vale y la familia, sin lo que uno piensa como modelo de país, tampoco”, apuntó Cristina.
Tal vez uno de los puntos más criticados desde el movimiento de mujeres sea la falta de compromiso de la presidenta electa con la despenalización del aborto. “Siempre me he definido en contra del aborto, aunque tampoco creo que nadie esté a favor del aborto, ni los que abogan por su despenalización. Eso sería una simplificación. Mi postura siempre ha sido clara en ese sentido”, delineó en su último día de campaña.
La socióloga María Luisa Storani, del Centro de la Mujer de San Fernando, subraya: “Es histórico haber tenido a dos mujeres disputando la presidencia. Pero el solo hecho de ser mujeres no garantiza el cambio. Espero que ambas puedan aprovechar el impulso que les da la sociedad para revisar sus posiciones respecto de los derechos sexuales y reproductivos”. Por su parte, Nina Brugo, presidenta de la Comisión de la Mujer de la Asociación de Abogados de Buenos Aires, advierte: “No confundamos: el hecho de pertenecer al sexo femenino no significa que ellas (Carrió y Kirchner) representen la continuación de quienes emprendieron las luchas reivindicativas de nuestro género ni tampoco que lleguen a reconocer que sin esas luchas no ocuparían el lugar que hoy ocupan”. Pero Brugo no augura un estilo de conducción que abra nuevos caminos. “Hasta ahora ninguna de las dos ha demostrado diferenciación con el poder político masculino.” Sin embargo, más allá de las posturas personales hay símbolos sociales que irrumpen como los chistes: “¿Che, viste que ahora nos va a gobernar una mujer?”.
¿Qué representa para el resto de las mujeres, se vean representadas o no políticamente en Cristina Kirchner, que una mujer sea presidenta? ¿Qué nos une a las mujeres?
“La mujer no es un colectivo homogéneo y existen distintas variables, además del género, por lo que nos podemos unir las mujeres... clase, generación, lugar de nacimiento, raza, socialización. Pero lo cierto es que, a pesar de todo, hay intereses comunes que pueden llegar a unirnos si realmente somos conscientes de las diferencias de género”, propone Lidia Heller, directora de la Red Latinoamericana de Mujeres en Gestión de Organizaciones. “Hay mujeres y mujeres”, habla en puntos suspensivos Fernanda Reyes, economista y diputada electa nacional por la Coalición Cívica, con tan sólo 29 años. “Cada una tiene su ideología y su pensamiento, pero nos une que se nos ha hecho muy difícil acceder a lugares de poder”, remarca.
La palabra dificultad se empequeñece al lado de la historia de Victoria Donda Pérez, la primera nieta restituida convertida en diputada nacional –por la provincia de Buenos Aires– del Frente para la Victoria. Para ella, para quien la palabra Victoria es nombre, es política y la política es nombre propio y colectivo, recuperado y a seguir peleando, la palabra mujer también la une a las otras palabras de mujeres. “Nos une la situación de dominación que hay entre los dos sexos en la sociedad. A las políticas también nos unifican los chistes que recibimos, a veces en serio, a veces en broma, sobre nuestra condición de mujeres y tener que enfrentar el machismo.”
