Viernes, 8 de mayo de 2009 | Hoy
PERSONAJES
Verónica Lario pidió el divorcio de Silvio Berlusconi cuando él asistió a un cumpleaños de una chica de 18 años. Los medios tildan la historia de reality show, pero la separación muestra las contradicciones de un hombre alineado con el Vaticano en las políticas públicas, pero no en lo que él defiende como su vida privada.
Por Luciana Peker
Una novela entre una esposa despechada que saca sus dotes de ex actriz clase B y el Cavalieri, un animal político que dice lo que todos hacen y hace lo que todos dicen que harían si pudieran: ir a una fiesta de 18 de una chica sedienta de fama y regalarle una mariposa de brillantes para que cuelgue entre sus rubios bucles. Un reality show entre un político que llegó al poder por el emporio de la televisión y que propone candidatas a diputadas hot reclutadas de la pantalla para que den la cara en las listas a las futuras elecciones y una esposa que brama porque su marido asiste al cumpleaños de una joven y no al de sus tres hijos. “Mi dignidad me impide continuar con un hombre (de 72 años) que frecuenta chicas menores de edad”, dijo Verónica (de 53 años), acusada –a su vez– por su marido de caer en una trampa de los diarios de izquierda para pedirle el divorcio.
Como en casi toda historia hay una tercera en discordia. Pero no es Noemí Letizia la rubia belleza italiana, casi naïf, casi literal, mostrando su piel en la pantalla y contando detalles de sus citas con el premier italiano al que llama “papi”. La verdadera otra es la Iglesia (que por primera vez vio temblar su relación con el presidente italiano) y pidió que el divorcio no sea un show ni sea visto como una película. El ministro del Vaticano para las relaciones interreligiosas, cardenal Walter Kasper, criticó a Berlusconi por presentarse en un programa de la RAI, mientras que el diario del Episcopado italiano lo fustigó: “Seguimos alimentando nuestra petición de un primer ministro que, con sobriedad, sepa ser espejo, lo menos deforme posible, del alma del país”.
Es imposible negar que todo enredo amoroso es tan (o más) atractivo que una novela o un reality show y que en cualquier divorcio casi nadie nadie nadie puede tirar la primera piedra de civilización sin barbarie. Sin embargo, la separación de Verónica Lario y Silvio Berlusconi no es ni una novela ni un reality show como intentan alivianar los medios. Ni –como aduce él– la disputa personal pertenece exclusivamente a la esfera privada de la pareja. No sólo porque “la intimidad es política” como desnuda –cada vez con más agudeza– la revelación feminista. Verónica cuestionaba algo más que los affaires de su marido: la raíz de su política reaccionaria para con los demás, pero liberal con él mismo.
Es cierto que algo de la separación acerca a Carlos Menem, aliado durante los ‘90 con el Vaticano y más papista que el Papa, por ejemplo, en la cumbre de El Cairo donde combatió la posibilidad de repartir anticonceptivos por parte del Estado e instauró el Día del Niño por Nacer, mientras su ex mujer Zulema Yoma confesaba que él la había instado a abortar en un embarazo de la pareja. Pero que sea un lugar común no quita el peso de su virulenta incoherencia. Berlusconi es un hombre que dijo que las violaciones se producen porque las italianas son bellas, que se burla de la paridad política, combate el derecho al aborto y la libertad para acceder a técnicas de fertilización asistida y juzgó al padre de Eliana por pedir su eutanasia, después de 17 años de ver a su hija en estado vegetativo, por considerar que la vida es sagrada. Sus contradicciones son públicas, no un guión prefabricado por su esposa. Verónica ya eligió abogada: María Cristina Morelli, la que se opuso a Berlusconi para defender el derecho de Eliana y su familia a descansar en paz y sin una moral artificial.
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