Viernes, 2 de enero de 2009 | Hoy
TENDENCIAS
Un taller de bordados realizado en Canasta, pequeño espacio de Colegiales que conjuga galería de arte, biblioteca, venta de panes y de textiles, y el picnic arty “Delicatessen”, realizado en una plaza pública en homenaje al ritual del té, revalorizan las labores cotidianas que durante años sirvieron de excusa para reuniones entre mujeres.
Por Victoria Lescano
Con un cuadernillo de apuntes primorosamente diseñado por ella para dictar un taller de bordado, la diseñadora gráfica y artista Guillermina Baiguera señala las diferencias entre el punto medio cruz, el punto cadena, el petit point, las variantes de piel damasco mientras echa mano de citas literarias de Clarice Lispector en Revelación de un Mundo, enunciaciones sobre arte de Kandinsky, historias de la Bauhaus, estética de oriente y de occidente. Cada semana sus clases convocan a un grupo de bordadoras –en su mayoría diseñadoras gráficas de entre 20 y 45 años–, que proponen variaciones sobre el pixelado tramadas con aguja e hilo, rescates de las geometrías de Sonia Delaunay, iconografía animé, homenajes a atletas, aunque están también quienes customizan ropas propias o ajenas con bordados. Todas llevaron los resultados del laboratorio consagrado a labores a una muestra sobre bastidores de cañamazo que durante diciembre se exhibió en Canasta –Delgado 1235–.
“Empecé en 2002 bordando unas ilustraciones mías en remeras y con un bastidor que encontré en la casa de mi mamá, en General Villegas. Comprobé que el bordado permite trabajar con relieves, si bien empecé con un estilo más naïf, con iconografía de casitas o de helados, todo se volvió más abstracto y más raro”, dice Baiguera, quien además de eximia dibujante, es la autora de una línea de collares en tela concebidos como piezas únicas –algunos fueron tema de una muestra en homenaje al Día de San Valentín en la tienda Malba–.
Sus obras, que admiten bordados realizados exclusivamente en hilo Tomasito e insólitos patchworks pictóricos, se exhibieron en la galería americana “Little Cake” (“Taza taza”, una de ellas, realizada en conjunto con el artista Julián Gatto durante 2006, proponía altares a objetos cotidianos, fusionando un taza con un dije y alguna miniatura preciosista) luego viajaron a Tokio y recientemente Baiguera participó tanto de una muestra colectiva en “Vende Piedad” –una galería efímera en el centro de Buenos Aires– como de una galería de San Francisco.
También trabajó como ilustradora en un estudio de bordado industrial y mientras estudiaba diseño gráfico se aproximó a la moda trabajando para la tienda que las diseñadoras María Marta Fachinelli y Cecilia Gadea tuvieron en “Diseñadores del Bajo”.
Dice Baiguera sobre la decisión de transmitir el oficio. “Hacía tiempo que venía pensando en dar un taller de bordado y no me animaba a hacerlo, durante años di clases de morfología en diseño gráfico y finalmente este año dejé la universidad y empecé con el curso, de inmediato se armó un grupo, casi un club de mujeres que nunca falta, nos juntamos a merendar y a bordar. Se trata de aprender una o dos puntadas por clase y que ellas puedan experimentar y luego practiquen en su casa.”
Si bien Guillermina propone la búsqueda de materiales preciosistas y muy nobles para emular la antigua mantelería y las servilletas de casas de abuelas, suele enunciar ante las bordadoras del club Canasta: “No le teman al vacío, al contrario, aprovéchense de él, piensen la tela como una oportunidad para plasmar un estado de ánimo estético”.
Vestida con un delantal de encaje de Bruselas, Soledad Erdocia recibió un sábado por la tarde a los convidados a un picnic con té servido sobre manteles cosidos por ella en los jardines de la plaza Grecia y con la escultura símil flor metálica como recurso ornamental. Los asistentes al banquete fueron agasajados con masitas cupcakes multicolores colores ideados por la vestuarista Florencia Melotto Dome, panes y muffins de la pastelera Elisa Dallas y de Santiago Rodríguez, el cocinero del restaurante Pipí Cucú, las tartines con frutas Gonzalo Barbadillo –diseñador de indumentaria y cocinero–, la cocina naturista de la joyera Jimena Ríos pero también se sumaron disparatados experimentos delicatessen de los artistas Miguel Mitlag, Nicanor Aráoz, Osías Yanov, Juliana Iriart, Octavio Garabello, Oligatega Numeric, Fabián Bercic, Rita Hampton, Federico Lanzi, Adrian Villar Rojas y Ana Markman que admitieron merengues, torres de manzanas con pochochos, zanahorias y hasta ficticias hamburguesas dulces.
Dice Erdocia sobre su proyecto focalizado en el rescate de labores y de rituales: “Me interesa lo cotidiano revisitado por el arte, hago un recorte focalizado en las labores, me encantaría ser el ama de casa de los 50, que sabe hacer de todo. Suelo coser y bordar camisas para mi novio –el artista Fabián Bercic– y también las cortinas de casa”.
Acerca de su relación con la costura, señala: “Siempre me relacioné con la costura y el rescate de ropa vintage, en la escuela de Bellas Artes empecé a hacer obras con telas y en 2002 tuve la marca Sra Mutt –en homenaje al mingitorio de Marcel Duchamp–, con la premisa de acercarnos a la indumentaria desde el lado del taller medieval, nos la pasamos encerradas cosiendo en una casa de Boedo y haciendo prendas únicas para mujer”. De esas colecciones rescata como prendas emblemáticas la morfología de vestidos y los sacos de paño muy inspirados en el arte concreto.
Y fue en la factura de esas piezas austeras que se aproximó al bordado, primero ornamentando a cada prenda como detalle distintivo y luego como rescate de las labores hogareñas y un homenaje a los salones de bordadoras.
En 2007, luego de trabajar en la firma de moda Ramírez, retomó los bordados en hilo común. “Justo estaba bordando un motivo rescatado de un empapelado y se lo mostré a la artista Malena Pizani ella me contó que también estaba bordando y me ofreció un sótano en su casa para organizar una muestra. Pero el proyecto llamado “Labores, muestrario de bordados” creció y la muestra en homenaje a los oficios transcurrió en el living de una casa antigua, simulando los salones de antaño en que las mujeres se juntaban a bordar.
De ese salón arty consagrado al punto gobellino y sus variantes participaron veinte personas y entre su inventario hubo una carpeta de 1935 que perteneció a la abuela de uno de los participantes y que contenía las clases de bordado en sus clases de magisterio, las obras con bordados y rescates textiles de las artistas Fernanda Laguna, Catalina León, Leo Chiachio y Daniel Giannone, Diana Aisenberg, Guillermina Baiguera, Anabella Papa, Leandro Cappadona, Alina Perkins, Malena Pizani. Al costado menos intelectual lo aportaron fans del bordado: Rosita Mindel, María Goljevscek, Alicia Palacios de Pizani, Meri Pepa Fuentes, María del Rosario Ferrari, Miklauz Zajc –un señor que vive en Eslovenia y tiene una sola mano– y un niño de cinco años. El proyecto de rescate de rituales hogareños va a continuar en 09 con una muestra de jardinería amateur que fue anticipada durante el picnic celebrado en la plaza con escultura high tech, con la disposición de macetas entre los cupcakes coloridos y la vajilla de porcelana.
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