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Viernes, 4 de julio de 2008

SOCIEDAD

Me debo a mi público

Confesiones de habilidades y novelas sexuales, peleas feroces, algunos deseos, unas pocas dudas y muchas fantasías actuadas y contadas en primera persona: el show de la intimidad, lejos de menguar, copa todas las escenas mediáticas. La fórmula se repite y privilegia un ingrediente básico: que las protagonistas sean mujeres. Pero que todo suceda en clave femenina, en realidad, dice menos que el hecho de que ellas actúen prolijamente lo que modulan (y modelan) años y años de estereotipos.

 Por Soledad Vallejos

Pura información por todos lados. Basta tipear una dirección de Internet para enterarse qué pasó ayer, qué se anuncia para hoy. Basta encender el televisor, la radio, para saber quién pelea por (y con) quién, cuál es la acusación: ¿envidia?, ¿celos?, ¿robo de novios o defensa de maridos? Con comprar una revista se pueden ampliar todos los detalles, recuperar la historia reciente del asunto y hasta apostar al futuro inmediato (¿quién ha demostrado más agallas en los últimos episodios de la saga?, ¿qué pasará mañana, esta misma tarde?) En otro rincón, una anónima devela aventuras en el mejor de los casos amorosas a la espera de ser descubierta. Si eso no funciona, quedan otros rubros del repertorio: los deseos en estado puro, la rutina cotidiana o bien lo escabroso cotidiano condimentado con algo de sexo, los problemas alimentarios (¡el peso!, ¡la imagen!), los devaneos adolescentes en textos de pretendidas treintañeras (o en tren de serlo).

Hoy Anaïs Nin no escandalizaría a nadie. Cualquiera de sus diarios se perdería por tibio en la marea de fervorosas confesiones de peripecias y habilidades sexuales. La Colette del music-hall que escribía nouvelles pícaras sería, apenas, una chica algo tímida que no se anima a más. Rita Hayworth podría quitarse todos los guantes, inclusive todos los vestidos del mundo, y aún así no llamaría la atención a menos que contara detalles escabrosos de su vida sexual. La escena (el mercado) está copada por intimidades, sí, pero muy otras, tanto que tienen una cualidad fundamental: no son la excepción, no se espera de ellas que rompan nada. Y también: lo que vende es la intimidad, sí, pero una intimidad en términos femeninos: son mujeres las estrellitas, las protagonistas de los chismes, los cuerpos sobre los que se inscriben disputas de barrio y avances cosméticos de la ciencia (que también serán tema de televisación, con agradecimiento a las manos profesionales que han intervenido, a cambio de su mención pública), las virginidades -o no- que se mentan tanto como las acrobacias de alcobas y camarines.

Igual que a los cuerpos, a estas intimidades el mercado las desea, mima y promueve tanto como las prefiere (de manera notable) en clave femenina. O mejor dicho, la clave femenina tal como la modulan (y modelan) años y años de estereotipos.

YO, YO, YO

“Es la mujer quien debe hablar. No solamente la mujer que se llama Anaïs Nin; tengo que hablar en nombre de todas las mujeres”, escribía la mismísima cuando corría 1930 y su Diario estaba a treinta años de ser publicado y causar lo que causó. Por empezar: dar una visibilidad notable al deseo femenino, ganar reputación como escritora ella misma (más allá de Millers, Artauds y demás glorias varoniles) y generar un inesperado éxito de ventas cuando en el primer mundo el feminismo era poco más que una postura incómoda. Pero también demostrar que la literatura íntima estaba vivita y coleando en pleno siglo XX, y que sus efectos –oh– podían ser políticos. Que en ese momento una mujer abriera el cuaderno para mostrar qué le pasaba por la cabeza, pero también por el cuerpo, era una audacia. Mejor aún: sostener la primera persona era un desafío.