María Elena Naddeo, presidenta del Consejo de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires, retoma el trazo de la palabra mujer y saca punta: “Ser mujer es integrar un sector de la humanidad históricamente discriminado; aun cuando no se atraviesen situaciones traumáticas o evidentes en forma personal, es necesario reconocer en la sociedad en que vivimos elementos vinculados a los clichés tradicionales que inciden en las vidas de las mujeres en múltiples conflictos”. A la trama de hilaciones se suma Estela Díaz, de la Asociación por los Derechos de las Mujeres: “Nos une la discriminación, que, aunque menor, sigue estando, las dificultades para el acceso al poder y el control de los recursos; el acceso al trabajo en condiciones de precariedad, informalidad y de menor remuneración. Así como nos une una violencia creciente basada en razones de género, también nos une la enorme capacidad de resistencia, de generar vínculos en red y de sacar recursos de los lugares donde parece no haber nada”. O de revalorizar recursos femeninos que no son sólo mandatos o mitos. “Ser mujeres en el siglo XXI es integrar la particularidad de nuestro género desde una mirada genuina y entrañablemente femenina, donde nuestra inteligencia y creatividad no tenga que desprenderse de nuestra capacidad amorosa y nuestra poderosa intuición. Ser mujeres es integrar nuestros dones dormidos y salir al ruedo completas y libres. Ser mujeres es superar el matriarcado, vencer el patriarcado e integrarnos en una convivencia pacífica con nuestras lúcidas neuronas y nuestras tibias entrañas”, define con una poética que excede el lugar de las mujeres en las urnas, Sonia Cavia, comunicadora, directora de Mujer Sabia Editoras e integrante de Doulas de Argentina. También Ana María Shua se atreve a salirse tanto de los diccionarios de género como de los deber ser femeninos para encomendar la posibilidad de abrazo en los espejos –diversos– pero espejos de comprensión y refugio que aguardan en las miradas femeninas. “Tenemos problemas parecidos: menstruamos, nos embarazamos, parimos. Y si no, peor todavía. Si no nos llaman secas y estériles”, desnuda la escritora. Y reafirma: “También tenemos en común el lugar que ocupamos en la sociedad, pero eso cambia minuto a minuto”. Cambia tanto que toda certeza es duda y al vesre. Liliana Hendel, columnista de Canal 13 y psicóloga, no responde, duda en voz alta, que es más sabio: “No tengo idea acerca de qué es ser mujeres. Sé que me unen a mi hija cosas que no tengo con mis hijos. Algo del mujererío, que no es la moda, la maternidad, la triple jornada, la lucha por la legalización del aborto, o cómo evitar con humor deprimirme cuando me dicen ‘Señora’ (que lo soy más que nunca porque me casé el sábado) y es todo eso”. Con confites y todo. Pero con un cuento que empieza a contarse sin princesas. Con presidentas.
La diferencia entre presidenta con A y presidente con E no es sólo una vocal, es un signo del avance de las mujeres, de la llegada a puestos de liderazgo, de cuestionamientos –también– sobre cómo se ocupan los lugares y ya no sólo cómo llegar a ocuparlos. Pero, en todos los casos, la primera elección en donde una mujer es elegida para jefa de Estado abre interrogantes, esperanzas y previsiones de machismo nato colado como críticas políticas. “A Cristina se le achaca su carácter supuestamente autoritario, pero para mantenerse en esa dimensión política es necesario poseer una carga de pasión y de temperamento muy fuertes”, remarca Naddeo. La pedagoga Daniela Gutiérrez también dispara sobre la mirada al supuesto autoritarismo C. “Aquellas cualidades de temperamento que se le critican pasadas de género serían positivas: qué tipo con garra, qué combativo, qué determinado, sabe lo que quiere y va por ello, no lo pasan por arriba. Todo eso para un varón constituiría un líder, pero en una mujer aparecen como señales de una bruja.” Aunque, si en plena campaña los dardos atacan con dosis de machismo, cuando aparezcan los problemas de gestión la misoginia –será mejor saberlo– rugirá como un león apenas anestesiado. El periodista Esteban Schmidt avizora en la revista Brando: “Con Cristina en la presidencia, y a diario, habrá que hacerse cargo del machismo extendido que hay en la comunidad. En tiempos de paz, el machismo queda ahogado por la corrección política, pero cuando las cosas se compliquen, como siempre se complican, la condición femenina ganará su espacio con sablazos y bestialidad política”.
Para contrarrestar las críticas, hay mujeres que ya están en la línea de defensa. Graciela Rosso, médica y recientemente elegida intendenta de Luján por el Frente para la Victoria, realza: “Cristina simboliza la posibilidad de que una mujer sea la figura máxima en un ámbito que es muy duro, como la política. Ella ha demostrado su capacidad propia y su envergadura política”. Pero también ataca a las teorías –como la de Mariano Grondona– que señalan la alternancia matrimonial de los Kirchner como una estrategia de re-reelección indefinida. “Yo creo que claramente les molesta que sea mujer, es una forma de subestimación de su altura decir que está allí porque es esposa del Presidente.” Otra de las críticas a Cristina es sobre su manera de vestir o su interés en su propia visión estética. “Es una tilingada más de ciertas clases sociales, lo más importante no es cómo se arregla el cabello o se viste. ¿Las otras dirigentes no van a la peluquería o se ponen un trajecito?”, se pregunta Rosso. Y contesta una pregunta difícil. ¿Por qué Cristina se declaró en contra de la despenalización del aborto? Una definición que, incluso, la Iglesia tomó como un guiño de acercamiento. “Yo creo que ella va a avanzar en la medida en que vea que la sociedad quiera discutir los temas”, ataja Rosso, que, como viceministra de Salud de la gestión K, se pronunció a favor de la despenalización. Victoria Donda Pérez también defiende a Cristina: “No coincido con que ella reivindique poco las problemáticas de género. En sus discursos estuvo presente el rol que tenemos que ocupar las mujeres. Y, además, para los que venimos militando por una sociedad sin desigualdades que una mujer pueda tener las mismas oportunidades que un hombre y ser presidenta es muy importante. Eso simboliza la profundización de un proyecto de país donde tengamos el lugar”.
