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Viernes, 17 de abril de 2009

El otro Yo

Rocío –la ópera prima de Lucía Panno– juega a dos puntas autorreferenciales. Un mismo personaje y dos actrices que relatan una vida igual, pero diferente.

 Por Guadalupe Treibel

Hay dos maneras de contar este cuento. Está Rocío, morocha casi exaltada, eufórica, casi contenta, casi contenida por el cuerpo, las circunstancias, la fiesta. Y está Rocío, pálida, blanquísima, abiertamente desencantada. Como muñequitas de torta ahogadas en crema, las dos viven la misma vida y serían la misma persona si el relato que construyeran fuese igual. Pero no. Entonces, el unipersonal partido se vuelve una obra sobre identidad y posibilidades: ser como se quiere, ser como se cuenta, ser como se siente...

Porque, entre pinceladas color pastel, la ópera prima de la dramaturga Lucía Panno logra rescatar lo agridulce de ser mujercita y conocerse. Sus Rocío son jóvenes y están tristes, perdidas. Se definen por anécdotas que, aunque matizadas entre ¿diferentes? estados anímicos, esconden la pregunta por el Yo. Poner la identidad entre signos de pregunta y abrazar alguna forma de melancolía es –ante todo– el logro de una obra con dos actrices y un mismo personaje.

En 35 minutos de complejidad femenina, Aluminé Cabrera y Paula Pichersky se sientan y atraviesan el escenario, una caja de madera (caja/fiesta, caja/casa), donde una luz roja (apagada, encendida) ironiza el discurso y se vuelve alerta (“¿Por qué una luz roja es sinónimo de fiesta?”, se preguntará uno de los Yo). Atinadas y a tiempo, entre anécdotas e ideas, hablan rápido e intercalan una perspectiva mutante, dos versiones del mismo vestido y mismo corte que las pone a tono. La superposición fragmentaria y la reiteración anecdótica se vuelven ficha repetida y justa, necesaria.

El monólogo es a dúo, es cierto. Pero no se comparte, aunque se toque. Un helado, un recuerdo, una fiesta, un ¿amor? Todo texturado y visual, como prueba de que –sobre todo– los pequeños detalles redefinen, que ningún momento es inocente. Y, en ese sentido, el estar en la fiesta de Rocío es ejemplar. Si un espacio supuestamente feliz, de música y reencuentro, puede interpretarse en clave melancólica, casi como detonante del llanto, ¿qué queda? Y... Queda la lectura real, la demistificación del caso. La historia mínima (en el mejor sentido de la palabra) y personal.

La obra (que inicialmente fue realizada para el ciclo de pequeños actos Suiza, organizado por Maruja Bustamante y Lisandro Rodríguez, y duraba 10 minutos) es una estructura transportable en un doble sentido: por la sensación de identificación que esa(s) mujer(es) logran y por lo escenográficamente minimalista, de a ratos claustrofóbico, agobiante.

Como puntapié inicial de la nueva tirada del ciclo Operas Primas, del Centro Cultural Rojas, con texto y dirección de Lucía Panno y codirección de Luciana Carrasco, Rocío devuelve la inquietud por la mirada, por cómo construir la realidad vivida. Depresiva, eufórica, alegre, con los ojos lagrimeando o la sonrisa incómoda, la obra pone sobre el tapete que las cosas no sólo son... Son como se cuentan. A todo o nada: decir o reventar.

Rocío: funciones el viernes 17 de abril a las 21.30 hs y viernes 24 a las 21.30 y 23 hs en la sala Cancha del Centro Cultural Ricardo Rojas, Av. Corrientes 2038. Localidades a $ 20. Capacidad 30 personas.

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