Más de cuarenta años pasaron y ahora las intimidades ajenas bullen en pantallas de tele, computadoras, parlantes de radio y vidrieras. En Internet, la superpoblación de blogs, fotologs y videoblogs va en ascenso. Escritos para ser alcanzados por ojos anónimos (o de amigos), publicados con ansias de recibir comentarios que certifiquen su existencia y vigencia, la mayoría simula el modelo confesional del clásico diario íntimo. “O mejor dicho: diario éxtimo, según un juego de palabras que busca dar cuenta de las paradojas de esta novedad, que consiste en exponer la propia intimidad (...) Las cartas y los diarios íntimos tradicionales denotan una filiación directa con esa otra formación histórica, la ‘sociedad disciplinaria’ del siglo XIX y principios del XX, que cultivaba rígidas separaciones entre el ámbito público y la esfera privada de la existencia, reverenciando tanto la lectura como la escritura silenciosas y en soledad (...) En este siglo XXI, en cambio, se convoca a las personalidades para que se muestren”, escribe Paula Sibilia en La intimidad como espectáculo (ed. FCE), el apasionante y necesario ensayo en el que sigue el hilo del fervor por la visibilidad mediática global. Plantea Sibilia un movimiento incesante: mercado mediante, el espacio público se convierte en arena de personalidades que de privada tienen todo menos la privacidad; las nuevas subjetividades se modelan, construyen, diseñan y viven a partir de esa visibilidad total; la visibilidad es ruido, superficie, felicidad de encajar en el molde. Se es no lo que se hace, sino lo que se ve. Quien no se hace notar ante la mirada ajena, no existe. El asunto, llegado este punto, es cuál será la palabra mágica para invocar a los hados de la fama.

LA FAMA TIENE CARA DE MUJER

Las huellas de la intimidad están –valga la redundancia– íntimamente asociadas a la identidad social femenina. Son las cartas con que Madame de Sevigné atiborró a su hija las que explican las reglas de la sociedad (su gramática de premios y castigos, su moral ambigua), las de Madame de Staël las que mostraron maneras políticas de una obligada al segundo plano, y los diarios de Virgina Woolf los que muestran las bambalinas caseras de una obra literaria. Los cuadernos de Nin tuvieron un sentido y un efecto político, lo saben las militantes feministas. Modernidad obliga, hoy no se trata tanto de cuadernos como de palabras dichas a un micrófono, ante una cámara, tipeadas con dificultad y registro de charla de café en un blog, pero en cualquier caso con algo en claro: esos susurros y gritos difícilmente busquen (y tengan) vínculos por fuera de las categorías y los mecanismos del mercado. Y el mercado, aquí y ahora, exige como primer escalón la fama. Qué cosa se venda gracias a ella es otra cuestión.

¿Cómo se consigue esa fama? “Por empezar, las estrellitas, las que venden y te dan para hacer tapas que venden son mujeres, no tipos. El único es la Tota (Santillán, el animador bailantero), en su momento tal vez lo fue el marido de (la ex Gran Hermano) Natalia Fava pero porque hacía shows eróticos con Nazarena Vélez. Si no, tienen que ser mujeres.” Marcela Tarrio lleva doce años en Semanario, la revista de la que es editora y que, cada semana, vende más de 40 mil ejemplares (el promedio es el mismo para otras revistas del género, que son al menos cuatro más: la venta de todas alcanza el promedio que mantienen los diarios) a fuerza de intuir qué personaje y qué tema puede dar el batacazo en cada edición. La fórmula, explica, es común: para ascender a la burbuja de las famosas “tenés que ser medio gato, tener un lomo como para TV y colgarte de un famoso. Ya ni siquiera es necesario que te cuelgues del pito, alcanza con pelearte, nombrar algo que te pasó con cualquiera de las figuras mediáticas, lo que sirva para un escándalo. Fijate que es una cadena: Fernanda Vives era la esposa de la Tota, se pelea y aparece Cecilia Oviedo, que se cuelga de la panza de la Tota, se pelea, y entonces aparece una bailarina que dice que salió con él...”. “Ultimamente, casarse o comprometerse con un famoso garpa: Wanda Nara anunció en el living de Susana Giménez su compromiso con un ex jugador de River que está en ascenso en el exterior; antes fue tapa de todas las revistas por decir que era virgen y salía con Maradona, sin tener ningún mérito propio, porque ni es bailarina ni cantante ni buena vedette. Son esas que en el gremio se les dice ‘queni’: que ni bailan, que ni cantan, nada; que el talento es buscar un tipo que sea jugador de fútbol, comprometerse con él y ascender en términos de páginas publicadas”, acota Mariana Commolli, subeditora de la misma revista. Wanda Nara, vale recordar, reavivó su fama languideciente gracias a un video –casero– que la mostraba practicando una fellatio a su novio del momento. El video, privado, apareció misteriosamente en internet, donde logró –y logra– miles de visitas. Otras estrellitas que pueblan las tardes televisivas, suplementos y revistas de espectáculos le siguen los pasos. Una de ellas, de hecho, se está haciendo conocida a base de definirse como enemiga de Wanda Nara. Commolli sostiene que, créase o no, ambas parecen seguir un modelo: Mariana Nannis, porque “ser botinera –como se llama a la que se compromete o casa con un jugador de fútbol– ahora garpa”.