Aunque, más allá de Cristina, también es interesante que la perdedora también fue mujer y que no perdió sino que ganó el segundo lugar en la votación y el primero en la oposición. “Cristina Kirchner y Elisa Carrió tienen temperamentos muy diferentes y propuestas políticas más diferentes todavía”, realza Diana Maffía, directora del Instituto Hannah Arendt y diputada porteña electa por la Coalición Cívica. La filósofa sabe que la fundadora del ARI está, también, en contra de la despenalización del aborto. Pero rescata: “Carrió no habló mucho del tema de género, pero encabezó todas sus listas con mujeres y puso feministas en lugares de responsabilidad”. Y analiza a la presidenta K: “Cristina Kirchner comenzó a incluir en su discurso a las mujeres al abrir su campaña en La Plata, nunca le interesaron los temas de agenda de mujeres, ni siquiera el Protocolo de la Cedaw, que durmió en el Senado largos años. Cuando fue elegida senadora en 2005, en su discurso dijo representar a ‘los hombres’ de la provincia, ahora se dirigió a ellas como ‘hermanas’ y confundió el género con el antagonismo con los varones. No obstante, creo que irá incorporando en el futuro una mirada más ajustada sobre estos temas porque muchas mujeres de su entorno tienen fuertes convicciones”.
Desde un paso al costado del partidismo, igualmente, la psicóloga Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género, valoriza que el bastón de mando llegue a las manos de una mujer: “Es un modelo de liderazgo para las generaciones jóvenes. Cuando Freud era pequeño, le pronosticaron a su madre que sería ministro. Esa profecía derivaba del hecho histórico de que en esa época, por primera vez en Austria, un judío había accedido al rango ministerial. Una presidenta y una líder de la oposición son imágenes que estimulan la creación de representaciones colectivas que aúnan la imagen de las mujeres con el ejercicio del poder. De modo que, más allá de las banderías políticas, las mujeres tenemos algo para festejar”. Con ella coincide Estela Díaz: “Tener una mujer presidenta, con a, es un desafío y una gran oportunidad. Y es un reconocimiento de gran parte de la sociedad a la capacidad de las mujeres”.
Pero tener una presidenta no sólo es, fundamentalmente, puede ser y en el poder no sólo hay posibilidad sino deseo. “Puede implicar la posibilidad (o la ilusión) de un cambio de mirada –propone Cavia–. Un desafío y una provocación.”
Durante siglos, hemos construido el símbolo de lo femenino a partir de las rosas. Las rosas y el color rosado. Las flores que brotaron el lunes en la calle Balcarce. El color de los muros de la Casa de Gobierno. Pero si ampliamos unos grados nuestra perspectiva y nos adentramos a pensar no ya en aquello construido socialmente como “lo femenino” sino en el lugar que las mujeres ocupamos en las relaciones sociales, no hay consigna más poética que aquella que embanderaban las obreras que luchaban por sus derechos desde el siglo diecinueve. Hablemos entonces de “pan y rosas”. Una nación con más de un siglo y medio de vida, desde su primera Constitución, en 1853, debió esperar casi cien años para que las bases de la igualdad política les garantizaran a las mujeres, recién en 1947, el derecho al voto. Sesenta años después, tenemos la primera mujer elegida como presidenta y otra mujer liderando la oposición. Hemos observado, además, una campaña sin expresiones marcadamente misóginas.