El precio de la fama es el escándalo, que inevitablemente tiene que venir asociado a enredos amorosos (la modelo Pampita volvió al candelero cuando, embarazada en una aventura extramatrimonial, inició la pelea pública del divorcio) o debates de conventillo (me dijo, le dije, anduvo diciendo); eventualmente a una desgracia o una novedad notable (recientemente, el embarazo de Sofía Gala Castiglione marcó un record de ventas). El lamento, entre los y las cronistas del espectáculo, parece unánime: ya no hay divas. Tarrio suspira con pesar: “Las figuras con talento, las que protagonizan telenovelas o son Mirtha, Susana, Moria, no necesitan esto, no quieren dar una entrevista porque sí a las revistas”.

“No percibo el cambio en esto de lograr ventas o fama a fuerza de escándalos, aunque sí puede ser que ahora esté un poco exacerbado.” En charla informal, una conocidísima periodista de espectáculos que conoce redacciones de diarios y revistas y productoras de TV desde hace años –y que prefiere resguardar su nombre para no volverse ella misma centro de atención a fuerza de escándalo propio– pone nombre y horario a la usina de famosas a fuerza de vida privada en público de la Argentina de 2008: “todas salen de la escena de Tinelli, y todos los circos mediáticos se alimentan también del programa de Marcelo. Es tan así que el miércoles, el día que no salió el programa, bajaron los ratings de todos los demás programas, no había índice de encendido para nadie.” El arrastre es tan intenso que el sitio web de otra periodista de espectáculos (www.puroshow.com, de Laura Ubfal) sube al menos 20 noticias relacionadas diferentes cada día; registra miles de visitas diarias.

LA FABRICA DE ESTRELLITAS

“Cada año vamos llamando gente nueva, porque te vas quedando sin gente, entonces llegan otras caras.” Federico Hoppe es, junto con Pablo “Chato” Prada, uno de los magos: los dos productores generales de ShowMatch, el programa de Marcelo Tinelli que una temporada con Bailando por un sueño, otra con Patinando por ídem y así, va marcando el ritmo de la tele local a fuerza de ratings tan asombrosos como sostenidos. Los programas de la tarde, los programas que pasan revista a otros programas, las revistas (de chismes, de sexo), los suplementos, todos siguen la agenda que marca lo que pasa y deja de pasar en esos ¡150! minutos diarios de proezas y aledaños. Hoppe habla de identificación del público con los participantes famosos del show, de un público que imagina múltiple en cuanto a clase social y género, de que él prefiere creer que el alto rating tiene que ver con las habilidades –en este momento– danzarinas, pero que “muchas de las personas que participan se van para el lado del escándalo, tiene que ver con el target de cada uno de los personajes”. Esas, dice, son “cosas que ellas inventan, algunas vienen y quieren cantar una canción para llamar un poco más la atención, o promocionar un show que hacen, todas tratan de destacarse por algún motivo. Yo trabajo con Marcelo hace catorce años, y en este tiempo sí podría decirte que la fama es como más pasajera. Estos programas tienen un grado de exposición muy alto mientras se está participando del segmento, porque te da una popularidad muy importante. Cuando dejás de estar en el programa, algunos pasan de largo y otros se mantienen”.

En La intimidad..., Sibilia recuerda que los discursos de los medios “no se cansan de pregonar que ahora cualquiera puede ser famoso”, las celebridades nacen y mueren “sin haber hecho nada extraordinario, y sin tampoco haber narrado bien algo aparentemente insignificante para transformarlo en excepcional, sino por el mero hecho de haber conquistado alguna visibilidad”. Ser famosa, ser famoso, ya no es adjetivo sino sustantivo; “la celebridad se autolegítima: es tan tautológica como el espectáculo porque ella es el espectáculo”. El espectáculo es Paris Hilton iniciándose en la fama no por heredera sino porque un video de su vida sexual comenzó a circular por internet, o Amy Winehouse, que comenzó a ser tema por sus adicciones y desventuras (que dieron lugar a opiniones que, a su vez, dieron fama efímera a otras personas) y no por sus notables talentos musicales. En la versión vernácula de la varita de la fama, ShowMatch, algo del glitter de las y los elegidos tal vez se derrame sobre soñadoras y soñadores (la parte anónima de la ecuación en cada pareja que baila), o inclusive sobre el público, como está pasando desde hace unos días con “Las Rikitas” (hic est, las coristas de Riki Maravilla, que de tanto aparecer con miniprendas alentando a su cantante empezaron a ganar minutos de aire propios).

QUERIDO DIARIO

Las confesiones en los blogs: de estado civil, desórdenes alimenticios o profesiones antiguas como el mundo o, mejor dicho, que cargan con fantasías sexistas tan antiguas como el mundo. Porque, ante todo, la nueva literatura de la confesión, la que ofrece el mercado y arrasa el público, nace de mujeres.

Raquel Pacheco, alias Bruna Surfistinha, es la brasileña de clase media alta que a los 17 años dejó la casa de mamá y papá porque quería independencia y plata propia (es la historia que ella cuenta). Fueron, como ella decía, tres años de atender clientes y clientas, y algo menos de volcar fragmentos de su experiencia cotidiana en un blog. Superó las 10 mil visitas diarias (ahora ronda las 50 mil), empezó a ser invitada a programas de televisión. Mientras llegaba la fama, siguió con su blog: “Sola, trabajando de lunes a viernes, hago de veinticinco a treinta turnos por semana. Hay días que hago hasta más de cinco, pero no es conveniente superar esa cantidad. Cada turno, aquí en mi departamento, dura una hora y, por doscientos reales, hago sexo oral y vaginal. Si se quiere sexo anal, el precio sube a doscientos cincuenta reales (eso fue después de mi participación en el programa Pánico, cuando decidí aumentar un poquitito, ya que la demanda se había incrementado. Antes, durante muuuuuucho tiempo, cobraba ciento cincuenta reales y doscientos respectivamente).”