En principio, el acceso a la presidencia por parte de una mujer, Cristina Fernández de Kirchner, supone un punto de inflexión en la política del país. Dirán que esa frontera se atravesó en 1991, con la sanción de la ley de cupo parlamentario. Es cierto. Sin embargo, hay todavía dos provincias que no han adherido a dicha ley (Entre Ríos y Jujuy) y el Poder Ejecutivo, de una particular relevancia en nuestro sistema y cuyo alcance simbólico no se puede ignorar (entre otras cosas, porque al ver a una presidenta, quienes hoy son niñas podrán imaginar serlo ellas algún día), continuó siendo un coto de reducido acceso para las mujeres. En el año 2007, y hasta la elección de Fabiana Ríos en Tierra del Fuego, no había en el país ni una sola gobernadora y sólo un 8,5% de gobiernos municipales, en buena parte, en localidades pequeñas, en las que habita el 2% de la población total del país, contaban con una intendenta mujer. Entre los cargos no electivos del poder nacional: sólo 2 de los 10 ministerios, y 6 de las 48 secretarías de Estado y de la Presidencia se encuentran ocupadas por mujeres.
El hecho de tener la primera presidenta electa implica un paso, pero no garantiza per se la profundización de la justicia distributiva, necesaria para avanzar en el camino de la igualdad de género y de la superación de la pobreza. Hoy, aproximadamente, una de cada cuatro mujeres es pobre en todo el país. Y esto conlleva especiales desafíos de política pública, en términos de protección del derecho al trabajo digno y en condiciones de igualdad y de su necesario balance con las responsabilidades familiares, que hoy recaen principalmente en las mujeres, pero que deben ser pensadas como responsabilidades de trabajadoras y trabajadores. Es distinto el pan para unos y otros, aun cuando sea igualmente necesario para todas y todos. Tan necesario como las rosas. El reto, entonces, será sentar las bases para conciliar el pan y las rosas, como símbolos de la imbricación de derechos sociales y políticos, del acceso a bienes materiales y simbólicos. Las rosas sin pan sólo serán expresiones estéticas y de un romanticismo vacío. Bello y relevante, pero insuficiente. El pan, sin las rosas, podrá indicar logros nutricionales. Imprescindibles, pero todavía áridos. Brindemos entonces por Pan y Rosas para todos y todas. ¿Estaremos ahora un poco más cerca?
(*) Sociologa e investigadora de la Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de General San Martin.
Nada que hacer: los políticos hombres no se embarazan. Los poderes del Estado moderno, en la mayoría de las sociedades, consideran que los temas ligados a la reproducción y cuidado de los hijos son “naturales”. Que siempre han sido y serán como los conocemos. Lo mismo se pensaba de la educación de las mujeres y los pobres en 1900. E igual cosa pasaba respecto de la más simple libertad de movimiento, si no se tenía la piel clara en 1800. La ironía es que quienes propusieron cambios respecto de la esclavitud y la ignorancia universal no fueron populares en su tiempo. El “rating” de las sociedades tiende a medir el bienestar inmediato esperado, no la concordia futura por alcanzar. Algo de esto es lo que le está ocurriendo a Michelle Bachelet, a cuyo gobierno acusan de ineficiencia, incapacidad y estancamiento.
Obviamente su administración comete y ha cometido errores. Sin embargo, en un país en el cual todavía casi el 60 por ciento de los niños nace en el 40 por ciento de los hogares de menores ingresos, en este 2007 se llegó a una cobertura histórica en educación preescolar, al aumentar en 18 mil los cupos en salas cuna, como parte del plan para que sean totalmente gratuitas para todas las madres, solteras o no, del país. A su vez, existe un proyecto de ley que busca perfeccionar el sistema de protección de maternidad, dándole a la madre la posibilidad de que salga del trabajo a amamantar a su hijo una hora diaria. Por otro lado, en el Parlamento chileno apenas hay 2 senadoras de un total de 38. Y 18 diputadas, en 120 cargos posibles. En cuanto a los municipios, las alcaldesas suman 42, de un total de 345. Por ello, Bachelet lanzó un proyecto que quiere duplicar esas cantidades, al asegurar que un mínimo del 30 por ciento de los candidatos inscriptos en las listas de los partidos políticos sean mujeres.
Aun así, la imagen de Michelle no cesa de bajar y desde casi todos los sectores se la acusa de ser blanda, irresoluta, poco imaginativa. Más allá de que tales acusaciones son parte inevitable del juego político, muchos consideran que las deficiencias de su gobierno son amplificadas por una lectura machista: la cultura latina parece sentir cierta tranquilidad si alguien da órdenes y definiciones tajantes. Pero, mirando el pasado de nuestros países, podría aventurarse que mientras necesitemos “Damas de Hierro” seguiremos en la “Edad de Hierro”.
(*) Periodista chileno, corresponsal en Buenos Aires del diario El Mercurio.
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