Poco tiempo después, un periodista golpeó a la puerta, le ofreció hacer de su blog un libro, ella aceptó; moraleja: El dulce veneno del escorpión fue record de ventas en Brasil (los primeros diez mil ejemplares se agotaron en una semana), tuvo traducciones al inglés (fue entrevistada por el New York Times), al italiano (ídem, pero en el Corriere della Sera), al español (aquí participó de la Feria del Libro en 2006), Pacheco también fue entrevistada para un programa de Al Jazeera cuando todavía no se emitía en América latina. Los resultados no se agotaron allí. Raquel, que comenzó sirviéndose de la vieja fantasía masculina de la puta por gusto (“toda mujer tiene la fantasía de ser prostituta por un día. Yo la cumplí durante más de tres años”; vale decir que en su libro da consejos a las mujeres para satisfacer sexualmente a los varones), luego se convirtió en la puta redimida por amor: fue gracias a un príncipe azul, es decir, un cliente enamorado de ella, que dejó de tener sexo por dinero. La salvación amorosa fue tema de un nuevo volumen (Lo que aprendí con Bruna Surfistinha: lecciones de una vida nada fácil), y sus secuelas: el libro de la mujer abandonada por el putañero infiel, Después del escorpión: una historia de amor, sexo y traición (donde produce su propio personaje, Samantha Moraes, una bella y simpática mujer traicionada que a pesar de todo intenta recuperarse”, como escribe Sibilia). (El mismo año que el diario de Surfistinha tuvo traducción en español las librerías locales recibieron Abzurdah, el best seller en el que la veinteañera Cielo Latini contaba su sufrimiento como anoréxica y blogger pro-ana. La campaña incluyó cientos de entrevistas, miles de ventas, y un almuerzo (¡!) con Mirtha Legrand.) Un año antes, Melissa P había dado la vuelta al mundo, Argentina incluida, con su 100 cepilladas antes de dormir, el relato del tour de force sexual que –supuestamente– era el diario de su adolescencia. Para la campaña promocional no fue un detalle que la autora cumpliera 18 añitos apenas poco después del lanzamiento.

En Argentina, la periodista Lorena Basani hizo saltar las mediciones del rincón blogger de clarín.com promediando febrero, cuando arrancó Quiero un novio. En textos casi diarios, generalmente breves, contaba cosas: anécdotas de su infancia, almuerzos familiares en los que se hablaba de su soltería, comentarios de amigas y amigos (ayudaba que algunos fueran famosos). En videos, mostraba su casa, su vida cotidiana, su gata. A lo largo de los meses, fue recibiendo propuestas, decentes y de las otras, de señores que la invitaban a salir: ella lo hacía público, concertaba citas que registraba en video (la acompañaba siempre alguien más) que publicaba en el blog. La cantidad de visitas del sitio, la enormidad de comentarios y mails le demostraron que al otro lado de las pantallas había una comunidad: a finales de abril, se organizó una fiesta que resultó multitudinaria. ¿Desde dónde la convocó? Desde el blog, por supuesto. Días después, a principios de mayo, llegó el fin del experimento, vale decir, del blog de la solterita con apuro. Entre las explicaciones (porque a fin de cuentas se debía a su público), coló un balance abrumador: “Me leyó casi un millón de personas. Me hicieron notas en la tele. Me invitaron a salir hombres con plata. Me ofrecieron hacer una película. Me tentaron con la tapa de Playboy. Me conseguí un canje de ropa en uno de esos lugares elegantísimos. Me pagaron varios cafés. Me propusieron tener mi propia obra de teatro. Del día a la noche, me convertí en el ciber-objeto sexual con menos sexo de toda la Argentina. ¿Y?”

Entre ese nacimiento y esa defunción de la solterita con apuro, las exploraciones del subgénero se multiplicaron (la revista Ohlala!, en su versión papel y digital, publica, por ejemplo, Diario de una soltera y Diario de una casada), multiplican y probablemente multiplicarán.

ESTA VIDA EFIMERA

Las estrellitas duran lo que un cometa agonizante. El cuerpo, cada vez más objeto cuyo diseño abre caminos misteriosos –véase el caso Luciana Salazar y las derivaciones de sus andanzas quirúrgicas, que incluyen jugosos contratos– no puede sino estar en primer plano y acompañar la declamación. Como decía Tarrio, “tener un lomazo” ayuda, pero no parece ser lo único. Es importante encontrar el hueco, acertarle al estereotipo para el cual de el physique du rôl y sostenerlo. Lo saben las famosas de ocasión que cada tarde arman trifulcas en vivo sosteniendo el derecho que nadie les discute de gozar de sus preferencias sexuales, algo que se encargan de enumerar puntillosamente a voz en cuello (“¿y yo por qué tengo que explicarle a mi hijo que me gusta por atrás?”, cacareaba una de ellas la semana pasada). También las bloggers anónimas que emulan a otras que ya dieron el batacazo (como Lola Copacabana, la veinteañera liberada cuyo Buena leche fue boom en 2007) y tipean posts sobre delicias y flagelos de sus estados civiles, siempre teniendo cuidado de reproducir modelos conocidos. La intención política (del texto, de la autora) termina donde empieza la acción del mercado. El mercado –que ha hecho suyo el presente perpetuo– pone un precio y exige la novedad. El recambio no puede esperar: si esta semana es una pretendida vedette, la semana próxima será otra, o tal vez su hermana, su enemiga, su vecina de la infancia. Las estrellitas en ascenso se multiplican al calor de un público ávido por conocerlas: ¿a qué edad decidieron que querían ser famosas?, ¿quién fue su primer novio, quién lo será la semana siguiente?, ¿el anterior la engañó?, ¿cómo perdió su virginidad?, ¿qué posiciones prefiere en la cama?

En blogs (todavía) anónimos y no tanto, en libros pretendidamente confesionales, la producción de contenidos pasa por una versión paródica y exacerbada de lo que algunos estereotipos suponen real: las mujeres compiten entre sí, se roban novios, son máquinas de deseo, máquinas de dar placer, necesitan desesperadamente a un varón a su lado, sólo hablan de sus sentimientos... Hacer de la intimidad discurso público y ceñirse para eso a ciertos modelos, ¿es necesariamente ruptura?

ACOMODATE QUE HAY LUGAR

Entrados los 70, uno de los coletazos de la liberación feminista fue notable: con la independencia y la autonomía como banderas, era posible la visibilidad pública sin que ello supusiera ser una mujer pública en el sentido sexista de la expresión. Pero esa visibilidad se alcanzaba, mayormente, de dos maneras: siendo intelectual o artísticamente brillante (en ese caso, única e irrepetible: el estatuto de la excepción; de todas maneras no alcanzaba para librarse de sospechas de amoralidades varias), o bien convirtiéndose en modelo. Vale decir: el mercado, la industria publicitaria (anche cultural) supo ver en esa liberación un nicho y un mundo vacante. Porque el precio de la visibilidad también se puede establecer y, sobre todo, pagar. Una de las campañas mundiales más duraderas fue (y sigue siendo) la que una marca de cigarrillos ideó precisamente en esos momentos: “Has recorrido un largo camino, muchacha”. El hallazgo residía menos en la lisonja que en la capacidad de capitalizar, económica y culturalmente hablando, una rebeldía que bien podía amenazar con subvertir modelos; algunos lo llaman cooptación. Podría decirse que esa operación astuta es no la abuela, pero sí la madre de las chicas cosmo de Sex and the city, en las que, contra todas las evidencias de su férreo conservadurismo, todavía hoy muchos y muchas leen feminismo moderno. Dicho sea de paso, Sex and the city también empezó como confesión pública, que no era otra cosa la columna de Candace Bushnell en el New York Observer: un paseo por la vida sexual y sentimental de Bushnell y sus amigas.

Para las niñas, los espejos están, por lo menos, viciados. El mandato aquí y ahora es ser distinta, distinto; o al menos ese parece ser el atajo a la fama: el triunfo de la singularidad. Y sin embargo, escribe Sibilia, ese mandato “no suele presentarse como una opción entre otras, sino como una obligación que no puede ser descuidada”. Más que un largo camino, entre –por hacer dos nombres– las intimidades vueltas públicas de Anaïs Nin o Erica Jong, y los relatos minuciosos de bloggers y famosas de ocasión hay un abismo; es tan grande como el que separa la revuelta política de una charla de café algo exaltada.

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